ADELE
Estoy en una celda, sentada en el suelo sin poder entender por qué me acusan a mi. Pero mejor no discutir, mi inocencia se va a demostrar. Yo sé que no soy culpable. No tengo nada que esconder... O eso creo.
¡Por Dios, soy incapaz de matar aunque sea una mosca!
—Señorita Phoenix, es momento de ir a la corte— escucho que me hablan.
Levantó la mirada y frente a mí está el detective Marcus Withmore; vestido con un pantalón vaquero negro, camisa azul marino y una cazadora de cuero. Hasta ahora le he puesto atención. No tiene más de treinta años y me mira con compasión.
—Muy bien. Vamos entonces— le digo y me pongo de pie.
Por favor que todo salga bien. Me quiero ir a mi casa ¡Ya!
—Soy inocente, ayúdeme por favor... Soy incapaz de matar a Michael.
Por favor... Créame.
—Señorita, oficialmente no puedo decirle nada que le ayude, extraoficialmente, sé que usted no lo hizo—me dice el detective en voz baja y yo me quedo petrificada al oírlo.
—¿Me cree?—balbuceo consternada.
—En este oficio se ven muchas cosas, ni se las imagina... Pero sé cuando tengo frente a mi a un asesino— se explica sin dejar de mirarme a los ojos.
—¿De verdad?
—Si, señorita. Y sé que él no la dejará sola— continúa. — Además los Mills no soy ningunas blancas palomas...— se calla
—¿Qué? ¿De qué habla?— no comprendo. ¿Quién no me dejará sola? ¿Y como es eso que los Mills no son ningunas blancas palomas?¿Que quiso decir?
—Tenemos que irnos. Por aquí— carraspea y se aparta para darme espacio.
Me coloca las esposas el detective y me escolta hasta un vehículo. Al subir veo a los señores Mills, a Katy y a Jared fuera del edificio de la policía.
La familia de Michael se ve deprimida, Jared... No sé ni como describirlo, pero parece que le da gusto verme así. Obviamente Kathy sus padres no están aquí para darme su apoyo, pero ¿Jared? No entiendo su comportamiento.
Llegamos a la corte y me hacen pasar a una sala pequeña. Ahí me dedico a esperar mientras mi ritmo cardíaco ha aumentado considerable.
—Siguiente.
Escucho que nos llaman y un policía uniformado me toma del brazo y me hace pasar a una sala grande. Hay mucha gente... Esto me asusta. Sé que no tengo nada que esconder si soy inocente, pero no deja de ser intimidante.
Me acercan a un pequeño atril y frente a él está un señor ya mayor, debe tener alrededor de sesenta años, tiene algunas arrugas en el rostro, pero es evidente que no es un hombre amable.
Al acercarme a él me mira de forma altiva y me detengo en seco.
—Le escucho, fiscal Anthony Webber—dice un juez, que al igual que el fiscal es un hombre mayor... Él debe tener cincuenta y pocos. Su cabello canoso, algunas arrugas debajo de los ojos.
—Caso 261745, con fecha al 30 de mayo del presente año. Familia Mills, contra Adele Josephine Phoenix, cargos: Asesinato premeditado y amenazas contra Michael Mills. Pedimos pena máxima—escucho al fiscal.
Me quedo de piedra al escuchar lo que dicen de mi y no me permito hablar, simplemente no me salen las palabras.
Miro a mi alrededor y me sorprende ver que mi padre me mira y me da valor con una sonrisa. Van entrando Robert y mi madre y se acercan a mi papá. Del otro lado de la sala están los Mills y Kathy mira al frente, la señora Miranda, está destrozada y no para de llorar mientras abraza con fuerza a su esposo que se mantiene a su lado y con los ojos cerrados.
—¿La defensa?— escucho al juez y vuelvo a mirar al frente.
No tengo una defensa... Es más, no tengo ni idea de qué hacer. Ni siquiera puedo emitir una palabra para defenderme.
Mi respiración empieza agitarse, y el pulso empieza acelerarse ¿Que voy hacer? Estoy aterrada
—Buenas tardes, su señoría. Williams Ross—escucho a mi lado.
Miro y está un señor de unos sesenta años vestido de traje a medida color gris con rayas tenues en azul, corbata azul y sostiene en sus manos una carpeta. Se gira y me sonríe de lado.
William Ross... Medito y miro su sonrisa. Recuerdo vagamente que he visto a pocas personas sonreír de esa manera. Dios... ¿Quiénes?
Joshua, el ligue de Kathy; lo ví sonreír durante la fiesta cuando Kathy nos llevaba por un corredor de su casa.
Empiezo a recordar...
—Tienes unos hermosos ojos azules—le digo al chico que me invitó a tomar una botella que encontró en el minibar de la casa de Kathy.
—¿Hermosos?—replica ligeramente tímido y sonrojado.
—Si—le respondo envalentonada por el alcohol.
—Creo que nunca me lo habían dicho. O tal si, aún así gracias.
—Pues me alegro de ser posiblemente la primera en decírtelo.
—Preciosa, tú eres en otras cosas la primera—me dice y sonríe.
—¿Eres virgen?—le pregunto sin vergüenza.
Hace un momento le confesé qué tal vez mi novio me engañó por qué nunca llegamos a tener sexo, posiblemente porque mis relaciones sexuales con Jared no fueron del todo placenteras o tal vez la del problema soy yo.
—No. No soy vírgen, pero eres la primera chica que abordo en una fiesta y eres la primera que me ha hechizado—me explica y me mira con deseo.
—Eres lindo— le digo y me lanzo a sus brazos y lo beso completamente cautivada con sus palabras.
—Si. Lo sé— se aparta y me sostiene de la cintura para con su entrepierna frotarse en mi, eso me excita —Y me verás más lindo en cuanto me quite la ropa.
—¿De verdad?— le pregunto jadeando.
—Si.
—A que te gano— lo desafío y doy otro trago a la botella que traíamos.
—¿En qué?
—En quitarme la ropa y en cuanto a ser lindo. — Necesito saber cómo realmente se siente un orgasmo de verdad.
—Demuestralo...—me sonríe de lado y se aparta por completo para quitarse la americana.
—Le escucho— habla de nuevo el juez y me devuelve al ahora.
Editado: 18.07.2020