Dépaysement: sentirse extraño o inseguro en un lugar que no es tu hogar.
Salieron del cuarto y lo primero que vieron fue a Zarael que las esperaba.
— Vamos. Se tardaron demasiado —se quejó. Sin embargo, los únicos que comenzaron a caminar por el pasillo fueron los dos mayores, que se detuvieron al ver que su Reina no los seguía.
La niña fue atrapada por la gran vista a un ventanal enorme, en forma de círculo, que daba a un espacio verde, cuando se acercó un poco más pudo ver un gran laberinto hecho de hojas verdes y rojas, de muros anchos sobre los que había mesas de caracol y sillas envueltas en una especie de pelaje naranja mientras gente merendaba muy feliz allí; a los costados de los muros había escaleras, que por lógica se usaban para subir y bajar.
— ¡Sorprendente! —exclamó con una enorme sonrisa.
— ¡Apresúrate! —la regañó el caballero.
Por no quedarse un segundo más no pudo ver cuando una de las mujeres; que estaban ahí, de estructura alta; tiró sus zapatos puntiagudos al suelo y bajó a los brincos por la escalera. Eso había despertado todos los sentidos de curiosidad en su ser.
Siguió caminando por los pasillos alumbrados sólo por ventanas parecidas a la anterior, pero pequeñas, que por las altas paredes estaban demasiado arriba como para que ella viera lo que pasaba afuera.
Luego cruzó una gran puerta cubierta de lo que parecía bronce con picaporte y adornos de oro. Sus dedos picaron y por ello la abrió. Los sonidos de cristales chocándose hacían eco en la enorme cocina que estaba dirigida por pequeñas personas con orejas tan largas, como las de un sabueso, que llegaban a tocar el piso mientras que sus ropas eran negras con estampados en blanco y verde claro. Absolutamente todos voltearon a verla cuando la puerta se abrió. Ahin estaba fascinada con todo lo que veía hasta el momento. Sin embargo, el eco de unas fuertes botas y unos tacones chocar contra el suelo la desencantaron, eran Zarael y Wabi, y la expresión en el rostro del joven no era muy amistosa. La tomó del brazo y entre quejas la llevó a rastras por los pasillos. Pero lo que para él parecía completamente normal, para ella era fascinante. Las paredes estaban pintadas completamente con colores magníficos que mostraban escenas que no comprendía en su totalidad, eran como pinturas abstractas pero que si te detenías a ver, cada centímetro contaba una historia que no tardaría en conocer. Personas muy altas, cerca de los dos metros o más pasaban junto a ella, vestían ropas extravagantes, que si no eran sumamente cortas arrastraban por el suelo como velos de novia. Una en particular le llamó la atención; una mujer, pasada los dos metros, que tenía su piel en tono rosa pálido, su cabello rosa pastel, corto y con rulos, un bonete sobre su cabeza de un rosa intenso, y ropas extremadamente largas, similares a un vestido o una bata, en un rosa más oscuro que su cabello, un cinturón de cuero rosa fuerte, y un maquillaje variante en las mismas tonalidades, con la expresión más seria que jamás haya visto, ni su madre podía tener esa imagen.
Luego llegaron a estar frente a una pared que era decorada con una hermosa pintura de una mujer totalmente blanca, en todos sus sentidos, desde la punta de sus pies hasta el último extremo de su cabello, con una excepción, sus ojos color púrpura destellante.
— ¿Quién es ella? —preguntó Ahin sosteniendo la mirada a los ojos de la beldad.
— Era la antigua Reina —contestó Zarael contemplando la pintura, luego suspiró y comenzó a caminar hacia la pared—. Apuren, el Príncipe está esperando —dicho esto atravesó la pared como si ésta no estuviera ahí. Para sacarla de la impresión, Wabi la tomó de los hombros y, junto a ella, la hizo cruzar la pared.
En un segundo se toparon con un salón expuesto por la falta de puertas, un enorme umbral de oro les dio la bienvenida. Entre adornos lujosos y flores de cristal, dos tronos yacían en el fondo del salón sobre una plataforma que los hacía brillar con intensidad. Eran grandes, uno cerca de los tres metros y otro de dos, tan esponjosos y blancos que cualquiera que lo vea a simple vista diría que se trataba de nieve. Tras ellos un gran ventanal en forma de semicírculo, que dejaba ingresar la luz potente de un sol blanco con apenas pequeños rayos en amarillo.
— ¡Zarael, querido! —anunció alegre un muchacho de rizos rubios y una ostentosa capa blanca que al ver a los recién llegados se dirigió al trono menor, se colocó en frente, y sin sentarse, se volteó a verlos. Su sonrisa desapareció cuando su mirada se posó sobre aquella persona desconocida ante sus recuerdos— ¿Mi Reina? —preguntó algo desconcertado.
— Eh… sí —exclamó Zarael en su lugar—. Ella es la nueva Reina.