El viernes llegó, debía ir a la academia nuevamente.
Había estado evitando a Santiago todo el día anterior, hablamos un poco pero más tiempo pasó con sus amigos.
Y ese día no quería verlo, por alguna razón me sentía incómoda hablándole... Como si yo no encajara en su grupo. Son muy distintos a mi.
—¿Puedo faltar hoy? —pregunté en el desayuno.
—Me rogaste para que te pagase una academia y ahora no quieres ir —inquirió mi mamá.
Era cierto, le había dicho a mi madre que necesitaba una academia para ingresar a la universidad, se lo mencioné por una semana hasta que accedió a mi capricho.
Con las pocas ganas que me quedaban, terminé de de comer y caminé en dirección al centro de estudios.
Había olvidado mis audífonos en casa y me arrepentí de no haber vuelto por ellos.
El camino sin música es demasiado triste.
—No me avisaste —una voz que reconocí inmediatamente habló a mis espaldas.
La figura de Santiago se hizo presente, y sonriendo caminó a mi lado.
¿Llevaba tiempo siguiéndome?
—No tengo tu número —comenté—, ¿Cómo podría avisarte?
—Cierto —sacó su móvil del bolsillo y me lo ofreció—. Anótalo.
Lo hice y me envió un mensaje a WhatsApp, entonces lo agendé.
El camino fue poco interesante, o quizás yo no estaba prestando mucha atención. Para ser sincera quería estar sola, caminar sola... Aunque él no era tan molesto como sospechaba. Quizás si podemos ser amigos después de todo. Debería hacer un esfuerzo para encajar con ellos.
Dejé esos pensamientos a un lado y seguimos el rumbo.
Cuando llegamos a nuestro destino, todos sus amigos se quedaron mirándonos atónitos. Sobretodo una chica, Silvia, me observó con odio y asco. No trataba de ocultar sus muecas de indignación, y no era la primera vez. Desde que empezó el ciclo ha sido así, y me fastidia que sea así.
Lo que había pensado antes se desvaneció, estaba segura que no encajaría ahí.
Santiago actuaba normal, los saludó y se hicieron las preguntas habituales; "¿Cómo estás?", "¿Viste el partido?", Etc.
Aproveché esos segundos para ir a mi lugar habitual, creyendo que Santiago se quedaría con su grupo. Pero no fue así, se pasó a mi costado. Tuve la ligera sensación de que pasaría algo más, pero se limitó al habla cotidiana y algunos comentarios de las clases.
Ya a las 12:30 el turno de la mañana había acabado.
Santiago me informó que debía ir a otro lugar y no podría acompañarme hasta mi casa, lo cual fue un alivio para mi.
Así que tomé un camino diferente para ir a casa.
Pensé en las posibilidades que tenía con aquel muchacho.
Aunque parecía muy pronto, yo estaba tan segura que le interesaba, mi instinto me lo decía.
Quizá me quería para algo pasajero o tal vez no.
También existía la posibilidad de que solo seamos amigos y luego nos olvidemos.
Pero ya debía dejar de pensar en eso.
Aunque era prácticamente imposible.
Me caracterizo por pensar mucho en las cosas, imaginar escenas que probablemente no sucedan y diálogos que nunca se dirán.
—¿Ocurre algo? –preguntó mi mamá a la hora del almuerzo.
—No, todo está bien, solo tengo sueño.
Mediante WhatsApp, Santiago me escribió.
Quería saber si podríamos ir en la tarde juntos a la academia. Dejé su mensaje sin respuesta.
Unos minutos más tardes, Sara me envió un mensaje recordándome que mi trabajo como niñera iniciaría ese día.
Entonces tenía la excusa perfecta para no asistir a clases.
Mi madre estaba muy preocupada por mi trabajo ocasional pero no hizo más que darme recomendaciones sobre cómo cuidarme.
Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, alisté una mochila con un polo de repuesto, cepillo de dientes, una toalla de manos y gas pimienta casero.
Tomé un taxi, estaba emocionada y al mismo tiempo temerosa. Qué tal si la niña tiene algún tipo de ataque y no sé cómo reaccionar.
Aunque, bueno, se supone que el curso de verano que tomé sobre primeros auxilios será suficiente para cualquier emergencia.
—Es aquí –me indicó el conductor. No podía creer lo rápido que llegamos.
Le pagué y baje del vehículo.
Miré la hora en mi celular, había llegado 10 minutos antes de la hora pactada.
Tome unos segundos para admirar la casa. Era grande, con ventanas grandes y un jardín en la parte de adelante.
Toqué el timbre, luego de unos segundos una señora de buena presencia apareció tras la puerta.
—Buenas noches, soy Alejandra...
—Si, claro –interrumpió–, pasa niña.
Sonaba apurada, así que seguí su paso.
La casa por dentro era otra maravilla, tenía un toque rústico pero moderno. Y no esperaba menos, según me comentó Sara; la señora trabaja como gerente en una minera.
—Te anoté aquí algunas cosas que deberás hacer con Nicolle –tomó un papel y lo leyó–, seguramente la verás con su hermano. Él saldrá a trabajar dentro de un rato y volverá a la una o dos de la mañana. A esa hora tomarás un taxi o te puedes quedar hasta el día siguiente, no hay problema.
Asentí.
—Nicolle tiene pesadillas constantes –prosiguió luego de una breve pausa–, a veces habla sola. Desde que su padre murió piensa que yo o su hermano vamos a morir también. –Dejó el papel encima de la mesa del centro de la sala. Lo tomé para seguir leyendo.
—¿No toma algún medicamento? –pregunté.
—No, nada de eso –salió de la sala unos segundos y volvió con una maleta de viaje–. Hay comida en la cocina, si quieres algo de dinero o necesitas lo que sea le avisas a mi hijo. Ya debe estar por bajar, debe ir al trabajo.
—Está bien –comprendo todo lo que quiere decir aunque se quede sin aire mientras lo dice.
—Solo te pido –dijo con calma y como si me fuese a pedir lo más importante del mundo–; no le abras la puerta a nadie. No aceptes algún delivery, si ves algo extraño llama a mi hijo. Dejé su número en la refrigeradora.
—Claro, entiendo. No le abriré la puerta a nadie.
Tomé aquello como una alerta. Sentí el miedo que sus palabras transmitían.