Infierno Escarlata

Capítulo 12

Edith, Erriel y Milosh continuaban su viaje hacia Austro.

La colorada estaba ahogada en ira. Había tenido que abandonar su hogar, a sus seres queridos y su pasado en tan solo un día, por culpa de aquella condesa.

Su mente daba vueltas, maquinando, y comenzaba a encender una chispa en ella. Deimos estaba repleto de injusticias, y la sed de venganza no parecía una alternativa lejana.

¿Por qué seguía huyendo?

Vivir en un sitio diferente era un cambio difícil, pero no imposible.

Las horas pasaban, era media tarde. Habían tenido trece horas de incansable cabalgata, hasta que por fin lo vieron a lo lejos.

Inmenso, una verdadera obra de arte. Su tamaño era descomunal, tenía montón de torres… un juego de vanos en los muros para dejar que la luz incidiera y murallas curvas, dándole un aire místico.

Matorrales colgaban de las atalayas, habían crecido en las alturas del lugar, provocando un sinfín de sensaciones únicas. Parecía integrarse con la naturaleza; naturaleza particularmente distinta a las otras que Edith vio.

Algunos árboles tenían tonalidades anaranjadas, amarillas y rojas que se mezclaban con los típicos árboles verdes. Era normal, ya que el otoño había empezado hace varios días.

Rocas repletas de musgo y algunos hongos yacían esparcidas por toda la tierra… y lo más imponente, sin duda alguna, eran aquellos campos de cultivo.

El suelo era cubierto por flores violetas, blancas y rosas que contrastaban con el paisaje. ¿Podía ser más hermoso aquel lugar? Estaban a punto de descubrirlo: se encontraban frente a la gran puerta.

Y al entrar, la hermosura terminó de culminar. Era idílico… como un sueño, mucho más que el monocromático color de la nieve.

—He aquí estamos, el Feudo de Austro… —mencionó Milosh—. Mis pies parecen petrificarse.

—Lo mismo digo, este calzado me mata —replicó la chica, para quitárselos—, mucho mejor.

Se puso el gorrito por si acaso, aunque tarde o temprano debería revelarle a su cuidadora que era cobriza.

—Vamos, busquemos a alguien que os acoja, Edith. —Y comenzaron su recorrido.

Caminaron por las calles del feudo. Vieron montón de siervos cargando con bolsas de heno, arreando vacas y ordeñándolas. Instantáneamente entraron en razón; era un feudo agrícola y ganadero.

Pero lo que resaltaba, era que la mayoría estaban delgados, faltos de energía. Había mucha escasez.

Las casas eran reducidas en tamaño, al menos su mayoría. Pocas eran las grandes chozas con jardines, fuentes y prados, pero alguna que otra resaltaba. Y fueron tocando puerta por puerta, pidiendo alojamiento, pero no recibieron nada más que portazos limpios y secos, de gente ocupada.

—Es en vano —exclamó Milosh.

—¿Por qué dices eso? —intervino Edith—, no hemos recorrido ni la mitad del feudo, hay que tener esperanzas… quien sabe lo que el destino nos tiene guardado.

La muchacha miró al joven, este se notaba pesimista. No descansarían hasta que tuvieran un hogar donde quedarse.

Edith seguía enfurecida por haber tenido que partir, pero no pudo evitar contagiarse de la energía que Austro les daba. Era simplemente hermoso sentir el calor del sol y ver los árboles a la distancia. Y fue a esa distancia en la que vieron a una señora trabajando.

Decidieron ir.

—¡Buenas tardes, señora…!

—Gadea, Gadea es mi nombre. —Alzó la vista, un poco retobada—, ¿qué queréis?

El duque miró a la pelirroja, confiado en que la anciana iba a aceptar.

—Veo que se encuentra trabajando muy arduamente, por lo que vengo a ofrecerle un trato… ¿requiere mano de obra por parte de esta pelirroja?

La mujer se puso de pie, aun sosteniendo un ramo de zanahorias. Miró a la muchacha, chistosa, y contestó:

—¿De qué podría servirme esta escuálida bermeja en mis campos? Mire sus brazos, delgados como una flor. ¡Y ni hablar de sus piernas! Un poco torcidas y mal cuidadas… no, no, no la necesito.

Edith iba a contestarle, pero la mano del duque la detuvo.

—Es más fuerte de lo que aparenta —le contestó—. Ha vivido en los confines de Pocatrol toda su infancia, tiene aúpa para lo que sea.

—He dicho que no, muchachito… mi nieto trabaja en mis campos, partió unos días hacia el Reino del Norte —enunció ya cansada—, ahora fuera, no piséis mis rábanos.

—Podría recibir un saco de monedas de oro, del mismísimo Duque de Arnau —insistió Milosh, lanzando una sonrisita a su amiga—. Pero bueno, entiendo si no requiere nuestra ayuda, ¡tenga un buen día!

Edith, Milosh y Erriel dieron la vuelta, retornando a sus caballos, pero oyeron que una voz los llamaba.

—¡Esperen, jóvenes!

Satisfecho el muchacho se dio la vuelta, viendo a la mujer corriendo hacia donde estaban.

—Oh, disculpe, ¿se le ofrece algo?



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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