En algún lugar del Polo Norte, una mujer vestida con túnica roja caminaba tambaleante en mitad de la tormenta. Si alguien se fijara en ella, vería que la mujer tenía cuatro llamas a su alrededor.
Esta mujer era Isabel, aunque después de los distintos eventos, decidió desaparecer. Tenía miedo de Arthur por el control que poseía sobre gran parte del mundo, pero tenía un miedo más profundo hacia John. Incluso cuando pensaba que estaba lo suficientemente lejos, recordaba inconscientemente al hombre en armadura y el brillo en sus ojos, haciendo que siguiera caminando sin detenerse.
Su cordura, o al menos la poca que le quedaba, le instaba a huir lo más lejos posible de todas esas personas; de Arthur, de John, e incluso de sus nietas, Lucy y Guilea.
Al principio, cuando comenzó a huir, estuvo en la ciudad y pudo ver desde lejos como Guilea moría atravesada por Sundrac, y como John mató a Sundrac, en ese momento, su mente seguía intacta. No fue hasta después de unas semanas, cuando llegó a Asia, pudo ver a Guilea con las manos manchadas de sangre y con cuerpos humanos a sus pies.
Ese día, comenzó a volver sobre sus pasos y parte de su mente se rompió, aunque gracias a eso no volvió a ver a Guilea. Desde entonces, se estuvo preguntando una y otra vez cómo era posible que un muerto siguiera vivo, al menos de manera intacta sin ser un zombie.
Días más tarde, encontró en una llanura de los Alpes a Lucy y a Arthur con un hombre con túnica dorada. Éste último mató a Lucy, y desaparecieron al atravesar lo que ella creía que era un portal, pero un momento después, Lucy se levantó con ocho alas doradas en su espalda que pocos segundos después se introdujeron en su espalda y formaron un tatuaje.
Su mente y cordura, se rompieron en gran parte, pero gracias a eso recordó un factor clave en su pasado. Ella nunca había tenido hijos, pero siempre pensó en Lucy y Guilea como sus nietas, de hecho, ni siquiera recordaba como las conoció.
Isabel seguía caminando paso a paso, cuando siguió durante un par de minutos, se detuvo. En la nieve, dos esqueletos se levantaron lentamente ya que se estaban formando sus órganos internos, sus músculos, y finalmente, su piel. Los dos esqueletos se volvieron un hombre y una mujer, ambos con el cabello rubio y los ojos celestes.
Isabel sintió que los conocía de algo, sin embargo, con su mente dominada en su mayoría por la locura, no logró recordar de qué los conocía. El hombre, mirando al cielo, caminó hacia Isabel y la agarró del cuello. Los dedos del hombre atravesaron la garganta de Isabel y le arrancó una gran parte de su cuello.
En el sol, el otro John se dejaba mecer por las oleadas de llamas y miraba la Tierra en la lejanía, el cual era un punto que apenas lograba verse.
—Me aburro, ahh...
Al cerrar los ojos, un escalofrío le recorrió la espalda. Momentos después, sintió que alguien lo miraba.
—No me gusta que me vigilen.
El otro John estiró su mano hacia la Tierra, haciendo que de su palma saliera una corriente de aire que viajó rápidamente.
El hombre que había estado mirando el cielo, su expresión se volvió seria a la vez que esquivaba a la derecha, aunque aún así, su brazo izquierdo recibió un corte desde el hombro hasta la uña del dedo corazón.
—¿Ese hombre fue el que mató a Fenrir lanzándose al sol?
La mujer preguntó con curiosidad, aunque el hombre asintió, su frente estaba llena de sudor.
—Lo que no entiendo es que siga vivo y esté tan tranquilo en el sol, es un humano, debería haberse derretido. Pero incluso estando a esa distancia a logrado atacarme sin que lo pudiera ver.
El hombre puso una fea expresión en su cara mientras miraba su brazo.
—Vámonos, Eva.
La mujer asintió mirando a Isabel, ahora sin vida.
—¿Qué hacemos con la mujer, Adán?
El hombre se acercó a Isabel, y usando su pie, aplastó su cabeza formando un charco de sangre y huesos que tornaron de color rojo la nieve y el hielo, después miró a Eva seriamente y le tendió la mano.
Eva sujetó su mano y ambos caminaron hasta que sus siluetas desaparecieron en el horizonte.
Lucifer y Mike llegaron a un cerco en la ciudad hecho de escombros, Uriel estaba sentado en la parte superior observando el interior del cerco. Al acercarse lo suficiente, Lucifer sujetó a Mike y desplegó sus alas, volando hasta Uriel.
Cuando llegaron a su lado observaron lo que Uriel miraba, John estaba en el interior enfrentándose a varios monstruos entre los que pudieron reconocer como gárgolas, arpías, zombies, minotauros y esqueletos.
John estaba en un estado de semidragón con sus garras, cola y alas, intentado mantener alejado a una gárgola con su cola mientras que con sus garras intentaba atravesar la piel de un minotauro.
—Está lejos de ser tan fuerte como el otro John.
Uriel comentó mientras observaba los movimientos toscos de John. Mike, por su parte, no estaba interesado en que fuera tanto o más fuerte que el otro John, estaba mucho más interesado en el material del bastón que utilizó el otro John y en lo que habló el otro John con Omega.
—Uriel, Luci, ¿sabéis qué es "Ouroboros"?
Ambos miraron a Mike.
—Hay cosas de las que es mejor ser ignorante.
—Yo pienso que debería saberlo Uriel.
Lucifer, que sonreía mientras sujetaba en su mano derecha una petaca de plata, habló mientras miraba a Uriel.
—Ya he dicho que es mejor no saberlo.
Lucifer dio un sorbo de su petaca y miró a Mike.
—Con el tiempo te acabarás enterando, además, si no te lo dice Uriel te lo diré yo.
Uriel sujetó el brazo de Lucifer, evitando que bebiera el alcohol en su petaca, y se quedó pensativo por unos segundos antes de ceder.
—Se lo diré, pero John... este John, no debe enterarse de la existencia de Ouroboros.
Lucifer asintió con la cabeza mientras despeinaba el pelo de Uriel.
—Ese es mi hermanito, seguro que has visto con tu don que se acabará enterando de una u otra forma.
Puede que Lucifer no se diera cuenta, pero había acertado al decir que Uriel había usado su don para ver los distintos futuros, aunque lo que vio fue algo que le hizo pensar en el otro John y el espejo que usaba Guilea para hablar con ellos.