Muchas veces es frecuente que un ángel como Ezequiel sea de cierta forma duro, sin compasión y voluble. Pero si conocieras el pasado de Ezequiel ¿pensarías lo mismo?
Hace cincuenta años, Ezequiel no era haci. Ezequiel vivía en el cielo haciendo tareas de diferentes tipos para lograr un lugar en la corte celestial. Era una disputa entre los más débiles y los más fuertes de todo el cielo.
La vida era más sencilla; nada que una taza de elixir celestial al final del día no arreglara. Una combinación de menta, piña, coco y fresa con otros ingredientes que hacían de la bebida un placer en el paladar.
Cinco años atrás, la disputa por lograr un lugar en la corte se había vuelto impaciente por los constantes ataques demoníacos, la legión de Ángeles había perdido bastante terreno en la tierra, las pérdidas angelicales eran demasiadas así que necesitaban reclutas y Ezequiel decidió unirse. Era su deber honrar a sus amigos y conocidos caídos en la guerra.
Al ver los registros, el rencor de Ezequiel por el enemigo se volvió cada vez más fuerte. Entrenó durante un año, y ahí fue donde conoció a Mark.
Al completar su entrenamiento, lo enviaron a distintas misiones a lo largo del mundo, Hong Kong, Nueva York, Sao Paulo, Santiago de Chile, Indonesia, Sydney Vancouver, Seattle, Toronto, Ciudad de México, Venecia, Milán, París, Londres, y finalmente llegó a las ciudad donde vivía Camila hace tres años.
Su misión era cuidar y proteger a la chica, evitar que fuera descubierta y la quisieran aniquilar. Había fracasado, se había enamorado de Camila y sus sentimientos hicieron que su visión se nublaba e impidiera que realizara su misión con la mente fría y calculadora.
La chica estaba muerta, la única persona que había amado de verdad... estaba muerta. Era un total idiota por dejar que eso pasara, debió de haber convencido a Camila de huir ese mismo día, o dejar que pusiera un escuadrón de Ángeles alrededor de la casa y ella seguiría con él.
¿Qué hubiera pasado si lo hubiera hecho? Esa era una pregunta que rondaba en su mente una y otra vez. Pregunta que se quedaría sin respuesta.
Ezequiel se dirigió a su “casa”, una pequeña construcción de un sólo piso con lo necesario, un baño de dos metros por dos metros cuadrados; una recámara en donde apenas entraba una cama matrimonial, el closet y una mesa de noche; una cocina diminuta donde solo podía desplazarse de lado a lado porque en vez de cocina parecía un pasillo con una estufa el fregadero, un refrigerador pequeño y un mueble donde guardar los trastos; y finalmente la sala comedor que también eran pequeños pero era lo que necesitaba. Se sentó en un sofá y tomó la foto de Camila y él que estaba en la mesa al lado del sofá. Con los dedos de la mano que no sostenía la foto delineó el rostro de la chica, sus labios pintados de un tenue rojo mostrando una hermosa sonrisa y sus ojos achinados por la alegría contagiosa que desprendía, que lucían un hermoso brillo. Las manos de la chica alrededor de los hombros de Ezequiel.
Ambos se veían felices, como si nada a su alrededor pudiera dañarlos. Esa foto era del último Halloween, hace unos cuatro meses, Camila había insistido que se disfrazarán a juego, pero Ezequiel no estaba muy de acuerdo; Camila quería ser Hermione y que él fuera Harry porque según ella, la autora cometió el error de emparejar a Hermione con Ron cuando en realidad Hermione tenía que estar con Harry y su segundo argumento era que Ezequiel se parecía más a Harry que a Ron y en eso no podía contradecirla.
Ezequiel tenía el cabello azabache como Harry y sus ojos eran azules como los de Daniel Radcliffe y sólo le faltarían los lentes y pintarse un rayo y sería Harry Potter en persona, así que accedió.
Camila sólo se puso pupilentes color café y alboroto su cabello para parecerse más a Hermione.
Era un recuerdo distante que comenzaba a doler. Sin darse cuenta, Ezequiel comenzó a derramar lágrimas. Dios, la extrañaba tanto. La había dejado ir una vez y se había prometido no volverlo a hacer y ahora Camila ya no estaba más. Y todo por su culpa.
Ezequiel aventó la fotografía haciendo que esta se estrellara contra la pared en un acto de desesperación. La sola idea de un futuro sin Camila era razón suficiente para que el mundo se le viniera encima. Porque no solo se había fallado a sí mismo o al cuartel Angelical, también le había fallado a ella.
Recargó sus codos en las rodillas y dejó que las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Era lo único que podía hacer en esos momentos para tranquilizar su interior. Lo único que lo arrastraría con lentitud al sueño.
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Editado: 07.06.2019