Era muy tarde, las nueve de la noche y aún no servían mi jugo de frutas en la cafetería.
No sé porqué había tanta gente un martes, quizá se enteraron del descuento en bebidas frías y postres, o simplemente era un buen día.
Miré a todos lados, observando cada detalle en las personas que con suerte hallaron una mesa libre para tomar un café.
Dos chicas tomándose un selfie, un tipo leyendo un libro, tres amigos riendo a carcajadas y al final del local, un joven de camisa a cuadros revisando su celular con mucha paciencia.
¿Qué pasará por la mente de cada uno?
-... Avance señorita -me empujó una señora que parecía enfadada.
Mi turno había llegado pero yo estaba tan perdida imaginado la vida de los demás.
Avancé hasta la caja, Saúl me atendió. Era una cliente habitual y ya conocían mi nombre, incluso mi pedido.
-Hola Alejandra-me saludó él con una amplia sonrisa-, ¿lo de siempre?
Asentí en señal de afirmación; un jugo de frutas y dos donas. Mi cena de todos los martes al salir de la academia.
Cancelé y me puse a un costado para esperar por mi pedido.
-Finn -llamó una señorita desde la barra, quien es nueva porque no la había visto antes. En su mandil estaba bordado su nombre; "Luana".
Por mi lado pasó el joven de camisa a cuadros que vi mientras esperaba en la cola, y recibió lo que parecía ser un café y media docena de donas.
En ese instante recibí una llamada de mi madre preguntándome a qué hora iba a regresar a casa. No fue fácil explicarle que no era mi culpa si se tardaban en atenderme.
Colgué el teléfono y Luana me dijo en voz baja: -Ya que eres una clienta frecuente, te estamos atendiendo rápido. Ya saben todos que vienes los martes.
Me entregó la compra como si fuera algo ilegal, sonrió y siguió como si nada.
Pude oír a personas murmurar sobre la preferencia hacia mi, pero no era algo que me importase.
Agradecida por la maravillosa atención me retiré del local dando un sorbo a mi bebida.
A media cuadra de la cafetería, noté que algo me faltaba; mi celular. Lo debí dejar en barra mientras esperaba la orden.
No podía ser más tonta.
Corrí hasta el establecimiento y, mientras yo entraba, Finn salía con mucha prisa, haciendo que mi jugo se estallara contra mi pecho.
Pasó en cámara lenta. Grabé en mi memoria su expresión de asombro y vergüenza.
Un chillido fue lo único que hice, en cambio, el joven se disculpó unas tres veces y se fue corriendo.
La gente se quedó mirando, algunos sorprendidos y otros riéndose de mi desgracia.
Saúl apareció con un trapo para limpiar el piso y un jugo nuevo junto con mi celular.
-Tienes suerte que Luana lo haya Guardado -me dijo devolviendo mi preciado aparato. Me extendió el vaso con jugo también-. Un pequeño regalo, no fue tu culpa que el joven haya tenido esa actitud.
-Oh, gracias -atiné a decir ante tal muestra de ¿amabilidad?
El chico sonrió y limpió el desastre en el suelo.
Salí nuevamente y caminé sin ninguna interrupción hasta casa. No podía olvidar aquel inoportuno momento que el chico me hizo pasar. Sentí mis mejillas arder del roche.
Al llegar a mi hogar, mi madre me cuestionó por la hora de mi regreso, pero al ver mi ropa sucia y mi expresión de ira tuvo que creerme.
-¿Compraste jugo y no me trajiste un poco? -mi hermana preguntó indignada.
Ella siempre acostumbrada a que si alguien come algo, le invite un poco.
No le hice caso y fui directo a bañarme, después lavaría mi ropa.
En el transcurso de la noche, estuve hablando con Sara, una amiga que me ayudó a buscar un empleo como niñera.
-Escucha Ale -me dijo seria-, te estoy recomendando a la mejor clienta de mi madre. No puedes fallar.
La madre de Sara es una excelente vendedora de bienes raíces, con clientes que tienen grandes puestos de trabajo y por supuesto, casas lujosas.
Una de estas compradoras se hizo muy amiga de la señora Paula, quien me recomendó para cuidar a la hija de ésta. Solo por una semana.
El pago sería más de lo que yo esperaba . Teniendo en cuenta que son siete noches y la pequeña se pasaría más de la mitad de las horas durmiendo.
-Estoy lista -aseguré.
-Lo sé -me confirmó ella-. En tres días deberás ir y dar lo mejor de ti.
-Pienso que será pan comido. La niña estará durmiendo...
-No lo sé, desde que su padre murió ha estado teniendo pesadillas e insomnio -comentó.
La historia de la pequeña niña me hizo sentir una presión en el pecho pero al final logré dormir.
Desperté a la mañana siguiente cuando la alarma sonó.
Hora de ir a la academia.
Lo difícil de querer postular a una universidad nacional es la competencia muy reñida y se necesita una buena base para poder dar el examen de ingreso.
Yo deseaba ser una traductora, me va muy bien con el inglés. Aún no me decidía, pero sobraba tiempo para eso.
Desayuné e inmediatamente tomé un carro que me dejaría a dos cuadras del centro de estudios.
Estaba más dormida que despierta y se podía notar.
Muchos de los alumnos ahí tenían cara de querer dormir toda una vida.
Lo malo de muchas academias pre universitarias es que esfuerzan demasiado a los jóvenes solo para que al momento de publicitar se hagan de más fama.
Muchos ingresantes igual a más estudiantes, que es lo mismo a dinero.
Yo le había prometido a mi madre ingresar. Y no iba a desaprovechar la oportunidad de un centro pre.
Tomé asiento en el mismo lugar de siempre; tercera fila, pegada a la pared.
Las carpetas en ese lugar iban juntas, es decir son como bancas largas y mesas de igual forma. Caben al menos 4 personas (si se toma una distancia prudente).
En en salón hay tres columnas.
Estaba lista para tener un día normal, en donde nadie me hablara.
No es que sea anti social, solo que no quiero distraerme mucho conversando.
Conocía a todos en el aula, pero no éramos amigos.
Excepto por tres chicas, nos llevábamos bien. Lo malo era que siempre se sentaban adelante, y ese no es mi lugar favorito.