—Lo que hiciste hoy fue muy arriesgado, Simba —dijo mi amo apenas terminó de llenar mi tazón con perrarina—. Que no vuelva a suceder, ¿eh, colega?
¿Qué había hecho ahora? ¿Y a qué se refería con que no tenía que volver a hacerlo? Los humanos y sus complicadas vidas. Me limité a escucharlo y a comer la aburrida perrarina. ¿Acaso no había nada diferente para masticar o es que los humanos nunca se aburrían de comer lo mismo y creen que nosotros somos iguales a ellos?
Mi amo se dejó caer en el suelo y cruzó las piernas, mientras me veía masticar. Era un poco incómoda la sensación, pero de estar siendo vigilado aunque agradecía que estuviera conmigo. Habíamos llegado a la casa apenas oscureció y la ama de mi amo no estaba muy contenta; le dijo a mi amo que cómo se le ocurría estar a esas horas caminando por la calle, que podían robarlo o matarlo, a lo que él dijo con sarcasmo «Te faltó que el que me pueden violar porque tengo vagina y no un par de huevos», a lo que su amo lo reprendió diciendo que no le hablara así a su madre.
¡Vaya amo que tengo yo y tenía él!
A pesar de eso, la historia que me contó Clay se repetía una y otra vez en mi cabeza, en absoluto silencio. Si mi amo se enterara de lo que Clay me dijo, sabría que la vida de los perros también era bastante complicada. Nada que envidiar, por supuesto.
—¿Sabes? Mi mayor deseo que todos los hombres fuéramos iguales, así como siempre dicen las mujeres cuando están enojadas. Digo, somos iguales, pero no todos pensamos de la misma manera. —Suspiró e hizo una larga pausa—. Creo que Derek sí intuyó de mis insinuaciones, porque me abrazó, aunque fue un abrazo muy masculino, pero me abrazó y con eso soy suficiente. Además, le caíste bien a su lobo…
Mi humano comenzó a decir que si el destino le daba la oportunidad de enamorarse de Derek, no dudaría en hacerlo y acabar con aquella relación tóxica-sexual con ese tal Oscar. Me parecía bien. Clay podía contarme más cosas que vivimos bajo la sombra del doctor Strauss y… Y me daba curiosidad cómo fue mi versión enana. ¡Ja! Debí haber sido horrible para que me devolviera y muriera en poco tiempo.
—…Y tú vas a ayudarme, Simba-Simba —concluyó mi humano.
Alcé la cabeza en dirección a él. ¿Ayudar? ¿En qué?
—Serás la razón por la que después de los entrenamientos, vayamos un rato al lago Presley: Derek, su lobo, tú y yo. Suena increíble, ¿eh?
De repente, la voz de la ama de mi amo sonó amortiguada desde el interior de la casa.
—¡Enrique, la cena está servida!
—Bueno, colega, buen provecho. Te veré mañana en la mañana.
Moví la cola mientras él se levantaba y entraba en su casa. Me terminé de lamer el tazón con ganas de comer otra cosa que no fuese esa asquerosa perrarina. Quería algo más, como comida de humano… Sí, la ama de mi amo cocinaba muy bien, pero, al parecer, esa noche no los acompañaría para probar sus deliciosos bocados traídos por el plato de mi amo.
Así que, me dediqué a morder el balón y pensar lo que me dijo Clay. Había dicho que él no olvidó lo que el doctor Strauss y sus humanos le hicieron a él durante su estadía en donde quiera que estuvo. Pero, ¿cómo yo no lo recordaba? Sí lo vi en uno de los sueños y por eso supe que no me tomaba el pelaje por tonto. Además, estaba la otra cuestión de que el doctor Strauss estaba merodeando por el pueblo. No quería abandonar a mi amo y convertirme en un perro callejero; tal vez si lo hacía, Zack me protegería los primeros días hasta que presintiera que ese humano ya no estaba por estos lados y pudiese regresar sano y salvo. ¿Pero entristecer a mi amo? No creo que fuese capaz de hacer eso.
Al cabo de un rato, las luces que se filtraban por la casa hacia el patio fueron apagándose; la última fue la de mi amo. Ya estaban durmiendo y yo también tenía algo de sueño, porque bostezar dos veces no era normal en mí. Sin embargo, cuando cerré los ojos, me sobresalté cuando un ruido estruendoso me hizo chillar de pavor. Todo estaba borroso y era de noche; el suelo revelaba enormes charcos de agua en aquel ambiente húmedo, que poco a poco se volvía frío. Las farolas iluminaban una solitaria calle al otro lado del extraño y largo camino en el que me encontraba.
Espera. No era un pasadizo, era un callejón. Sí, era un callejón porque lo había visto un par de veces en esas películas que mi humano y yo veíamos a menudo, sobre todo cuando no se iba a su escuela de humanos en la mañana y pasaba todo el día conmigo.
Lo cierto era que todo lo que me rodeaba era demasiado grande, y yo, por alguna razón, me sentía demasiado pequeño. Intenté ponerme de pie y ver qué había al otro lado. Otros gemidos acudieron a mis oídos: eran mis hermanos o eso pensaba. No los veía del todo, ya que eran figuras amarillas que se movían una encima de la otra mientras llamaban a mamá.
Y mamá no había regresado. ¿Dónde estaría?
Tenía miedo de lo que pudiese encontrarme al final de aquel callejón, donde otra caja rodante y ruidosa levantó una enorme pared de agua que cayó casi de inmediato. No dejé que el miedo me dominara una vez más y reuní el coraje necesario para acercarme lo más sigiloso posible al…
De repente, otra de esas cajas que se deslizaba por la solitaria calle, me pasó de largo, alzó una pequeña pared de agua —muy diferente a la anterior— y se detuvo con un rechinido de ruedas. Me encogí e intenté retroceder, pero la curiosidad me mataba cuando unos gritos de un humano muy, muy molesto decían algo que para aquel entonces eran ininteligibles. La caja se sacudió. A través de sus ventanas mojadas, dos figuras parecían pelearse o algo parecido. De la nada, una de las portezuelas se abrió y uno de los humanos que estaba dentro de la caja rodante sacó a otro, mucho más joven, del interior casi a patadas.