Capítulo 28:
Ciudad Desértica
Los pasillos ya no son como los corredores de la casa que llegué a conocer, están oscuros y huele a humedad, como si estuviera en una cueva. Me detengo a tocar las paredes y no son lisas, sino deformes. Jamás pensé que debajo de mi hogar existiera una cueva, pero a estas alturas de mi vida, cuando ya he visto de todo, no me sorprende. Una pequeña llama cubre mis dedos, mis ojos detallan el lugar donde me encuentro, un pasillo estrecho y deforme. Algunas partes de las paredes están húmedas, mientras que otras están completamente secas. Avanzo con cautela, hasta donde termina el oscuro pasillo.
A medida que me acerco a esa luz cegadora en la que termina el pasillo, escucho voces murmurando y el aullar de un lobo. Mi corazón se agita con cada aullido y acelero el paso. El miedo carcome mis huesos, y con un solo pensamiento: que no sea Sergio. Lo deseo con todas mis fuerzas. Doy un paso y la habitación aparece ante mis ojos. Solo desearlo no ha sido suficiente.
Nariel, mi hermana, ocupa el lugar de mi madre, es la líder del pentagrama, sostiene ese enorme libro negro que ha desgraciado mi vida. Tanils se encuentra a su lado, igual que el cuervo, Fabián y esa anciana. Los cinco llevan esos mantos negros que tapan sus cuerpos. En el centro yace un cuerpo atado a cadenas, moviéndose con desespero por liberarse. Mis pies se mueven para alcanzarlo, para detener lo que sea que está por suceder, pero no soy tan rápida como mi hermana. Tanils clava una daga en el pecho de Sergio, el lobo aúlla con su último suspiro.
Todos se detienen en busca de la procedencia del grito que escapo de mi garganta. Todas sus miradas están sobre mí, sorprendidos de que me encuentre presente. Pero se vuelven insignificantes para mí, solo hay algo importante y son esos ojos azul verdoso sin vida. Veo cómo su alma se desprende de su cuerpo y esa sombra negra se apodera de él.
Los ojos de Sergio dejan de ser azules para volverse rojos. Su cuerpo se pone en pie, mirándome fijamente. Una lágrima se desborda de mis ojos, no puedo contenerla. Miro a Sergio, al hombre al que amo, pero él ya no está allí. Solo queda su cuerpo, con un demonio dentro.
No pude salvarlo, lo perdí. ¡Maldita sea, lo perdí!
Esas cadenas prendidas en fuego vuelven a aparecer, y atan el alma de Sergio. Nos miramos los pocos segundos de los que disponemos, él sonríe de esa manera irresistible que me enamoró. Pero no puedo sonreír, el dolor me está consumiendo en vida. Esta será la última vez que lo vea, esto será lo que recuerde mi mente cada día. Solo puedo llorar. Oigo un susurro leve, pero, aun así, claro:
—Te amo.
Sintió como si estrujaran mi corazón al escuchar sus últimas palabras. Quiero gritar que lo amo, pero no pudo, las palabras quedan presas en mi garganta. Las cadenas arrastran a Sergio por una abertura en el suelo y lo veo desaparecer ante mis ojos. Mis piernas caen estrepitosamente y las lágrimas humedecen mi rostro. No me queda nada, ya lo he perdido todo. Mi alma se ha destrozado en mil pedazos.
En medio del dolor, no advierto que alguien se acerca a mí. Una mano fría toca mi barbilla y eleva mi rostro con delicadeza. Entre las lágrimas veo esos ojos completamente negros con el anillo rojo en la pupila, los ojos de un demonio.
—Selt —su voz sobrehumana me hace temblar—. Sepulta la ciudad.
No puedo decir nada, me siento cohibida ante su tétrica mirada. Observo el cuerpo de Sergio con empatía. Físicamente sigue siendo él, pero basta con observar sus ojos y darse cuenta de que ya no lo es. El demonio, Simón no se ve feliz por estar libre. Era lo que quería, que las cadenas de mi madre se rompieran y tener la vida que ella le arrebato. Algo va mal en él, lo siento. Limpió mis lágrimas y me levanto sosteniéndole la mirada.
—¿Sepultarla? —mi voz es un susurro que apenas abandona mis labios. El bosque que termina en un lugar lleno de ruinas y sin ningún tipo de vida más que la mía. Otra visión en busca de ocupar la realidad. — Eres libre Simón.
—No, no lo soy.
Él aparta la vista bruscamente y se aleja con dificultad, como si no pudiera manejar el cuerpo que ahora posee.
El cuervo lo ayuda a mantenerse en pie. No tiene estabilidad al caminar. Unir un alma a un cuerpo que no le pertenece no es algo fácil. A pesar del dolor que arraiga en mi corazón, comienzo a reír. Es muy gracioso ver lleno de preocupación los rostros de mis hermanas, que no saber qué hacer para ayudar a su nueva creación.
A Simón le está costando respirar, cae al suelo temblando. La desesperación hace que los demás se muevan sin sentido. Nariel da órdenes, pero no logran organizarse. Las cosas comienzan a escapárseles de las manos. Después de unos segundos de giros sin sentidos, Tanils y la anciana marcan un símbolo sobre el pentágono, uno que jamás he visto. El cuervo y Fabián mueven al demonio hacia el centro y Nariel pasa hojas tras hojas de ese inmenso libro negro, desesperada y enojada. Las cosas no estaban saliendo como lo habían planeado, lo puedo ver tan claro en cada uno de sus rostros.
Solo falta que Nariel tome su lugar. Avanzo despacio al pentágono, que brilla en rojo fuego. Están tan ocupados colocando al demonio que nadie se fija en mí.
Nariel entra en el pentagrama ocupando su lugar en una de las puntas de la estrella. El otro extraño símbolo palpita como si tuviera un corazón y la tierra vibra con cada latido. Nariel comienza a recitar algo en una lengua extraña y hace una pequeña abertura en su brazo izquierdo. Deja que su sangre caiga en una de las líneas de aquel símbolo, que se alimenta de ella.