Aria
—¿Cuándo dejamos de ser amigos eh? —Lentamente fui acercándome.
Realmente es una sorpresa encontrarlo justamente en este hotel. Su perfume me entró de lleno cuando me rodeo con sus brazos.
—Llevo tiempo sin verte, ni siquiera una postal. Auch Aria. —No tenía como justificarme, quise alejarme de él también por recordarme ese episodio que dejé atrás.
—También te extrañé. Y lo siento, yo… no tengo justificación.
Hay personas que te marcan, que dejan una huella en ti. Así como también amistades, qué pase lo qué pase perduran. Sin importar la falta de comunicación, o la distancia.
Leonardo era mi amigo, siempre fui mi amigo.
—¿Cuándo llegaste? Lo último que supe fue que estabas en Buenos Aires. Es más, pensé que ibas a tener el acento característico.
—Mantengo el de acá. ¿Tú estas hospedado aquí?
—No, vine por un trago. Dejé…
—Entiendo, tienes que irte.
—No, bueno aún no. Quiero que esta charla sea con unos shots, y me cuentes cómo te fue en los últimos dos años.
—Bajaba a embriagarme de hecho. Pero tengo que llamar a una amiga.
—Vale, nos estaremos viendo. ¿Tienes el mismo correo?
—Mis redes sociales son las mismas. Te escribo, vivo justo a dos cuadras.
—¿En serio?
—Si, mi mamá compró un departamento hace un año.
—Genial pequeña, estamos hablando.
—Cuídate.
Los recuerdos que creí enterrar en lo más profundo de mi subconsciente aparecieron.
Tiempo después de terminar con Montes, yo me acerqué a Leonardo. Nos volvimos más amigos que en la escuela.
Salíamos juntos a las fiestas, comíamos los fines de semana, chateábamos por las noches, le contaba mis días. En parte me ayudó a curar, con sus chistes y frases mejoraba mi estado anímico.
Casi arruinamos la amistad en una borrachera. Alcohol + hormonas revueltas + ojos miel, definitivamente una mala combinación. Llegamos a besarnos y al manoseo previo, cuando el alcohol desapareció de mi sistema.
¡Me sentí como una zorra!
Fue raro verlo y actuar normal cuando ya había sentido su lengua en mi boca.
Cuando me fui, decidí cortar comunicación. No contesté sus mensajes los tres primeros meses, y luego dejaron de llegar.
Me alegraba verlo súper bien, tenía un aire maduro. Conservaba su chispa juvenil, pero había seriedad que hacía unos años no tenía. Mucho más atractivo también, los años le sentaron bastante bien.
—¿Hola? —contesté luego de la quinta llamada perdida.
—Cómo qué hola pelotuda. Me decís te llamo en unos minutos, ¡ya pasó dos horas! —Empecé a reír ante la exageración de mi amiga.
—Lo siento, me encontré con un viejo amigo.
—Decíme quién.
—Leonardo.
—Oh por Dios, ¿el hermano del insecto? —Rodé los ojos, a veces olvidaba que recordaba todo.
—Si, el mismo.
—¿Y cómo se ve? ¿Está más bueno que hace dos años?
—¡Sam!
—Nena, a veces pareces una chiquita. Yo que tú, me comía a mis amigos en secreto.
—No, por supuesto que no.
—En lugar de seguir preguntando mi día, por qué no me dices que hacía Manu ahí. ¿Tú y él…?
—Por supuesto que no boluda. Osea no está mal, pero tenemos códigos. Tú no te comes a mis ligues, ni yo a los tuyos.
—Eso está de más decirlo bebé.
—Así me gusta. Bueno, yo ya me voy. Acá son más de las 2 de la mañana.
—Cierto. Mañana te escribo, ¡yo lo haré! Quiero dormir hasta el mediodía. —Su risa contagiosa me hizo sentir algo nostálgica.
Extrañaría mucho a mi amiga.
—¡Bye!
Demasiadas emociones por hoy. ¡Mi cerebro va a estallar!
***
—En serio quieres hacer eso.
—Vamos Seth, no seas miedoso.
—La que tiene miedo eres tú, por eso quieres que te acompañe. —Me conocía tan bien.
—¿Vienes o no? —Empezó a desvestirse.
—No me lo perdería, y debe alguien sacarte por si te ahogas. —Su sonrisa era genuina.
—JAJA, idiota.
El sonido de la puerta me despertó de ese sueño.
¿¿Desde cuándo soñaba con Seth??
Aún no era mediodía, eran las 9 de la mañana. Había dormido apenas unas 6 horas.
La puerta aún seguí sonando. No esperaba a nadie, y mi mamá todavía no llegaba.
No quería abrir. Quería un café cargado.
Otro toque en la puerta, persistente la persona del otro lado.
—Lo que tengas que decir no puede esperar a la tarde. No quiero visitas, y no pedí nada.
—¿Qué haces aquí? —Abrí los ojos de golpe al escuchar la chillona voz de Valentina.
—Tú qué haces aquí. No te llamé y dudo que dormida marqué tu número. Pero lo más importante, como supiste que estaba aquí.
—Vi a Leonardo ayer, nosotros sí somos amigos y nos frecuentamos.
—¡Qué bien! Si eso era todo, puedes irte. —Cerré la puerta en su cara, su tacón lo interrumpió a tiempo.
—¿Por qué volviste?
—¿A qué te refieres? Dices que debo tener un motivo para volver. No seas ridícula.
—Seth y yo estamos bien, y tenías que llegar tú.
—Te recuerdo que somos amigos mucho antes de que lo sedujeras. Así qué ahórrate el discurso.
—Nos amamos, quiero que tengas claro eso.
—No te lo he preguntado, pero veo que tu inseguridad sigue en ti. —Le di mi sonrisa más hipócrita que tenía. —Si estás segura de tu “relación”, ¿qué haces aquí?
—Viendo lo patética que te ves volviendo a una vida que ya te olvidó. Nadie te recordaba Aria, ni siquiera él. —Al parecer había mejorado su habilidad de víbora.
—Repito, ¿qué haces aquí?
—Pidiéndote que te alejes de Seth. Siente pena al dejarte de lado, él no te lo va a decir, pero…
—Vete. —Su sonrisa de superioridad, la detestaba.
—Por supuesto. Quiero ver si sigues valiente cuando veas a… —Le cerré la puerta en la cara.
Ups, qué pena tu nariz. Igual es horrible.
La presencia de Valentina me arruinó el día. ¿Quién se cree?
Había verdad y mentiras en sus palabras, como siempre con ella no se sabía si decía verdades o mentiras a medias. Y odiaba que Seth no tuviera el valor de decirme a mí como se siente.