Estaba sentada, acurrucada en una esquina, esperando a que llegara la madrugada para poder hablar con Ella. No me había contado nada al respecto de lo de sus padres, suponía que era algo reciente, porque el virus se había extendido tan rápido como los sonidos habían dejado de sonar, y la luz de iluminar. El chico, que parecía haberse hecho muy amigo de John, —algo que no me extrañaba dado sus aficiones en común—, nos había ayudado a guardar las maletas en la trastienda, la cual yo había revisado de arriba abajo en busca de más pastillas.
"Te las has llevado todas" me había dicho él riendo.
Aquellos días había descubierto que no era tan distinta a mi hermano como me gustaba pensar, ambos dependíamos de medicaciones, aunque fuera para fines distintos. ¿Y lo peor? Ahora nuestra única baza era un desconocido que trabajaba en una farmacia. Miré al techo, detrás del cual estaba el cielo en el que se encontraban papá y mamá.
—Perdón. —les susurré—. Sé que habríais preferido cualquier otra adicción.
—¿A quien le hablas Jane? —me preguntó John, que me miraba con curiosidad. El chico a su lado también lo hacía.
—A mamá y a papá.
—¿Por qué? No creo que te escuchen. –musitó.
—Les pedía perdón, porque yo dependo de unas pastillas, tú vendes droga, y nuestra única opción ahora mismo es él. —dije señalando al pelinegro—. Que trabaja en una farmacia.
Ambos sonrieron, uno de ellos, sin duda John, con satisfacción al recordar su exitoso negocio, en cambio el otro con diversión. Quise decirle algo, como que no tenía gracia, que lo único que debíamos haber hecho bien lo habíamos hecho mal, pero recordé que aún no sabía cómo llamarlo, y que además, sí tenía gracia. Entrecerré los ojos pensativa y curiosa.
—Oye. —dije—. ¿Cómo te llamas? —pregunté.
—¿Cómo quieres llamarme? —sonrió él.
Yo me sorprendí, parecía una respuesta inútil.
—Por tu nombre. —respondí con tono escéptico.
Él se acercó a mí y me tendió la mano.
—Soy Daimon.
Lo pensé un momento, pero al final sonreí y le di la mano, como si hubiéramos hecho un trato. Y quizás lo habíamos hecho, quizás el estar ahí, habernos presentado, y haber decidido irnos juntos de aquel infierno, era un trato.
—Nosotros nos llamamos. —dijo John cuando Daimon ya hubo vuelto a su lado—. Yo John, ella Jane.
—A ella la conocía. —me guiñó un ojo con complicidad y yo levanté una ceja.
¿Acaso no podía olvidar lo de las pastillas y los condones ya?
—A ti no, encantado John, creo que nos llevaremos muy bien.
—Pienso lo mismo.
La mirada de ambos me daba miedo, aquellos dos podían atreverse a cualquier cosa, a mi hermano lo conocía suficiente como para saberlo, a Daimon no me hacía falta conocerlo tanto como para darme cuenta de ello. Suspiré y miré mi móvil, el cual no parecía tener cobertura desde hacía unas horas; pero no era eso lo que me interesaba, sino la hora. Era la una de la madrugada.
—¿Sabéis que no hemos cenado? —informé.
—Ya es tarde para cenar. —opinó John.
No contesté, él tenía razón, pero yo hambre. Me levanté y estiré, con las fuerzas que tenía me dirigí hasta la trastienda, donde estaban las maletas.
—¿¡Que haces!? —escuché gritar a John desde fuera.
—¡¿Tú qué crees?! ¡Voy a coger algo de la comida que nos hemos traído!
Pude sentir como ponía sus ojos en blanco desde ahí y aun sin haberlo visto. Sabía cómo era. Lo conocía. Abrí mi mochila y rebusqué en ella, desordenándola al completo. Pero en aquella situación, el orden dejaba de tener un sentido, que más daba que la ropa se arrugara, aquello ya no importaba, solo sobrevivir. Por el fondo comencé a ver los táperes llenos de comida que habíamos cogido de la nevera, sin embargo, no era lo que me interesaba, sino lo que vi después: Unas pequeñas y deliciosas barritas de chocolate y frutos secos. Sonreí. Salí dándole mordiscos a una, sabía que aquella no era la mejor decisión, que tendríamos momentos en los que necesitaríamos comida más que en aquel. Pero no me importó, de eso se preocuparía la Jane del futuro, pero no la del presente. Puse una mueca al recordar, que eso era exactamente lo que mi psicóloga me había advertido que no hiciera, diciendo que me provocaría más ansiedad, aunque yo a primeras no pudiera sentirlo. Pero, de nuevo, ¿Qué era la ansiedad ahora que todo importaba tan poco? Me parecía incluso cómico tener "ansiedad" en aquella situación.
—¿Está rica? —preguntó alguien a mi lado. Me giré, era Daimon.
Asentí mientras tragaba el último bocado de barrita. Él sonrió. Miré a mi alrededor, John no estaba.
—¿Dónde está John? —pregunté.
Él, despreocupado, se sentó a mi lado y se puso las manos en la cabeza.
—Creo que ha ido al baño.
—Ah, bueno, ya volverá.
Daimon giró su cabeza y me miró sonriente.
—¿No preferías esperar a que Ella estuviera en el parque a tener que venir a la farmacia?
—¿A qué te refieres?
—No mientas, sé que no te caigo muy bien. —Mis mejillas se tiñeron de rojo ante aquella afirmación—. ¿Por qué viniste a la farmacia y no esperaste a Ella?
—Bueno. ¡Estaba desesperada! —me excusé—. Teníamos que salir de casa y no teníamos ningún plan. Podríamos haber esperado a Ella, pero no había tiempo, así que se me ocurrió venir aquí.
—Me alegra que hayáis venido. —admitió.
Yo sonreí, sin saber muy bien que decir, y me quedé mirando el techo en un silencio incómodo. Él decidió levantarse para liberar la tensión de la situación, pero yo me sentía mal. Él no me caía mal, y no quería que pensara eso.
—Espera. —le dije cuando ya estaba por meterse en la trastienda.
Daimon me miró esperando a que yo dijera algo.
—Bueno. —musité nerviosa—. No me caes mal. Solo, no lo sé. Creo que es tu manera de comportarte. —admití—. O sea, no quiero decir que no me guste tu forma de ser, pero, me siento insegura a tu lado, el primer día pensaste que era una alcohólica drogadicta, y el último que había ido a comprar condones.