Primer error.
Involucrarme con Catalina Rivera…
Salí bastante tarde del programa, así que decidí caminar a casa, esa noche me sentía con energía extra. Quizá podría practicar una kata o correr, algo que no había hecho en más de un año, después del incidente. Así que comencé a caminar por las calles casi vacías de la ciudad, el clima era frío pero agradable. Metí las manos en las bolsas de mi sudadera y suspiré sintiendo como se llenaban mis pulmones de esmog…
Escuché el martilleo de unos tacones corriendo en mi dirección, al girarme pude notar que era una joven de estatura promedio, se veía aterrada, tenía la blusa desgarrada y el pantalón se le caía, lo sostenía con una mano. Detrás de ella venían dos sujetos, le gritaban cosas… pensé en hacerme un lado, pero en cuanto ella puso sus ojos en mí, noté una mirada de alivio.
—Ayúdame.
Sin decir más se escondió detrás de mí, los hombres se pararon a escasos pasos de nosotras.
—¡Hazte a un lado gorda!
—No, no me importa cuál es el problema con ella, pero aléjense y no llamaré a la policía.
—Mira cerdito, esto no te incumbe.
Cuando uno de esos asquerosos remedios de humanos estiró su mano para tomar a la chica por el cabello, reaccione sin pensar. Lo detuve con una llave de judo, torcí su brazo hacia atrás, haciendo que doblará su cuerpo y comenzará a gritar de dolor. Su amigo trató de ayudar, pero, la patada que intentó darme se estrelló en el costado de su amigo. Con esa llave de judo podía mover al sujeto a mi gusto, sería mi escudo hasta que pudiera deshacerme de ellos.
Recibí un par de puñetazos y patadas, pero ellos se fueron con narices, boca y extremidades sangrantes. Se sintió bien hacer algo que me gustaba, más cuando se trataba de ayudar a alguien. La chica estaba hecha un ovillo junto a la jardinera de un restaurante cercano. Saqué mi teléfono para llamar a la policía, pero ella me pidió que no lo hiciera.
—Bien, entonces déjame llevarte a un hospital.
—No… por favor ayúdame.
—¡Niña tonta! ¿Qué más quieres que haga?
—¿Puedes llevarme a algún lugar donde pueda asearme y cambiarme de ropa?
No sabía a donde la podía llevar, no conocía a nadie en esa ciudad, así que la lleve a mi casa. Ella caminaba en absoluto silencio, estaba en shock. Me quite mi sudadera y se la puse en los hombros, se sobre salto un poco, pero aceptó taparse con la prenda.
—¿Cómo te llamas?
—Catalina… pero puedes llamarme Cata.
—Bien, Cata. ¿Quieres contarme que te paso?
—Fui a un bar con unas amigas… tú sabes un bar gay… ellos estaban afuera cuando salí, no espere a mi novia pasara por mi… me hicieron insinuaciones sobre volverme hetero… solo me reí… ¿Puedes imaginar el resto? … La verdad es… ¿Podemos dejar esto hasta aquí?… ¿Cómo te llamas?
—Está bien, me llamo Beatrix, con x… y no me gusta que me digan Betty.
—OK, ¿Bea?
—Bien –refunfuñe, odiaba los sobrenombres.
—Gracias.
—Por nada.
—¿Sabes? Pudiste hacerte a un lado…
—Así no me educaron… mis padres.
—Algún día les agradeceré también… oye, ¿Por qué vamos al edificio Montecarlo?
Me gire a verla un tanto desconcertada.
—Vivo allí.
—¿Eres del programa de la fundación Montecarlo?
—¿Sí?... ¿Tu?
—Si, soy de segundo año de tercera generación, es decir que he estado en el programa tres veces.
—¡Bien! Bueno, al menos sabes que estarás segura.
Me pare frente al primer registro, una cámara de seguridad donde mostrábamos la identificación, la puerta de acceso se abrió con un chirrido metálico. Entramos y continuamos caminando por la banqueta, hasta la entrada del edificio. En el recibidor estaba la recepción, esa noche solo estaba Ulises, un viejo gruñón de unos cincuenta años.
—Buenas noches Ulises.
—Buena noche señorita, Wook.
—¿Wook? —me interrogó ella, cuando nos dirigíamos al ascensor.
—Mi abuelo es coreano.
—¡Genial!
¿Todos los ascensores del mundo tienen la misma melodía pegajosa y estúpida?
Al salir del elevador, sentía que Catalina se recargada mucho en mí, como si se estuviera escondiendo. Supuse que apenas le estaba afectando lo sucedido. Ingrese el código en la cerradura de seguridad y la puerta se abrió con un clic. Encendí las luces y le indiqué donde estaba la ducha, de mi habitación tomé un pijama y una toalla. La dejé ducharse mientras le preparaba algo de sopa y té, tradición familiar… ser amable con los extraños y tratarlos como me gustaría que me tratarán.