Embasan: usar ropa mientras se baña.
El carruaje que andaba por el bosque tenía las ruedas tan grandes que llegaban a un diámetro de dos metros, estaban hechas con espinelas color rosas, al igual que el resto del carruaje que a cualquiera que pasara por ahí sabría de quién se trataba. Dentro iban tres mujeres y un caballero con una resplandeciente armadura, portando en ella el prestigioso escudo con un conejo rosa. Dos de esas tres mujeres eran tan idénticas como dos partículas de polvo, de estatura media, con el cabello tan oscuro como las tinieblas, corto, con dos mechones en la parte delantera más largos, y un flequillo por sobre las cejas; tenían puestos unos vestidos color cielo con mangas y cuellos blancos, con grandes escotes que dejaban a la vista gran parte de sus pechos; ojos blancos característicos y labios rojos carmesí. En medio de ellas iba una mujer de perfecta figura, labios carnosos, rojos sangre; mejillas naturalmente rojas, ojos color turmalina rosa, cabello largo, rubio, y una cabeza pequeña que portaba una corona alta llena de piedras lilas; con la frente en alto, y una delicada sonrisa.
Iban camino, ya llegando, al Reino Candor a la coronación de la nueva Reina. Con su mente segura, la Reina Jara, espera paciente llegar junto al resto de la Congregación de Reinas.
— Su Majestad —le dijo el caballero. Ella lo vio con una sonrisa esperando a que hablase— ¿El Príncipe, su esposo, no viene?
— No lo creí necesario, no —contestó restándole importancia. Luego colocó una de sus manos, disimuladamente, en el muslo de una de las damas que estaba a su lado dándole una mirada lasciva, provocando que ésta se tensara.
Ahin caminaba, apresurada, por los pasillos del castillo para llegar al Salón I y hablar por primera vez, cara a cara, con el Príncipe Sebastián luego de haberse enterado que las Reinas estaban en camino. Zarael iba frente a ella mientras que todos los súbditos, que aún no sabían del cambio, la miraban de arriba abajo. Wabi iba a su lado dictándole los nombres de cada uno de los Hiloit, o nobles como los había decidido llamar ella en su mente, que pasaban. En un momento, un hombre aparece en el fondo del pasillo, estaba vestido con una capa roja, la cual por dentro se veía blanca; tenía una barba espesa, aunque se veía joven; no llegaba a ser más alto que Zarael y parecía totalmente ordinario. Pero lo que llamó la atención de la joven fueron las manchas coloradas que se podían ver en su rostro saliendo por entre sus vestiduras.
— ¿Quién es él? —le preguntó a Wabi.
— ¡Oh! —exclamó como si lo hubiera olvidado— Sí, él es Klasco, el alico real.
— ¿Qué es un alico? —preguntó sin poder dejar de verlo pues éste había posado su vista examinante sobre ella.
— Es como un médico, pero con la diferencia de que es el único en todo el reino que sabe crear magia. Cuando el Rey dividió las tierras puso uno en cada reino para que curara las enfermedades. Claro que, él es el único que no vendió sus secretos —la mirada expectante de Ahin no dejaba escapar ni un suspiro de esa persona que caminaba por el largo pasillo—. Algunos dicen que puede ver el fututo. Yo no lo sé, no creo mucho en eso. Se hizo grandes fortunas diciéndole a la gente lo que no tenía que hacer para que la oscuridad no la tocara —Wabi se detuvo cuando éste ya estaba cerca. Klasco frenó frente Ahin interrumpiendo el paso de los tres que iban apresurados, se inclinó y extendió una mano hacia la niña. Ella la tomó y él la besó.
— Estoy bajo su velo, Majestad —dijo. Ahin sonrió torciendo la cabeza, sin saber qué responder. Luego él se incorporó, soltó su mano, volvió a hacer una reverencia y siguió su camino con las manos detrás de su espalda.
— Vamos —las apresuro Zarael.
Retomaron sus pasos, pero algo despertó la mente de Ahin. Sintió algo en su mano, la mano que acababa de ser besada, la elevó y abrió. En la palma tenía un pequeño papel enrollado. Su corazón palpitó impaciente, le ordenaba que abriera ese papel, se lo estaba gritando, y ella no pudo negarse. Lo desplegó y la caligrafía: aquella tan antigua, escrita en tinta; se robó toda su primera atención, luego las palabras que comenzaron a tomar significados diciendo:
“No todo el polen vuela junto al viento. Que sus labios no se mojen”
Presionó su mandíbula intentando comprender ¿Qué significaba? ¿Debería decírselo a alguien? Finalmente optó por guardar aquel papel bajo el lazo que apretaba su cintura, por lo menos esa incomodidad serviría de algo.
Habían llegado al dichoso lugar y los pies de Ahin ya dolían, no se podía imaginar caminar esa distancia todos los días. Atravesaron el muro y sin espera se encontraron con el Príncipe. Éste se dio vuelta cuando los vio entrar.