El Señor C y John aparecieron en una isla en mitad de ninguna parte. Solo podían ver el océano sin fin y un denso bosque tras ellos.
—No sé ni dónde estamos ahora mismo. Pero tranquilo, no nos hemos movido en el tiempo, solo en el espacio.
Tras varios minutos, John miró al Señor C, que se había desabotonado la chaqueta y la camisa, dejando que el viento soplara en su pecho mientras abría los brazos.
—Lo que Mike y su abuelo me han dicho es que soy un heraldo de algo que hay en una caja.
—Lo sé. "Heraldo" es una palabra para definirlo, otra palabra sería recipiente, receptáculo, mesías, incluso apóstol estaría correcto. Aunque...
El Señor C miró a John, que estaba tocándose el pecho, el lugar donde se encontraba su corazón.
—Es más una maldición que una bendición. ¿Te acuerdas de lo que dije del Pilar de la Muerte en ese bosque?
Tras ver como John asentía, el Señor C se acuclilló sobre la silla de ruedas para estar frente a John.
—Me equivoqué. Mi habilidad no es omnisciente, y me salté un detalle, un minúsculo detalle de la historia. El hombre de aquel cuento, el que perseguía al Pilar de la Muerte... logró matarlo al final. No sé qué hay dentro de la caja, pero sí que sé lo que te ha hecho, es casi como si quisiera reírse de ti...
John miraba al Señor C como si no lo entendiera, por lo que le explicó detalladamente lo que el ser del interior de la caja le hizo.
—Te ha otorgado el poder de asimilar cualquier cosa, pero eso también incluye tus propias emociones. Tu tristeza será insoportable, tu alegría ingobernable, tu odio infinito... debes aprender a controlarte, no debes dejar que tus emociones te controlen John. Ese es el camino de la autodestrucción. Cada vez que sientas que tus emociones se vuelven inestables más allá de lo que puedes controlar, relájate.
—¿Y cómo lo hago?
Con esa pregunta, el Señor C sacó un papel y un bolígrafo.
—Te ayudaré a sacar al caballero interior que tienes. Ten siempre en cuenta que el amor es una fuente de poder ilimitada, por muy difícil que te sea, es posible que al expresar lo que sientes estabilice tu asimilación.
—¿Y qué se supone que debo hacer con esto?
—Una carta para tu amada. Yo me encargaré de que la reciba, no te preocupes.
Con las palabras del Señor C, John se sonrojó, y bajo la máscara el Señor C sonreía.
—Venga John, no te hagas el duro... ya te he dicho que tu asimilación incluye tus emociones, ya te has puesto colorado. ¿Cómo se llama la susodicha?
—¿Eh? Yo... eh... ¿qué?
—Venga, no es tan difícil, empecemos con un nombre. ¿Cómo se llama?
Tras ver como John acababa con la cara completamente roja, el Señor C se alejó mientras se reía.
El Señor C dejó que John escribiera durante unos minutos, mientras, el miró al cielo.
—No os atreváis a mirar, dioses.
En sus palabras había una misteriosa fuerza que hizo que varias nubes se alejaran a la vez que un soplo de aire fresco recorría su cuerpo.
Su amenaza, aunque iba dirigida a los dioses, era para dejarles claro que aunque la importancia de esa humana fuera ínfima en comparación a John, no iba a permitir que la usaran para poder deshacerse de John. El Señor C se acercó a John y observó la carta unos segundos antes de doblarla y guardarla en su chaqueta.
—Se la entregaré con una rosa. ¿O prefieres que le dé otro tipo de flor junto a la carta?
John negó, y observó al Señor C que estaba en silencio desde que leyó el nombre en la carta, un silencio que era realmente incómodo. Dándole la espalda a John, el Señor C no pudo evitar preguntarle a John.
—¿Estás seguro de que su nombre es Sara? ¿No es Lucy o Guilea?
John asintió, ruborizado. A lo que el Señor C también asintió levemente, pero con pesadez.
Tras abrir una grieta hacia el rascacielos de Mike, despidió a John y el Señor C se quedó solo en la isla mirando la carta.
—Sara... ¿el destino está también en su contra?
El Señor C atravesó una grieta que formó frente a él, llegando a la puerta de una casa. Atravesando una pequeña grieta con su mano, de ella sacó una rosa y la coloco en la ventana junto a la carta. Tras hacer completar su objetivo, desapareció tras otra grieta.
En el Cielo, los diversos dioses, ángeles y héroes de muchas mitologías y leyendas llevaban a cabo una reunión, en ella discutían sobre la melodía que resonó de la caja de Pandora.
—No podemos dejar que se abra, ¡sería una hecatombe en todo el árbol del mundo!
—No tienes la palabra, Tyr.
—¿¡Acaso no sabes el peligro que representa, Metatrón!?
—Correcto, la palabra en cuestión es mía esta vez.
En mitad de la discusión, el Señor C apareció en mitad de ellos, justo al lado de Metatrón, que lo amenazó con una espada en cuanto vio que salía de la grieta.
—Te agradecería que bajaras tu arma.
—¿Cómo osas tú, mortal, a entrometerte en asuntos superiores a tu existencia?
El Señor C miró al anciano y se quedó mirándolo unos segundos antes de responder.
—Zeus, si no recuerdo mal, fue tu culpa que ese "hombre" usara la caja de Pandora para sellar en su interior al Pilar de la Muerte. Si no hubieras sido tan soberbio y hubieras dejado que Prometeo le entregara a la humanidad el fuego sin formar un escándalo de ello, no ocurriría esto. Así que solo lo diré una vez, cállate.
El Señor C apartó con su mano la hoja de la espada en manos de Metatrón y comenzó a caminar mirando a todos los presentes.
—En realidad, todos tenéis culpa.
—¡Estás jugando con fuerzas que ni te imaginas, mortal! ¡Somos dioses!
—También deberías callarte tú, Loki. Tus padres son de Jotunheim, lo que te convierte en un gigante de hielo, y no en un dios nórdico.
Odín se levantó y miró al Señor C, respondiéndole con otra mirada.
—¿Algo que objetar, padre asgardiano?
—¿Quién eres? Eres capaz de atravesar el árbol del mundo sin la necesidad del Bifröst, tampoco necesitas estar muerto para adentrarte en el paraíso, y tu corazón no ha sido juzgado aún.
El Señor C se rió de las palabras de Odín, cosa que hizo a los ángeles y dioses sacar sus armas.
—Se supones que sacrificaste tu ojo izquierdo por una sabiduría infinita me atrevería a decir. ¿Y aún así me preguntas quién soy? Eso es ser un mentiroso en la historia, pero todos los dioses sois así ¿no?
—¡Humano bastardo!
Ares, el dios olímpico de la guerra fue el primero que se lanzó hacia el Señor C con su espada en la mano. Aunque al contrario de lo que esperaba Ares, el Señor C ni siquiera tomó una postura defensiva, pero antes de que se diera cuenta, el Señor C esquivó la hoja y golpeó con su puño derecho el rostro de Ares antes de golpearlo de nuevo con su codo, dejándolo en el suelo y posando su pie en su espalda.
—¿De verdad eres el dios de la guerra?
El Señor C miró a los demás y su tono se volvió severo.
—Supongo que para hablar con vosotros, tendré que usar la fuerza bruta... es el único idioma que entendéis al final.
Antes de que nadie pudiera decir nada, el Señor C pisoteó con fuerza la espalda de Ares, agrietando el suelo bajo el a la vez que empezaba a escupir sangre.
—Como habéis podido ver, he logrado que un "dios" sangre. ¿En qué me convierte eso, Odín?
—Eres un asesino de dioses... ¿de qué universo procedes?
El Señor C suspiró mientras negaba.
—No soy un asesino, no soy tan vulgar. Pero hay ciertas reglas que yo sigo, todo lo que está vivo puede morir, y vosotros no estáis exentos de esa regla.
Viendo el revuelo que estaba formando al ser capaz de hacer que un dios sangrara, el Señor C sonrió bajo la máscara.
—Poseo cierta pregunta... ¿todos los dioses del amor están presentes?
Con su pregunta, varios dioses se levantaron y lo miraron. Xochipilli, Kuni, Qetesh, Áine, Yue-Lao, Bastet, Aisyt... todos los dioses y diosas de diferentes panteones asociados al amor se levantaron ante la pregunta del Señor C.
—Bien, sois muchos... mas de los que pensaba que estarían presentes.
—¿Cuál es tu pregunta?
Afrodita fue la primera que habló, haciendo que el Señor C la mirara directamente.
—El hombre que selló al Pilar de la Muerte en la caja lo hizo porque mató a alguien que no debía. ¿Quién era, Afrodita?
Aunque Zeus la miraba seriamente, dejando constancia de que estaba en contra de que respondiera lo más mínimo de ese humano, aún así, Afrodita respondió.
—Porque el Pilar de la Muerte se atrevió a arrebatar la vida de alguien a quien ese hombre amaba profundamente.
—Correcto. Ahora dime tú, Yue-Lao, ¿cómo es posible que un mero mortal lograra matar al Pilar que representa a la mismísima muerte?
Yue-Lao sonrió ante la pregunta del Señor C.
—El hilo rojo del destino que los unía no podía romperse de ninguna manera, puede estirarse y enredarse, pero nunca romperse. Cuando el Pilar lo rompió, el karma ejerció su derecho de juzgar al advenedizo por lo que hizo.
Asintiendo, el Señor C miró luego a una diosa que se mantenía en silencio que parecía un hada.
—¿Y si la historia se repitiera? Aunque, en vez de que estuvieran predestinados, fueran por caminos diferentes. ¿Qué ocurriría, diosa etrusca Albina?
Albina no sabía cómo responder al Señor C, por lo que el dijo unas palabras que ningún dios podría rebatir o intervenir en su decisión.
—Albina, ¿dejarías que un hombre, con un amor que no es capaz de entregar, en soledad?
—No. Aunque todos los dioses me dieran la espalda, acompañaría a ese hombre.
El Señor C sonrió bajo la máscara.
—No esperaba menos de la protectora de los enamorados desafortunados.
Yue-Lao sonreía mientras se acicalaba su larga barba, ya podía imaginar lo que intentaba ese hombre, y lo apoyaba profundamente, ya que era el dios del amor chino.
—Ahora la pregunta real. Según el cuento, ese hombre selló al Pilar de la Muerte, pero nadie me ha negado cuando he dicho que lo mató. ¿Lo que hay en la caja de Pandora es en realidad el Pilar, o es algo peor?
El Señor C dejó de pisar a Ares y caminó hacia una grieta que formó.
—En esta guerra, solo una facción será la ganadora. Está la organización que apoya al chico que ha sido tocado por la criatura que está dentro de la caja, y está la secta de Ouroboros cuyos líderes controlan leyes del universo. ¿Apoyáis al chico enamorado que guarda similitud con el hombre del cuento? ¿O por el contrario firmaréis vuestro fin ayudando a Ouroboros? También cabe la posibilidad de que seáis tan idiotas como para ir en contra de ambos y acabéis muertos. Si queréis mi consejo, apoyad al chico.
Metatrón apretó el puño mientras veía al Señor C desaparecer por la grieta, en ese momento, los dioses del amor de cada panteón se separaron del resto, y Albina habló por ellos.
—Como representante de las diosas y dioses del amor de diversos panteones, expresamos nuestra decisión de apoyar al humano.
Yue-Lao, en cambio, miraba con interés un hilo rojo que se extendía hasta el infinito en sus manos que únicamente el era capaz de ver.
—Así que este hilo es... ese hombre, ¿cómo sabía a quién realizar sus preguntas?
Yue-Lao miró a los dioses a su lado, cada uno comprobando a ese humano y a su destino amoroso.
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Editado: 13.05.2024