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Dos

Las clases transcurrieron con normalidad, el chico que se había sentado a mi lado al inicio se cambió de sitio cuando llegaron sus amigos.
Me volvió a hablar para pedir prestado un lápiz. Fue cuando una de sus amigas preguntó por mi nombre.
Ella era la única que se veía amigable del grupo, se llamaba Claudia.
Estuvimos unos minutos hablando un poco, pero una chica, súper antipática, nos interrumpió y me miró muy mal, como minimizándome.

En realidad yo no podía con ese grupo, lo detestaba demasiado.
Se sabían la mayoría de los temas tratados y no les importa contradecir al profesor.

Yo solo deseaba irme de ese lugar, pero igual que siempre, el día se pasó lento y aburrido.

Cuando al fin nos dejaron salir de la academia Claudia me dirigió la palabra otra vez. A su lado iba un chico alto, se notaba muy seguro de sí mismo.

—Hola Alejandra —dijo amablemente.

— Hola —no tenía mucho que decir, estaba cansada.

Íbamos llegando a la puerta principal, caminando rápido. Al parecer no era la única aburrida.

—¿Por dónde te vas? ¿Vas por el Condominio Los Pinos? —esa zona era muy tranquila y lujosa.

—No... —Dije apenada— Voy por el centro, cerca al óvalo de los Ángeles.
Digamos que la zona en donde quedaba mi casa también era bonita, pero no tanto como la de ella.

—Oye —le dijo a su amigo—, ¿Tú no vives por allá?

Él asintió.
Seguramente querrá que vayamos juntos.

—Él es Santiago.

—Hola —dijo con una voz gruesa.
Tenía todas las de ser altanero. Como la mayoría de su grupo.

Una camioneta negra se detuvo al frente de nosotros.
—Ya me voy —dijo apurada—, adiós chicos.
Subió al vehículo y se fue.

Nos dejó en la acera. Yo me sentí muy incómoda, pasaron segundos que parecían una eternidad.

—Bueno, me voy. —le dije a Santiago para liberarme del silencio incómodo que se había formado.

Quiso responder pero sus amigos lo llamaron. Entonces se fue en la dirección contraria a la mía, no sin antes hacer el gesto de despedida con la mano.

Conecté mis audífonos al celular y puse música para ambientar mi retorno a casa.
La avenida estaba llena de gente, corría un poco de viento y yo me sentía perfecta.

Después de cinco cuadras alguien tocó mi hombro.
Volteé de inmediato y vi a Santiago sonriendo.

Parece que no me había liberado él como pensé.

Me quité un auricular, tenía el volumen alto y aún podía escuchar un poco de "How do you sleep?" De Sam Smith.

—Te estuve llamando dos cuadras atrás —dijo tratando de ocultar el hecho que se había quedado sin aire.

—No te oí —le dije.

—Caminas muy rápido —comentó sorprendido. Asentí la cabeza en señal de afirmación—. ¿Quieres que te acompañe?

No.

—Claro, está bien.
¿Por qué dije eso? Tenía que decir "no, gracias".

Que Santiago y yo nos regresemos juntos significa que será así siempre, incluso se le podría ocurrir la idea de ir los dos a la academia.

Aunque, mirándolo bien, no es alguien desagradable. Quiero decir, no es tan guapo pero tampoco tiene mal aspecto. De hecho, tiene buena presencia.

—¿Tienes dieciséis? —me preguntó.

—Diecisiete. —respondí.

—Pareces menor —estaba sorprendido—, yo tengo dieciséis y parezco de dieciocho.
Se rió.

Traté de reír como si aquello hubiese sido divertido. Puedo fingir muy bien que estoy interesada en una conversación. Él no se daba cuenta pero yo so quería caminar en paz.

—¿A que carrera planeas postular? —seguía con las preguntas. Al parecer es de las personas que no dejan de hablar.

—Traducción e interpretación. —respondí.

—El inglés se me hace difícil, aunque sí puedo entender algo.

—Es fácil para mí. También quiero aprender francés... y Ruso.

—Ese idioma si debe ser difícil.

No dijimos nada más por unos minutos.
En realidad no se sentía mal algo de compañía. Ir todos los días sola a casa también podría ser algo peligroso, y aunque yo no tenía miedo, estaba bien ser precavida.

Santiago empezó a contarme sobre su colegio, este año sería el último y luego estudiaría Arquitectura.
Tiene dos hermanos, un perro y le gusta escuchar rock de los 80's.

—Tu no hablas mucho... —comentó.

—No por ahora, quizás algún día me explaye demasiado y me tengas que callar. Por ahora estoy bien escuchando. Me gusta escuchar a otros.

Sin darnos cuenta, llegamos al óvalo de Los Ángeles. Se llama así porque tiene tres estatuas de ángeles, adornados por arbustos y algunas flores rosadas y amarillas.

— Yo sigo a la izquierda —comenté para recalcar que debíamos separarnos.

—Yo debo ir a la derecha, a tres cuadras en un pasaje.
Por poco y me da el número de su casa— Quizá podamos ir juntos a la academia —propuso Santiago.

¡Lo sabía! Fue su plan desde un principio.

— Bueno, mañana no podré pero pasado mañana sí.
Sonreí un poco para que no se notase que mentía.

— Genial, nos vemos.—sonrió también— Adiós.
Se acercó y me dio un beso en la mejilla para luego irse.

Sentí que aquello había sido muy forzado, aunque pareció una perfecta coincidencia, ¿No?
Santiago y yo vivimos cerca, quizás él me vio pasar por aquí muchas veces y tal vez se lo comentó a Claudia. Planearon entonces el encuentro casual para que el joven pueda entablar una conversación conmigo.
¿Por qué? ¿Acaso le llamo la atención?

"Piensas muchas cosas, Ale" fue lo que me dijo Sara cuando le conté lo ocurrido ese día.

— Entonces crees que no le intereso... –corroboré su punto de vista.

— Bueno, ya que lo dices, quizá si le llames la atención. Pero no creo que haya armado todo eso para hablar contigo... Suena descabellado.

—Tienes razón. Igual buscaré sus redes sociales para ver a quién tengo en frente.




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