Impostora

2. Reflejo

Noa despertó y lo primero de lo que fue consciente fue de un fuerte dolor de cabeza.

—Maldicion, me va reventar la cabeza —se quejó por lo bajo. Una sutil risa emanó de algún cuerpo haciendo que ella se incorporara de golpe.

—Es extraño verte maldecir. —Ese era Nathan o por lo menos así se había presentado—. ¿Como te sientes?

Ella lo miró con cautela y apoyó las manos en la cama de hospital en la que estaba para luego descansar la espalda en el respaldo de la misma.

—Me duele la cabeza.

El chico meneó la cabeza y se acercó a ella. Ella vio como una de sus manos se deslizó por los contornos de su rostro hasta hacerle cosquillas. Ella detuvo la acción, atrapó la mano de Nathan y la apartó con suavidad, no quería ser demasiado brusca por muy alarmada o asustada que se encontrara.

—¿Que intentas hacer? —preguntó ella enarcando una ceja. Él se encogió de hombros.

—Estoy preocupado.

—¿Y que tiene que ver con que me toques? —replicó ella mirándolo con desconfianza.

—Empiezo a creer lo que dijo el doctor. Jamas en tu vida me habías mirado de aquella manera... ¿Te golpeaste la cabeza?

Ella desencajó el gesto y apartó el rostro enojada.

—No me he golpeado la cabeza. Sé quien soy. No conozco a ninguno de ustedes, ni a ti, la señora que alega ser mi madre o los tres chicos cabezas huecas que me crucé antes —espetó.

—Bueno... Los estudios que te hicieron dicen lo contrario. Al parecer sufriste un golpe y una parte de tu cerebro está inflamada... Eso entendí. Por eso no nos recuerdas —explicó.

—Y yo creo que me tratan de engañar. Quiero volver con mi familia. —Nathan sacudió la cabeza, apoyó la cadera contra la camilla y se encogió de brazos.

—Yo que tú, dejaría de negarme. Si sigues en ese plan pueden meterte en un sanatorio metal —bromeo, sin embargo después se puso serio—. Me empiezo a preocupar seriamente, Erika.

—Noa. No Erika.

—Noa es nombre de hombres.

Ella sacudió la cabeza un poco exasperada.

—Es la versión femenina de Noah. Mi abuela también se llamaba así —aclaró.

—Te perdimos —dijo frunciendo el ceño—. Si esto es una broma, por favor detente. Sé que estas enojada con tu madre, pero sabes que puedes confiar en mi.

Nathan le tomó las manos entre las suyas y después de varios segundos en los que ella lo estudió con atención, las retiró.

—No estoy bromeando, Nathan. Lo digo enserio. No sé que pasa aquí, pero si seguimos en este plan me volveré loca.

A él se le iluminó la mirada.

—Dijiste mi nombre —exclamó emocionado. Ella puso los ojos en blanco.

—Lo mencionaste en la heladería. —La sonrisa de él murió y ella suspiró profundo—. ¿Puedes traerme un espejo?

Él la estudio largos minutos hasta que finalmente se movió por la habitación en la que estaba y fue a un cuarto externo. Ella supuso que era el cuarto de baño, por lo pequeño que se veía desde donde estaba. Él no tardó en volver, cerrando la puerta tras de si.

—Aquí está. —Él extendió la mano y le entregó un espejo, ovalado y pequeño.

—Gracias —susurró.

Noa miró su reflejo en el espejo y tragó en seco. Cuando estaba despertando, esperó hacerlo en la comodidad de su habitación, no en un hospital y junto al chico que insistía en llamarla Erika. Para ella era confuso y aterrador que la llamara de esa manera. Noa se pasó la mano por la frente y luego por su cabello. Seguía siendo ella, pero a la vez no lo era. Sus ojos se veían de un color verde a azul. Cuando realmente eran cafés. Su cabello había pasado de ser negro azabache a purpura. Se veía como la chica, pero sin embargo, su propio reflejo se transparentaba allí.

—Diablos, me parezco a la chica de la foto... Solo un poco, pero me parezco a ella —susurró para si misma—. ¿Que mierda pasa aquí!

Ella levantó la vista y se encontró con la atenta mirada de Nathan.

—¿Sabes dibujar? —preguntó. Él asintió—. Puedes hacer un dibujo de como me veo.

—Si... ¿Para que lo quieres?

—Tu solo hazlo. Necesito comprobar algo.

—No tengo papel y lápiz —musitó.

Ella pensó en que si era un hospital, alguien debía tener papel y lápiz.

—Pidelo a una enfermera o un doctor, pero date prisa.

Él la miró sin comprender, pero no cuestionó nada mas. Caminó hasta la puerta y salió.

—Maldita sea. Esto no puede ser posible. Pero son demasiadas coincidencias —se dijo a si misma—. Erika es el personaje del libro de mi hermana y es la única que tiene el cabello purpura... Nathan es su mejor amigo y Nana su madre... Entonces Seth es el estúpido junto al que desperté ésta mañana. Debo estar loca para siquiera pensar que estoy dentro de un libro. Peor aún, en un cliché fantasioso.

La puerta se volvió a abrir y Nathan la atravesó. Él se sentó en la camilla junto a ella y comenzó a hacer trazos en la hoja sin decir palabra alguna. Diez o quince minutos después giró la plantilla y le enseñó el resultado. El dibujo reflejaba a Noa, pero habían rasgos tan delicados en su rostro que al tiempo le hacían dudar de si era ella.

Noa tragó saliva. Temiendo la verdad de lo que estaba por comprobar...

—¿Tienes un teléfono? —preguntó con un hilo de voz.

—Si, espera. Lo puse a cargar. El tuyo se lo llevó tu madre. —Ella asintió. Él se bajó de la camilla y se acercó a la pared, inclinó su cuerpo y luego le entregó el aparato electrónico.

Noa lo recibió con manos temblorosas. Al igual que el móvil de la tal Erika, ese tampoco tenía patrón de bloqueo, ella deslizó la pantalla y cuando se abrió, encontró una foto de ella y Nathan. Se le secó la boca.

—¿Por que estoy aquí? —balbuceó. Él sonrió.

—La tomamos el sábado en el cine, pero supongo que no recuerdas.

—Mmm... ¿Puedes buscar el teléfono de Erika? Lo necesito.

—Es raro que te menciones en tercera persona —susurró él.

—Es aún mas extraño que me confundan con otra persona —replicó ella—. Por favor, necesito el móvil. —Nathan asintió y volvió a dejarla sola.




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