Jacque.
La alarma sonó, pero yo me encontraba despierto hacía ya un rato.
Hay veces en las que te acuestas en la noche con una gran emoción, que casi no duermes por estar pensando en eso que te altera, y que al despertar ni siquiera esperas que alguien más lo haga, te despiertas por la misma inquietud. Y hoy, había sido una de esas veces.
La razón de mi emotividad, era el hecho de que probablemente a partir de hoy, tendría un acercamiento más profundo con Alizee, ya ella me estaba aceptando como su amigo, y eso significaba que se abriría más a mí, no se mostraría tan indiferente y confiaría en mí.
Sin embargo, tomaría todo con calma, procuraré no asfixiarla ni incomodarla, quiero que se tome su tiempo para que se dé cuenta que se puede volver a renacer, que las heridas sanan y que hay cosas que deben morir, para empezar a vivir de nuevo, pero eso no quitaba el hecho de la gran emoción que sentía mi corazón en estos momentos.
Me encontraba admirando el amanecer que nacía este día.
Me encantaba poder perderme en las tonalidades cálidas y vivas del horizonte, el poder contemplar las nubes, sus texturas y formas. El cielo era realmente maravilloso, y el éxtasis visual que regalaba cada mañana, era deslumbrante, y yo vivía fascinado de él cada día.
Si me preguntaban que prefería contemplar, si un amanecer o un atardecer, sin dudar respondería que el amanecer. Este me cautivaba de una manera especial.
Agradecí por mi vida, por la de mis seres queridos y por las mínimas cosas que siempre están, pero que muchas veces minimizamos su valor, por lo mismo, cuando no debería ser así, tendríamos que disfrutarlas con más intensidad.
Luego de haberme bañado, me cambié y cumplí con mi rutina diaria. La puerta se abrió, justo cuando me colocaba perfume.
—Jacque, es hora de… —para en seco al notarme de pie frente al espejo—. ¿Qué haces listo? Siempre tengo que despertarte —frunce el ceño.
—Buenos días a ti también, papá —sonrío ampliamente—. Me desperté un poco antes, quería llegar más temprano a la galería —me encojo de hombros.
—¿Tiene nombre la razón por la cual quieres hacer eso? —inquiere levantando una ceja.
—¿Oyes eso? Mamá, nos está llamando para desayunar, no deberíamos hacerla esperar —menciono caminando hacia la puerta.
—Jacque, tú mamá ni siquiera se ha levantado de la cama —se cruza de brazos con una sonrisa.
—¿No? —frunzo el ceño—. Ella suele estar despierta a esta hora.
—Hoy se sentía mal, le dije que podía quedarse en cama, que yo me encargaba del desayuno.
—¿Qué tiene?
—Dolor en los huesos.
Salimos de la habitación.
—Iré a verla —me detengo en la puerta de su habitación.
—Yo iré a decirle a Layve, que ayude a mamá, en lugar de ponerle más cargas.
Asiento y toco la puerta.
—Sigue.
—Hola mamá —hablo sentándome a su lado.
Ella sonríe.
—Hola Jaky.
—¿Cómo te sientes?
—Me duele todo el cuerpo, pero estoy con vida.
—¿Ya tomaste alguna pastilla?
Niega.
—Tengo que desayunar primero, no quiero ganarme una gastritis también —contesta pasando sus manos por mi cabello.
—¿Papá, ya está cocinando?
—No lo sé —cierra los ojos.
—Iré a ayudarlo —acaricio su mejilla.
Ella asiente con lentitud.
Salgo de la habitación y siento algo feo en mi pecho. Pocas son las veces que he visto enferma a mamá, y de todas esas veces, esta, me ha inquietado como ninguna otra. No me gusta cómo se ve, ella se caracteriza por estar llena de vida y energía, y se ve... algo apagada. Quizás es alguna gripa, de esas que te cogen y apalean.
Cuando llego a la cocina, tomo el delantal y me lo pongo, subo las mangas de la camisa y me dispongo a buscar los ingredientes para el desayuno.
Prepararé algo simple, huevos con tocineta y tostadas. Pocas veces he cocinado, pero en ninguna he incendiado la casa, y no es por presumir, pero hasta ha quedado rica la comida.
—Vaya, pero que tenemos aquí. Un Jacque, cocinero —molesta Layve, apoyándose en la encimera—. ¿A qué se debe este honor? ¿Vendrá a desayunar Alizee, y no me han avisado?
—¿Amaneciste muy graciosa hoy? —levanto una ceja.
—Un poco, creo que mi futuro es ser comediante —sonríe.
—De una audiencia sorda —digo por lo bajo.
—Te escuché —riñe.
—¿Sí? La idea era que no —respondo mientras pongo el pan en la tostadora—. ¿Puedes exprimir las naranjas para el jugo? ¿O se te cae la corona, princesa? —bromeo.
—¿Se te contagió lo gracioso, idiota? —dice levantándose yendo en busca de las naranjas.
—Oye, Layve —la llamo mientras pongo la mesa.
—¿Sí? —responde exprimiendo las naranjas.
—¿Has notado a mamá, débil o.… con algún síntoma fuera de lo común?
—La he visto marearse un par de veces, pero eso es algo que puede suceder por un mal movimiento —se encoge de hombros.
—Quizás... —dejo escapar un suspiro disimulado.
—¿Por qué? —pregunta sirviendo el jugo en los vasos.
—Nada en específico, sólo que no me gustó cómo la vi en cama hoy —digo con preocupación.
Layve, no responde más nada.
—¿Puedes llamar a papá?
Asiente y avanza unos cuantos pasos.
—¡Papá! —grita.
Yo salto en mi puesto.
—¡Layve! —digo en tono de regaño—. La idea era que lo buscaras, le enviaras un mensaje, yo que sé. No gritarle, si mamá se quedó dormida, con tu grito ya la despertaste —la fulmino con la mirada.
—¡Lo siento! —chilla levantando las manos en señal de paz.
La miro con los ojos entrecerrados para luego tomar la bandeja con la comida que le subiré a mamá. En el camino hasta su habitación, me cruzo con papá, que viene bajando por las escaleras. No cruzamos palabra alguna, ya que viene hablando por teléfono.
Toco la puerta dos veces y espero una señal para poder pasar, pero esta no llega.
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Editado: 16.07.2021