Tras un mes de su peculiar encuentro con el “señor Armani” en la clínica, Rose no conseguía sacarse el azul de sus ojos de la cabeza.
El sol brillaba sobre las altas paredes de roca y su frente se encontraba perlada en sudor mientras ponía un pie por encima del otro y se aventuraba en una sesión de escalada junto a sus amigos.
Hacía mucho que Rose no se tomaba un día de descanso. Con tres empleos y un constante temor a que algo malo ocurriese si bajaba la guardia, resultaba difícil encontrar momentos para volver a ser ella misma.
El aire fresco y la emoción llenaban el ambiente, pero algo dentro de Rose no parecía estar en sintonía con la buena vibra de sus amigos. De repente, una oleada de náuseas la golpeó, y luchó por contenerlas mientras se separaba de la roca y accionaba el arnés para bajar a tierra firme.
—¿Estás bien, Rose? —llamó su amiga Sarah, observándola con preocupación desde arriba.
Rose le hizo una seña para tranquilizarla.
—Sí, solo estoy un poco mareada, ¡nada de qué preocuparse!
Sus otros amigos comenzaron a hacer bromas, sugiriendo que quizás estaba embarazada. Rose les respondió con un gesto poco elegante del dedo medio, pero un segundo después estaba corriendo hacia un bote cercano para vomitar.
—Que asco —gimió limpiándose la coba con el dorso de la mano.
Sarah llegó a su lado.
—Te ves como la mierda, chica.
—Ah, calla. —Rose empujó a su amiga en un gesto amistoso, pero sabía que Sarah tenía razón—. Prométeme que jamás volveremos a seguir una sugerencia de James. Estoy segura de que han sido los burritos de la avenida Holland.
—Todos comimos lo mismo y estamos bien. —A Rose no le gustó la sonrisa burlona que Sarah le dedicó—. Dime que usas protección cada que te acuestas con el motero de Jared.
—Ya no me acuesto con él —le recordó la pelinegra con un gruñido, y tomó la botella de agua que Sarah le ofrecía. Tenía mucho calor—. Sabes que lo dejamos hace más de un mes.
—Ya, pero eres una géminis, cambias de opinión como cambias de pantys. —Rose le dedicó una mala mirada—. Y, además, nuestro discreto amigo Patrick comentó haberte visto con Jared ayer, en el callejón tras la cafetería.
Rose taladró a Patrick con la mirada, a pesar de que este se encontraba en mitad de una escalada con el resto del grupo.
—Cotilla —masculló Rose antes de explicarle a su amiga las razones de aquel encuentro—. Jared no para de buscarme, ¿vale? Ayer tuve que dejarle claro que si continuaba acosándome levantaría una orden de restricción en su contra.
Sarah la miró con asombro.
—¿Entonces… ya no quieres nada con él?
—¿Por qué pareces tan sorprendida?
—No lo sé, parecías muy enamorada dos meses atrás.
—¿Amor? ¿Qué es eso?
—No seas idiota, Rose. Sabes de lo que hablo. Jared no es mi tipo favorito, pero hasta un ciego podía ver como te brillaban los ojos con él.
Rose suspiró.
—Quizás ese fuera el problema. Jared me hacía sentir demasiado y no es el mejor momento de mi vida para dejarme llevar por emociones tan intensas como esa. Lily me necesita y yo tengo muchas cosas que resolver en mi vida antes de asumir el compromiso que él…
—Que él quería contigo —completó Sarah. Rose asintió—. Entiendo, pero, ¿por qué no lo hablaste con él? Quizás lo hubiera entendido.
—Un hombre que te compra un anillo después de tres meses saliendo contigo no es el tipo de hombre que entiende eso de “llevarlo con calma”, créeme.
—¡¿Jared te propuso matrimonio?! —Sarah gritó y Rose tuvo que taparle la boca con una mano.
—Baja la voz, que no se tiene que enterar todo el mundo.
—Por Dios, no sé si sentir miedo o pena por él.
—Yo siento ambas cosas, así que está bien.
—¿Segura? —Sarah la tomó del brazo—. Lo de miedo lo decía en broma, pero si realmente te sientes amenazada…
—No, estoy bien. Sé que Jared no me haría daño. En algún momento tendrá que cansarse y entonces irá por su siguiente conquista. Mientras tanto creo que lo mejor será que regrese a casa.
—¿Quieres que te acompañe?
—No. Tu quédate y diviértete con los chicos. Yo tomaré el metro. Estaré bien.
Sarah le dio un abrazo.
—Avísame cuando llegues a casa, ¿de acuerdo?
—Lo haré.
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Lily observó que el rostro de Rose se encontraba más pálido de lo normal cuando esta regresó al departamento tras apenas unas pocas horas de haber salido a divertirse con sus amigos.
Eso consiguió llamar su atención y dejó el trabajo que estaba realizando en el ordenador para ir en su ayuda.
—Oh, no, ¿qué ha pasado contigo, Rose? ¿Te has puesto enferma?
—No nada. —Rose le ofreció una sonrisa cansada—. Solo recuérdame no volver a probar los burritos de la avenida Holland.