Impredecible

Capítulo cuatro.

Mi hermano avanzó unos metros hacia el aparcamiento de casa, sorteando algunos charcos de lluvia que se habían formado tras una leve llovizna esa misma tarde. Eran más de las ocho, por lo tanto la hora de la cena ya había pasado. Las luces de la casa estaban apagadas, pero sabía que mi madre estaba dentro viendo algún reality en la televisión, ya que siempre nos esperaba despierta.

-No es tan tarde- objetó Luke subiendo las escaleras del porche.

-Son más de las ocho- dije siguiéndole- Ahora tendremos que cenar solos.

Mi hermano entró en casa haciendo rechinar la puerta de la entrada, y una luz parpadeante que venía desde el salón iluminaba el vestíbulo. Anduve hacia el salón y mi madre estaba sentada en un sillón, con las luces apagadas y tapada con una manta. Estaba tan concentrada mirando el televisor que tuve que pulsar el interruptor de la luz, haciendo que se sobresaltara un poquito para luego sonreírme.

-Hola, April- me saludó desde el sillón y me acerqué a ella.

-El día se nos ha alargado- repuse acercándome a ella.

-¿Por qué?

-Luke tenía reunión con el periódico- dije apoyándome en el reposabrazos del sofá.

-Entiendo- dijo ella asintiendo.

-¿Y papá?- pregunté recordando haber visto su abrigo en la perchero de la entrada.

-Está dándose una ducha. Ya hemos cenado- bufé- Pero os he guardado un plato en el horno.

Me levanté de un salto y anduve rápido hacia la cocina, esperando que fuera lasaña.

-¡Es lasaña!-gritó mi madre antes de que pudiera abrir el horno.

-¡Gracias!- le respondí cantarina.

Cuando estaba a punto de acabarme mi porción de lasaña, mi hermano entró en la cocina. Abrió la nevera y sacó una botella de agua, dándole un sorbo.

-¿Qué tal tu día?- me preguntó sentándose enfrente.

-Mejor que el anterior- observé. En cierto modo, era verdad. No le pregunté de vuelta, ya que él me explicó con todo detalle cómo había sido su primera reunión con el periódico. En el antiguo instituto, mi hermano era el director del periódico escolar, en el que conoció a su novia Eve, con la que aún mantenía la relación. Ésta se había convertido en una gran amiga, ya que pasaba mucho tiempo en casa. Me sorprendía que saliera con el estúpido de mi hermano porque era una chica de sobresalientes, con un pelo rubio larguísimo y una sonrisa encantadora.

-He visto a Alex por ahí- comentó y lo miré. De repente me acordé de Sophia. Cada vez que me acordaba de Alex, me imaginaba a Sophia. No sabía cómo era físicamente, pero su historia invadía mi mente siempre que pensaba en Alex.

-Yo también- dije y hubo un silencio incómodo- ¿Sabes que tenía una novia?

-Su madre lo comentó ayer- entornó los ojos.

-Lo sé- dije poniendo los ojos en blanco- Pero tuvo otra antes de salir con Brooke.

-¿Por qué sabes tanto sobre él?- preguntó asombrado. La pregunta me pilló por sorpresa, ya que llevaba dos días en el instituto y ya conocía parte de la vida de Alex.

-¿Quieres dejarme hablar?- me quejé presa de los nervios. Subió las manos en señal de defensa y comencé a contarle lo de Sophia. El hecho de volver a contarlo me hizo darme cuenta de la gravedad del asunto. No es que creyera que Alex fue el que la mató, pero todo el mundo en su interior piensa que tuvo parte de culpa. Después de contárselo, mi hermano se quedó perplejo, igual que me había pasado a mi esa misma mañana justo después de que Serena me lo contara.

Después de cenar con mi hermano me fui a dormir. Necesitaba descansar, ya que había pasado mucho tiempo en el instituto y prácticamente no había parado ni un minuto en todo el día.

Parpadeé unas cuantas veces para acostumbrar mis ojos a la luz que entraba por la ventana. Miré la hora en mi teléfono y me desorienté un poco al ver que eran las seis y media. Pensé el esconderme debajo de las sábanas y volver a dormir, pero también pensé en ponerme la ropa de deporte e irme a correr. Mi conciencia apoyaba lo segundo, cayendo en la cuenta de que desde verano no había hecho nada de deporte, así que salí de la cama un tanto enfadada con mi conciencia. Abrí mi armario y busqué la caja en la que guardé la ropa de deporte cuando empecé a empaquetar. Cogí unos leggins, una camiseta térmica y encima me puse una sudadera de mi hermano, que aunque me venía un poco grande, calentaba lo suficiente como para no ponerme encima una cazadora. Bajé por las escaleras intentando que los escalones no crujieran a mi paso, crucé el vestíbulo en tres zancadas y salí al porche. Al bajar las escaleras vi que la niebla cubría el tejado de las casas de enfrente y no había sol, lo que hizo replantearme la carrera mañanera, pero empecé a correr nada más cruzar la valla de la entrada, así que decidí concentrarme en el camino. Me dirigí hacia la izquierda para no toparme con la casa de Alex, ya que este tramo de la calle nunca lo había transitado. La música en mis auriculares iba al mismo ritmo que mis pies mientras yo miraba cada casa. Todas tenían el mismo aspecto: un porche, una puerta de garaje oscura y (en algunas) un césped demasiado descuidado. Giré hacia un camino que salía de la calle, introduciéndome en el bosque. Los árboles altos crecían a los laterales mientras yo saltaba las ramas que estaban en mi camino. Después de no hacer actividad física en tanto tiempo, no estaba en muy mala condición física. El cansancio tardaba en llegar, pero en el momento en el que sentí que me costaba respirar, decidí aminorar el paso hasta que acabé andando a una velocidad nula entre los grandes arbustos. Después de estar un rato caminando, la alarma de mi móvil empezó a sonar, indicando que eran las siete. Giré sobre mis propios talones para volver a casa, pero no sabía dónde estaba realmente. Había estado tan concentrada en no caerme con las ramas del suelo que no sabía hacia dónde había llegado. Desbloqueé mi móvil intentando activar el GPS para saber dónde estaba, pero no había cobertura. Empecé a ponerme nerviosa y di unos pasos hacia varias direcciones intentando conseguir algo de cobertura, pero lo único que conseguí fue aumentar mis nervios. Me quité los auriculares y lo guardé todo en la sudadera, intentando recordar por dónde había llegado hasta ahí. El cantar de los pájaros anunciaba la salida del sol y empezó a hacer viento, lo que hizo que los mechones sueltos de mi coleta se enredaran en torno a mis ojos. Empecé a oír el crujido de unas hojas, cada vez sintiéndose más cerca de mí, como si alguien estuviese corriendo en mi dirección. Comencé a respirar fuertemente, presa del pánico, imaginando que un animal salvaje me estaba vigilando entre los arbustos. Los pasos se acercaban cada vez más y cerré los ojos, tapándome la cara con las manos esperando lo peor. De pronto, cuando sentí que los pasos estaban a unos cuantos metros de mi cuerpo tembloroso, oí una respiración agitada.




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