Segundo día aquí:
La abuela Sarah nos colocó una alarma en nuestras habitaciones para despertarnos antes de las 7:00 AM.
¿Razón?
¡Ni idea!
—¿Por qué tuvimos que levantarnos?
—Levantarse temprano es sano y quiero que todos se encuentren llenos de salud.
—¿Pero era necesario ponernos una alarma con gritos de horror?
—Quise darle dramatismo a la situación.
Marina llega a la cocina con cara de cadáver.
—¡Ay Dios!—grita mi abuela.
—¿Qué sucede?
—Te ves preciosa, Marina.
Cierro los ojos con disimulo y escucho que aplauden a mi par.
—¡Nada de volver a dormir!
—Pero...
—Sol...
—Bien, entonces creo que saldré al patio.
—Ese es el entusiasmo que quiero.
Sonrío de forma fingida y me encamino afuera mientras bostezo.
—Buenos días.
—¡Ah!
Pongo una mano en mi pecho y observo al chico de la noche anterior.
—¿Tú de nuevo?
—Mi nombre es Dean, y te recuerdo que me quedé durmiendo.
—Se me había olvidado.
Tomo asiento en una de las sillas de madera que se encuentran en el patio.
—Así que Dean...
—¿Si?
—¿Hace cuánto trabajas aquí?
—Hace ya un tiempo.
—¿Y por qué no sabía de tu existencia?
—Quizá porque nunca vienes a visitar a Sarah.
Pongo una cara de poca amabilidad mientras Dean desaparece por un rato.
—¿Simplemente desapareces?
—No, solo buscaba esto.
A pasos lentos deja una bicicleta frente a mi.
—¿Y eso?
—Es una bicicleta, ¿no las conocías?
—Obviamente sé qué es una bicicleta, ¿pero para qué?
—Para subirse en ella y usarla como un transporte.
—Me refiero para qué está aquí.
—Tengo que arreglar la cadena de los pedales.
—Entonces esa fue la cadena que escuché anoche.
—¿Anoche?
—Cuando tratabas de entrar a la casa.
—¿Eso fue antes o después de que me atacaras?
—Con respecto a eso...
—Te escucho.
—Lamento lo sucedido, aunque también fue tu culpa por asustarme.
—¿Asustarte?, tú me asustaste a mi cuando de la nada me golpeaste con un paraguas.
—Creí que eras un criminal.
—¿Qué te hizo pensar eso?
—No lo sé, ¿quizá el hecho de que estabas cubierto con ropa oscura y tocabas la puerta de forma extraña?
—Oh, eso. Es la clave especial que tengo con Sarah.
—¿Como una contraseña?
—Exactamente.
Dean se concentra en arreglar su bicicleta frente a mi, pero mi atención se guía en sus manos.
Esas manos...
¡No!, mis hormonas no pueden actuar justo ahora.
—¿Me escuchaste?
—¿Cuáles manos?—respondo de forma rápida.
—¿Eh?
—Olvídalo, ¿qué decías?
—Que debo ir a comprar algunas cosas para el jardín.
—¿Y?
—Sarah me dijo que te llevara.
—¿A mí?
—Pues no veo a ninguna otra chica loca con los paraguas por aquí.
—¿Por qué mi abuela te pediría eso?
—Dice que te mira muy aburrida.
—Y la mejor forma de diversión es buscar cosas relacionadas con la jardinería y contigo.
Un agotado Rick sale al patio caminando con rapidez y sin notarnos.
—Eh... ¿Rick?
—¿Qué?
—¿Dónde vas?
—A tomar un vaso con agua.
Dean lo mira con confusión.
—Para eso está la cocina.
Rick abre los ojos de forma rápida y reconoce su entorno.
—¡¿Cómo demonios llegué aquí?!
—Caminando.
—En definitiva no sirvo para levantarme temprano.
Seguidamente Marina sale con una taza de té en su mano.
—¿Cómo llegaste aquí, Rick?
—¿Caminando?
—Por eso te advertí que no debíamos desvelarnos.
—¿Y cómo se desvelaron?—pregunta Dean por curiosidad.
Niego con mi cabeza mientras Marina se sonroja y desvía la pregunta.
—Sol, la abuela dijo que acompañaras a Dean.
—No quiero ir, prefiero quedarme viendo televisión.
—Irás, Sol.
—¿Es que no puedo tomar una decisión por mí misma?
—Estoy a cargo tuyo y te doy la orden de ir.
—¿Qué sucede contigo, Marina?, solías ser genial.
—He madurado.
—Entonces aplica esa madurez en tu vida y no en la mía.
—Ya te di la orden, Sol.
—¡Bien!, como ordene, su majestad.
Marina toma a Rick del brazo para llevarlo de regreso adentro.
—No entiendo por qué es tan controladora.
—Será mejor que le hagas caso.
—¿Qué ganas con que yo vaya?
—Absolutamente nada, pero solo le hago el favor a Sarah de entretenerte.
—¿Y dónde queda el lugar exactamente?
—En el centro del pueblo.
—Eso es muy largo.
—Puedes ir en mi bicicleta ahora que ya la arreglé.
—Ni de loca—me levanto—. Tengo pies para caminar.
***
Llevamos caminando aproximadamente media hora y ya no lo soporto más.
—¿Ya llegamos?
—Solo faltan cuatro cuadras.
—¿Y cómo es la tienda exactamente?
—¿Tienda?, iremos a la plaza.
—¿Plaza?
—Es una especie de mercado al aire libre, encuentras de todo.
Una chica pasa a nuestra par y le dice adiós con la mano a Dean, incluso parece sonrojarse.
—¡Vaya!—exclamo con exageración.
—¿Qué?
—¿No viste su expresión?
—¿Qué expresión?
—La que puso esa chica al verte, le gustas.
—No me enteré.
—Sé que la viste.
—Tal vez.
—No me digas que eres de esos chicos que se las dan de malos.
Frunce las cejas con diversión y niega.
—No, el asunto es que no tengo tiempo para chicas o una relación en general.
—¿Y cuántos años tienes?
—Veinte.
—¿Y no tienes novia?, eso es deprimente.
—¿Te estás ofreciendo?
—¡No!, solo digo que en mi ciudad hay niños de doce años que ya son todos unos conquistadores.
—Seguramente porque no tienen algo más para invertir su tiempo. Yo trabajo y ayudo a mis tíos.
—¿Y te ajusta lo que te da mi abuela?
—Sarah es muy generosa al momento de pagarme, pero igual tengo otro trabajo en la plaza.