Unas horas más tarde, esa noche, mientras preparaba la cena, mi madre apareció en casa.
No había estado por allí ese día, ni siquiera había dejado una nota para saber dónde se encontraba.
¿Me sorprendía? Para nada, ya estaba más que acostumbrada a sus desapariciones repentinas. Sin embargo, no tenía ni idea en qué se perdía por tantas horas.
Ni siquiera me miró al entrar, siguió directo hacia las escaleras.
— ¿Podrías saludar, sabes?
— Haz silencio — ¿Porqué todo el mundo quería que hiciera silencio? ¿Tan chillona era mi voz?
— ¿Dónde has estado? — cuestioné, dejando un paño sobre la mesa.
— ¿Qué parte de “haz silencio” no entiendes?
— Yo también te he dicho algo. Podrías responderme.
Se giró bruscamente y observé sus grandes y oscuras ojeras.
— No te importa.
— Claro que me importa, eres mi madre ¿no?
— No es momento para tus idioteces. No estoy de humor.
— Qué casualidad, nunca estás de humor.
— As… — había un tono amenazante en su voz.
— ¿Pero porqué no me lo dices?
— ¿Y a ti en qué te afectaría saberlo?
— ¡En que no tendría que preocuparme por saber si estás en la cárcel o muerta!
— ¿Te estás escuchando? ¿Porqué estaría en la cárcel? — Se acercó, apuntándome con el dedo — ¿Acaso crees que soy un delincuente?
— No me sorprendería.
— ¿Y porqué no me dices tú en qué has estado metida últimamente?
— ¿Eh?
— Sí, As. Dime, ¿porqué te has estado yendo tan temprano de aquí?
— He estado ejercitándome, ya te lo he dicho — mi seguridad mandó saludos.
— ¿Estás segura? ¿Y porqué tan temprano?
— Aprovecho mi tiempo. ¿Acaso tiene algo de malo?
Soltó una risa despectiva y se dirigió a las escaleras.
— Claro, claro — susurró antes de desaparecer.
Esta era una clara prueba de que debía comenzar a tener cuidado si no quería que me descubrieran. Mi madre ya estaba sospechando, y aunque quizás no era sobre las mismas razones por las que había estado saliendo tan temprano, tarde o temprano querría descubrir en qué andaba metida.
♖↭♖
Llegué a la casa cerca de las seis. Mi querido amigo, Ojos Rojos, se veía muy feliz de que llegara. Tanto, que lo primero que hizo al verme fue suspirar y crear más arrugas en su ceño permanentemente fruncido.
— ¡Hola! — saludé.
Me miró sin un ápice de interés y siguió su camino hacia el pasillo.
Lo seguí, como comúnmente hacía, y salimos al patio.
Caminamos en silencio un rato. Yo intentaba seguir su paso, pero al parecer, entre más me esmeraba en caminar a su lado, más rápido iba él.
— ¡¿Puedes parar?! — Adiós a mi día de buen humor.
— ¿Para qué?
— ¡Vas muy rápido y no puedo caminar así! — me quejé, agitada.
— Camina más lento. No sé. No necesitas ir conmigo.
— Pero no me sé el camino.
— Llevas tres semanas recorriendo día y noche este camino. Creo que te las arreglarás bien.
Lo vi desaparecer entre árboles a los pocos segundos.
Suspiré, rendida, y emprendí mi solitario trayecto mirando a mi alrededor.
Al llegar saludé a los demás y me senté en la mesa.
— Te ves…cansada — habló Adres, entregándome una bebida caliente.
— Exasperada diría yo.
— ¿Te encontraste con Ol…Ojos Rojos en el camino?
— Una desgracia, sí. — Apoyé los codos sobre la mesa, hundiendo mi cabeza entre los brazos.
— Para tu suerte, hoy será algo tranquilo.
— ¿Por? — La miré, dando un sorbo a la bebida, que no tenía sabor alguno.
— Hablaremos sobre algunas cosas que son necesarias para cuando vaya…
— No. — Apareció de la nada amarguetis —. He cambiado los planes. Tenemos entrenamiento.
— Pero el…—intentó protestar la chica, obteniendo un sht por parte de él.
Porque ser grosero está de moda…
— Hoy te enseñaré algo nuevo. Así que trata de despertar.
Se acercó hasta las mismas bolsas que había traído ayer, y sacó de debajo de ellas una colchoneta, una barra de fierro, y ¿pesas?
— Vamos a ejercitarte — anunció.
— ¿Ejercitarme? Si ya estoy en forma.
— En forma de fideo. Con ese cuerpito no lograrías pisar ni a una mosca.
— ¿Eh?
— Necesitas fuerza, músculo, una buena capacidad física. Si sigues con esos brazos flácidos y esas piernas temblorosas no lograrás nada. Al menos no en esto.
— Claro, claro — asentí, dudosa.
— Ah, y también — tomó un par de papeles grapados de la mesa —, harás una dieta especial.
— Pero yo como bien — me quejé.
Enarcó una ceja y me tendió el papel.
— Y tómate estas pastillas cuando te levantes — también me dio una cajita completamente blanca.
— ¿Qué son?
— Veneno. — Lo miré sin gracia —. Ahora sígueme. Y deja esa bebida allí.
Dejé el líquido sobre la mesa y fui detrás de él.
Pasamos la parte donde estuvimos ayer y seguimos a una más lejana.
El sendero se perdió, y comenzamos a esquivar arbustos y plantas. La linterna alumbraba poco aquel pozo oscuro.
Un poco de miedo me invadió, no voy a mentir. Y estar allí, sola con el amarguetis no ayudaba en nada.