Infinitamente enamorada.

|Capítulo 37|

Esteban me tenía entre sus brazos, esa sensación se sentía verdaderamente bien, me quite cuidadosamente de su agarre, fui a ducharme.

Entré al baño, le abrí al grifo, mi cuerpo agradeció el tacto frío del agua, terminé de ducharme y sentí mi fragancia impregnada en todo el baño.

Cuando estaba limpia y cambiada me dirigí a la cocina, abrí el refrigerador y lo único que había eran cervezas y leche, en la alacena habían condimentos y masa para hot cakes, eso me hizo preguntarme, ¿de qué se alimenta mi chico?

Subí al cuarto, tomé mi bolso y salí a comprar el desayuno a la cafetería que está por mi casa, de nada servía hacer la despensa si Esteban no cocinaba para sí mismo.

—Buenos días, ¿está lista para que tome su orden? —preguntó amablemente la mesera.

—Sí —sonreí —dos órdenes de bisquets con huevo y fruta, un café cargado y una malteada de chocolate.

—¿Para aquí o para llevar?                                            

—Para llevar.

—Enseguida —la mesera se retiró, después de algunos minutos el desayuno estaba listo, pagué y regresé a la casa de mi chico.

Subí a su recámara y todavía estaba dormido, me acosté a su lado y me dispuse a admirar a mi chico.

Su olor varonil hacia que mis hormonas bailaran de felicidad, estar acostada y mirarlo de tan cerca me enloquecía, es un chico muy guapo. Su nariz refinada, sus cejas pobladas, sus largas pestañas, la forma tan masculina de su rostro se complementaba con su quijada marcada, su manzana de Adán y sus labios promedio, pero los labios más deliciosos del mundo.

Acaricié su cabello negro como la noche, después su mejilla e iba abriendo sus ojos preciosos y marrones poco a poco.

—Buenos días, mujer —me saludó con un beso fugaz.

—Buenos días, hombre.

—Estás preciosísima, bomboncito —besó la punta de mi nariz.

—Y tú, estás guapísimo —negó —si lo estás, flaquito, tu rostro tan masculino me enloquece —acaricié el tatuaje de su pecho.

—Tus caricias me matan, cielo.

—Perdón —me ruborice.

—Me encantan y tú me encantas aún más.

—Flaquito, vamos a desayunar.

—Voy a ducharme, ¿puedes ayudarme?

—¡Sí! —dije sarcásticamente.

—Sólo me ilusionas, cielo —rodó los ojos y reí.

Preparé la mesa y él ya estaba perfectamente bañado.

—Flaquito, ¿dónde comes diariamente?

—En el trabajo, compro comida con una señora, cielo.

—Al menos espero que cocine mejor que yo —bromeé.

—Nadie hace las cosas mejor que tú, bebé.

—Corazón, deberías llenar la alacena y vaciar el refrigerador.

—No tengo nada en el refrigerador, mi amor.

—Tienes cervezas —rodeé los ojos y por fin nos sentamos a comer.

—Son por si acaso, bomboncito —le dio un sorbo a su café.

—Las tiraré por si acaso —rio.

—Ya no tomo tanto, cielo —me encogí de hombros.

—Te he dicho que no quiero que mueras por tanta azúcar y por tantas sustancias tóxicas que le metes a tu cuerpo, Esteban.

—Y yo te he dicho que no soy lo suficientemente valiente como para morirme y dejarte sola, cachetitos.

—Estás advertido —lo apunté con mi dedo índice y mi dedo fruncido.

—Lo sé, te amo, cachetitos.

—También yo —sonreí.

—¿Tú preparaste todo esto, cielo? —negué.

—¿Cómo iba a prepararlo sin ingredientes, flaquito?

—Haces magia con lo que encuentras, por ejemplo conmigo.

—Eres demasiado bobo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.