Aria.
Las cortinas seguían siendo celestes, todo el cuarto aún mantenía ese toque en tonos azules. El color preferido de Cass. Al entrar todo gritaba a ella, desde los posters, la manera en que todo estaba ordenado y desordenado, los colores, hasta el ambiente. Todo.
Tantos recuerdos, lágrimas que ambas secamos, promesas rotas. Mi mente era un torbellino de emociones, y más al verla cruzada de brazos mirándome como si quisiera matarme.
—¡Más de dos semanas! ¡Dos! Y tú recién te dignas a venir.
—No estabas y no llame por que odias las llamadas, prefieres hablar cara a cara. Lo siento. —Hice mi puchero, el que siempre funcionaba con ella.
—Ven aquí.
No podía describir todo lo que significaba Cass para mí. Podría dejar de verla un mes, un año, o diez años e igual tener esa conexión única. Un abrazo suyo juntaba todos mis pedazos.
—También te extrañe Ari. Y de verdad, no sabes cuánto. —Las lágrimas salían sin autorización.
—Igual yo. —Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta.
—No llores. Más bien, cuéntame los detalles. De todooo. —Sonreí.
—Tendrás que preparar botanas o pedir pizza, la historia es muy larga.
—Bien, con una playlist de Lasso le daremos más emoción.
Los gritos por parte de ella en las próximas tres horas no pararon. Por todo pegaba un grito, desde uno agudo hasta el más grave. Mientras yo me atragantaba con Pizza, ella escuchaba atentamente.
—Entonces… Te gusta Seth. Osea estás loca. Si dices que el argentino tiene rasgos griegos y bueno Seth, no es guapo que digamos. —Rodé los ojos. Sabía que diría eso.
Resumí mi estadía en Argentina, mi llegada a Lima, mi situación ridícula con Seth. Reconocí mis sentimientos, negué algunos y por fin pude pronunciar su nombre sin dolor. Gregos.
—Haber Ari…
—Cass no te estoy contando para que me psicoanalices, solo necesitaba desahogarme. —Me observaba con algo de pesar.
—Ambas sabemos que Valentina es una cobra, y si ya le puso el ojo a Seth, olvídate, se le pegará como un molusco. Lo mejor es que lo olvides. Busca otro, hay miles de peces por ahí.
—Lo sé. Y créeme que sí quiero conocer personas. Después de tanto por fin ya no duele, ya no tengo pesadillas, me siento bien.
—Me da gusto por ti, no quiero que ese imbécil siga siendo un fantasma en tu vida Aria. Eres única, hermosa, inteligente y todos los adjetivos buenos que puede haber.
Y de nuevo la incógnita aparecía. ¿Vale la pena esta situación?
—Y Seth es un idiota. Por lo que me cuentas, tú has dado señales. Y si él no ha sido lo bastante inteligente para darse cuenta es porque no le gustas. Y si no le gustas es un idiota. —Reí, ella me podía levantar la autoestima en segundos—. Lo digo en serio. Más de la mitad de población del género opuesto te quiere dar, y él tiene la oportunidad y no la toma. Es un idiota.
—Dejemos de hablar de él. Cuéntame de ti. Lo último que me contaste es que estabas con Luis…
—Terminamos hace unos meses. Me reviso el celular sin mi permiso, y sabes como odio esas cosas.
—Cass espera, ¿le terminaste por agarrar tu celular? —No podía creerlo.
Cassia tenía esa personalidad que era blanco o negro, para ella no había grises. Si la cagabas una vez, olvídate te descartaba al segundo. Era demasiado extremista, y eso era algo que a veces la perjudicaba. Luis la ama, estoy segura de que aún la ama.
Y sí que hizo mal al revisar su teléfono sin permiso, sin embargo, intuía que conversando tal vez… Aún estarían juntos.
—Los veía bien. Él te ama, creo…
—Aria, te amo y lo sabes. Eres mi mejor amiga, pero no quiero hablar de Luis.
A eso me refiero.
—Vale. Entonces, ¿pelis? —propuse sacando sus cd’s.
A ambas nos gusta ver películas en un DVD en lugar de una plataforma, siento que, aunque pase el tiempo podre volver a verla.
Primero vamos a comprar cosas para más tarde, nos dará hambre y hay un Tambo cerca.
—Vamos, deja que me ponga las zapatillas.
Llevábamos caminando 30 minutos por toda la avenida y todo estaba cerrado. Mentalmente me sentía cansada, en unos días iniciaba clases y el estrés estaba presente.
—Y si preparamos algo con lo que tengas…
—No hay nada. Todos se fueron a casa de la abuela y no hay nada para preparar, tengo hambre y quiero golpear a Rafael por comerse mi caja de galletas. —Reí por su pataleta.
—¿Cómo está él? —Frunció el ceño.
—¿Rafael? —Asentí—. Bien, estudia economía y tiene novia.
—Recuerdo que era tímido.
—Lo sigue siendo, su novia lo empuja a salir del cascarón. Es como una versión buena de Valentina e Ingrid. Desde que la conoció socializa más, y quiero a mi hermano, a mi manera obviamente. Pero tuvo suerte con ella.
—Me alegra. Y tus papás, ¿cómo están? Quiero probar los tallarines de tu mamá, no he probado alguno que se asemeje. —Empezó a reír.
—Si, están bien. Le encantaría escuchar eso, nosotros criticamos su cocina. Y bueno, ellos están separándose…
No podía creerlo. Era uno de los matrimonios más sólidos que he conocido.
—¿En serio?
—Si, mi padre… Tiene una aventura con una mujer más joven. Cambiemos de tema, mejor cuéntame como está tu madre.
—Bien, estuvo de viaje y recién regreso. Conoció a alguien… —Sus ojos se agrandaron a más no poder.
Y sí, era algo que al escucharlo te tomaba por sorpresa. Incluso yo aún estaba acostumbrándome a la presencia de Carlos.
—Desde cuándo, cómo pasó. No puedo creerlo.
—Aún me adapto… —Mis palabras se cortaron ante la escena que me cayó como una patada al estómago.
—¿Así? —Cass se detuvo y siguió la dirección que observaba—. Ari…
Mis oídos zumbaban, el estómago se me contrajo, mi rostro quemaba, ardía como si estuviera con fiebre.
Luche hasta el último por no derramar ninguna lágrima, y no de tristeza, de cólera e impotencia. Creer en alguien me costaba demasiado, mi nivel de desconfianza es extremo, sin embargo, confiaba en él, confié.