Inocencia Truncada ©

Capítulo I. Candy Vaillant. Parte II

    

     —Este es un pueblo tranquilo; vivimos aquí hace 40 años y jamás un robo violento, nunca un homicidio —relató Clemont con un nudo insoportable en la garganta—. ¿Secuestro de niños? ¡Por favor! Eso no pasa en nuestras comunidades. Y ahora, casi sin darnos cuenta, vivimos inmersos en una pesadilla sin fondo. ¿Sabe usted lo que se siente que te arrebaten a tu bebé?, no saber si está viva, si está sufriendo, si necesita a su papá...

     No pudo soportarlo más. Rompió en llanto como un niño desamparado y no aceptó siquiera la compasión de su esposa, que se deshacía por dentro para mantener una férrea e inquebrantable apariencia

     —Disculpe a mi marido...

     —No hay nada que perdonar. Sé exactamente lo que se siente —dijo Thomas buscando con cautela acariciar las manos de Esther.

     —¿Ha perdido un hijo Sr. Weiz? —preguntó con la voz entrecortada.

     —Se han llevado a mi hija, sí —respondió con una sonrisa autocomplaciente—. Todavía no lo supero, creo que nunca lo haré. Sé que no es muy alentador lo que digo, pero no vine acá a venderle mentiras a nadie.

     —¿Y su esposa como lo lleva? —preguntó tomándolo de la mano, invirtiendo los roles.

     —Ella también murió.

     —Tal vez fue lo mejor —soltó sin anestesia—. Una parte nuestra muere con ellos ¿sabes?

     —Ni siquiera puedo imaginar la intensidad de la conexión —respondió secándose las lágrimas que comenzaban a escapar de sus ojos; y luego de unos instantes, respiró hondo y puso manos a la obra para intentar dilucidar qué era lo que ocurría en esos pueblos olvidados por Dios.

     Candy Vaillant, era la última de tres jovencitas desaparecidas en el Condado de San Mateo y aunque la policía continuaba una búsqueda desesperada, intentando recolectar cualquier pista que pudiera conducirlos a algún sospechoso,  los magros resultados, empujaban a los familiares de las víctimas a aceptar cualquier ayuda; aunque proviniera de un completo desconocido.

     —Empecemos por el principio; cuándo y dónde desapareció su hija.

     —Era de noche, estábamos en la fiesta anual que conmemora el aniversario de fundación del pueblo.

     «No hubo año que no asistiéramos, es nuestra fiesta. Se prepara con meses de anticipación. Juegos, espectáculos, shows en vivo y una cena a la luz de la luna, resulta ser el corolario de una jornada descontracturada, repleta de alegría. En una de esas fiestas conocí a mi marido ¿sabes? Aquí no hay muchos sitios a los que puedas ir de noche más que a las pijamadas, ¡perdón! Qué antigüedad.

     —No hay cuidado—sonrió—. ¿Y en qué momento notaron la ausencia de Candy?

     —Estaba sentada, junto a los otros chicos, mirando un show de magia —se detuvo por un momento, buscando fuerzas para continuar—. Con Clemont fuimos a comprarle un refresco, el calor era agobiante...

     —Y al volver ya no estaba.

     —Todo el mundo comenzó a buscarla. Nadie parecía haberla visto, simplemente se esfumó —dijo sin poder contener el llanto.

     —¿Alguna vez se había alejado voluntariamente? Ya sabe, las travesuras de niños.

     —Este pueblo no es como otros; estamos rodeados por un ambiente selvático. Sabía que no debía alejarse sin nuestro consentimiento —respondió como pudo, temblando, apretando contra su nariz un pañuelo descartable.

     —¿Tiene una foto de ella que pudiera darme? —preguntó Thomas acariciándole el hombro.

     La mujer se paró raudamente y se dirigió a la cocina donde una imagen de Candy, se escondía en uno de los recovecos de su billetera. Se tomó su tiempo. Desde el living se podía escuchar el llanto desconsolado de una madre a la que en un segundo, le arrebataron algo más valioso que la vida misma.

     —¿Sabes qué es lo peor de todo? —preguntó mientras le entregaba la foto de su hija de 11 años—. Que es nuestra culpa que ya no esté.

     —Quien sea que se llevó a su hija, trabaja de eso; créame. Son especialistas en moverse entre la multitud, en ocultarse a plena vista. La habían elegido; no había nada que ustedes pudieran hacer. No se mortifique más. Espero pronto poder venir con novedades.

     —¿Dónde vas a ir? —preguntó apretando las manos contra su pecho.

     —A hacer lo único que sé —suspiró—. Voy a atraparlos, voy a atraparlos a todos.

     Después de semejante respuesta que, como era de esperar, obtuvo el consentimiento de una madre descorazonada, Thomas abandonó el pueblo con la seguridad de que el monstruo que buscaba cazar, estaba lejos, bastante lejos de los lamentos y las súplicas de los pueblerinos que continuaban en vano, buscando en cada rincón alguna pista de su paradero.

     El gesto adusto en el rostro de Thomas y la mirada fija, perdida en ninguna parte, no daban demasiados indicios sobre los pasos a seguir; menos si se tiene en cuenta que su destino decantó en un viejo y desgarrado hotel de mala muerte en la capital del Estado.

     Lejos de pasar inadvertido, avanzó abriéndose camino a los empujones, inmutable ante las decenas de caricaturas que observaban sin mirar la insolencia manifiesta.



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En el texto hay: crimenes, aventura, suspenso

Editado: 25.09.2018

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