Inevitable

Capítulo 47

Tristán regresó tarde esa noche. Al llegar tuvo que contenerse para no salir inmediatamente a la mansión Mikaelson a buscar a Caroline, no quería levantar sospechas o alertar a esa familia y hacer que tomen precauciones. Pero al llegar ya no había nadie, solo un sirviente que se hacía cargo del mantenimiento de la mansión en ausencia de los señores. Se hizo pasar por un amigo que llegaba de visita, así que el sirviente le contó que los Mikaelson vivieron buen tiempo en Mystic Falls, pero ya hace unos meses habían regresado a New Orleans. Rabió internamente, eso no podía ser, ir hasta ese maldito pueblo había sido una pérdida de tiempo.

Después de rabiar bastante, finalmente logró calmarse. No creía que el sirviente estuviera mintiendo, aquello tenía que ser cierto. Caroline estaba en New Orleans, y quizá Aurora también. No tendría que preocuparse por rastrearlas o buscar pistas, ya sabía donde estaban y de ahí no iban a moverse, no había nada que temer. Ahora solo tenía que tomarse las cosas con calma y planear una estrategia para ir por ellas, todo estaría bien. Ellas volverían a su lado, a pesar de sus traiciones, él era bueno y las iba a perdonar. Ya lo había dicho antes, las amaba.

Aurora lo acababa de traicionar. Fingió ser una hermana buena y sumisa, fingió que estaba de acuerdo con el matrimonio, pero lo que en realidad hacía era conspirar en su contra con ese par de maricas que luego se la arrebataron. Seguro que les mintió, les habrá contado atrocidades para que ellos crean que tenían que rescatarla. Huyó de él, lo abandonó aún sabiendo cuanto la amaba. Y peor la otra, Caroline. 

Al menos Aurora se fue con hombres que jamás iban a tocarla, Caroline se fue a casarse con un maldito soldado y encima se dejó preñar por él, desgraciada. Él siempre se lo dijo, pero a ella no le importó. Siempre amó más a Caroline, siempre la cuidó más, y así le pagaba. Se embarazó de otro, tuvo un bastardo de sangre impura cuando iba a ser él quien le iba a hacer todos los hijos que quisiera. Hermosos bebes con sangre pura de los De Martell.

Bien, las dos eran un par de traidoras, eso era un hecho innegable. Pero las iba a recuperar sea como sea. Eran suyas, siempre sería así. Mataría primero al par de maricas que le quitaron a Aurora, luego a quien sea que se atreva a apartar a Caroline de él. Era una suerte que Kol haya muerto, así tenía menos trabajo. Aunque la verdad le hubiera encantando hacerse cargo del miserable él mismo, aquel desgraciado no mereció piedad. Él fue quien le arrebató a su hermana más querida, se la robó y la hizo suya, la dejó embarazada. Pero ya estaba muerto y enterrado, solo esperaba que Caroline haya sufrido mucho, que sepa lo que se siente cuando te dejan. Bien merecido se lo tenía.

Llegó a casa de las Petrova, lo único que quería era descansar. Iba a tener que quedarse siquiera un par de días más, salir tan apresurado levantaría sospechas. Además puede que el viaje no haya sido tan inútil después de todo. A menudo había pensado en si ya era hora de buscarse una esposa también. Así como buscó maridos fachada para sus hermanas, él también tenía que buscarse una mujer que sirva. Alguien hermosa claro, joven, sumisa y discreta. 

Casi no había pensado en eso hasta que aquella mujer Isobel echó la carnada. Vio a la tal Elena y le pareció adecuada para sus propósitos, así que al menos por su lado estaba decidido. Isobel era el tipo de mujer que gustaba usar a sus hijas como carnada para hombres ricos, así que no supondría ningún problema pedirle la mano de Elena y que esta acepte inmediatamente. Quizá solo por eso podría quedarse un par de días más, de paso ponía a sus hombres a averiguar sobre los Mikaelson. Pronto recuperaría a sus hermanas, una ya era viuda y la otra lo sería pronto. Serían suyas por entero y necesitaba una esposa para mantener las apariencias.

La cena fue tranquila, no hablaron mucho, aunque sí notó esfuerzos de atraer su atención hacia Elena y de dejarlos a solas. Como sea, esa mujer no le interesaba en absoluto, ni siquiera quería hijos con ella. Los únicos herederos De Martell serían los suyos procreados con sus hermanas, niños de sangre pura. Terminada la cena, él se excusó diciendo que estaba muy cansado y que quería dormir. Era en parte verdad, había sido un viaje largo y lleno de tensiones, pero ya se sentía más tranquilo. 

Las horas pasaron, en casa ya todos dormían, él acababa de terminar de escribir unas cartas y decidió irse a la cama de una vez. Pero entonces sintió que alguien abría la puerta de su habitación, estaba usando la llave pues él la dejó asegurada. Se puso de pie intrigado, no entendía aquello. O no lo entendió hasta que vio pasar a una de las hermanas. Tatia, Elena, Katherine; maldita sea las tres eran iguales, no había forma de distinguirlas.

—¿Elena? —preguntó sin entender. Puede que su madre la haya enviado a seducirlo. Pero notó en la sonrisa de esa chica algo que no había visto en Tatia, algo que por lo poco que había conocido a es Elena, podría asegurar que no era propio de ella—. Katherine —dijo sin dudar. La muchacha tenía un candelabro que dejó a un lado.

—Tenemos que hablar, Tristán —dijo con toda confianza. Él frunció el ceño. No tenía ganas de jugar a ser seducido por nadie.

—Apenas la conozco, no creo que tengamos nada que hablar. Y tampoco es propio que se presente en mi habitación a esta hora.

—Es algo que le interesa —contestó sin perder la paciencia—. Sino jamás habría venido.

—Muy bien, hable ya —le entró curiosidad, sea lo que sea, esperaba le interese de verdad.




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