København-2016
Estaba claro. Había un asesino en el colegio.
Tal vez si en la escuela hubiesen puesto más atención a las quejas del alumno Fadil Haddad, todo se podría haber evitado desde un principio. O al menos esas eran las suposiciones que se escuchaban en la sala de profesores mientras esperaban la llegada de la policía de investigaciones, casi al cumplirse una hora desde el «accidente».
¿El principal sospechoso? Christoffer Dahl, alumno de último año de secundaria, quien en ese momento se encontraba apartado en una sala esperando a que la policía llegase a interrogarlo. Uno de sus profesores que, según las voces del pasillo, era el que más afecto le tenía, se acercó solo una vez a la puerta y lo escuchó llorar del otro lado. Todos los maestros estaban ya al tanto de la situación, criticando el comportamiento del alumno y asegurando que era algo que se esperaban desde el día que lo conocieron. Él, el señor Bager, de física, era el único que podría haber tenido un comportamiento diferente al resto. Siempre confió en Christoffer y creyó en él, aunque tuviese todo en su contra. Sin embargo, lo único que salió de sus labios tras oírlo sollozar fue un: No creí que fuera capaz de esto.
Y salió de la oficina.
La directora se quedó mirando en silencio la puerta un rato, para luego ordenar unas carpetas blancas y dejarlas sobre la mesa. Su despacho nunca había estado tan lleno de personas y mucho menos de murmullos, como si realmente le temiesen al sujeto que estaba del otro lado de la puerta.
—Aquí tengo todos los papeles del alumno. Seguramente el inspector los solicitará —ya no sabía si hablaba para ella misma o a los demás docentes que estaban a pasos de su escritorio de vidrio, ahora todo desordenado.
En sus treinta años de trabajo, jamás le había tocado escuchar un caso como ese.
—Realmente nunca pensé que él sería capaz de algo así —farfulló, con los ojos ya hinchados de tanto aguantar el llanto —. ¿En qué mundo vivimos, por Dios?
Entonces, una risa irónica. La profesora de química, la única maestra de cabello corto como varón de la escuela, se acercó de brazos cruzados a su mesón. Estaba furiosa, pero podía mantener el control de las líneas de expresión de su angulado rostro.
—¿Nunca lo pensó? ¿En serio? —su tono de voz, a pesar de la situación, seguía sonando severo y ronco al igual que cuando daba sus cátedras. Era conocida como “bruja” por sus estudiantes y la directora Rask siempre había estado de acuerdo con ese apodo en silencio.
—Miranda, yo…
—No, señora Rask —endureció aún más la expresión. La rectora jamás creyó que eso sería posible —. El alumno Dahl fue siempre un atorrante. Era mentiroso, siempre me interrumpía las clases y no dejaba de ser un grano en el trasero.
—Eh, Miranda —el profesor de literatura, un hombre ya bastante mayor, por fin se levantó de su asiento y se acomodó los lentes —. No porque sea un alumno complicado lo vamos a crucificar, ¿o sí?
—Te recuerdo que el estudiante Fadil Haddad va directo a urgencias por culpa suya, Einar. Es un asesino, digamos las cosas como son.
—Fadil aún no está muerto, Miranda —intentó aliviarla Einar, pero fue inútil. Ella estaba muy cabreada.
—No es así. No despertará —apretó sus codos con sus huesudas manos —. Ya verán cuando lleguen los padres de Christoffer. Se las verán conmigo y les diré de una buena vez que su hijo es un payaso que viene a clases a puro hacer acoso escolar.
La directora cerró levemente los ojos. Ya tenía una jaqueca de tanto tiempo que había escuchado quejas en torno al asunto.
—Miranda. Yo me encargaré. Nadie se acercará a Dahl ni a sus padres hasta que arribe la policía.
—Esto es el colmo —caminaba de un lado a otro en la estrecha sala, sin mirar a nadie a los ojos —. A ese chiquillo deberían haberlo expulsado la primera vez que Fadil vino a quejarse de su existencia.
—Son niños, Miranda —dijo la señora Rask, pero ya no le salía la voz. Quería puro llorar.
—No son niños. Si a Dahl lo consideran culpable, tendrá una condena como cualquier otro delincuente.
—Esperen —el profesor de literatura se acomodó los lentes otra vez —. ¿Christoffer ya tiene dieciocho años?
—Así es —alzó la voz y comenzó a caminar discretamente hacia la puerta del pequeño despacho contiguo —. Estuvo de cumpleaños el primer día de clases. ¡Imagínate! No lleva ni dos meses siendo mayor de edad y ya cometió su primer delito.
Entonces, sin que nadie lo hubiese imaginado antes, la maestra de química le dio un golpe con su puño a la puerta y gritó:
—¡Espero que estés contento, lunático! ¡Yo siempre supe que eras peor que la peste negra!
Rápidamente, el profesor de literatura junto al de música la tomaron de los brazos y, por órdenes de la rectora, la sacaron del despacho. Se escucharon gritos, groserías, luego el llanto y finalmente solo ecos. La señora Rask se agarró la frente con la mano y notó que hervía, mientras abría la primera carpeta que tenía a mano y la abría. En la primera página salía el perfil del alumno, con su nombre completo, sus datos familiares y la foto de un joven de cabellos rubios, ojos pardos, pómulos altos y marcados y aura angelical. Nadie se habría imaginado que él habría aventado a propósito a un compañero de clases por la ventana.