—Escucharme. —ordenó John—. Formaremos parejas, y cada cual irá a un supermercado o tienda distinta. A la una nos juntamos aquí.
—¿Y si mejor vamos cada uno a nuestro rollo? —opiné—. Iríamos más rápido, y cogeríamos más cosas.
—Podría ser peligroso. ¿Y si alguien acaba mal?
—Oh lo siento, John. —ironicé teatralmente—. No sabía que estábamos en un apocalipsis zombi.
—¿Os lo imagináis? —interrumpió Daimon que observaba divertido la discusión. Le miré, amenazándole con la mirada, ¿Qué hacía dándole la razón a mi hermano?
—No. —exclamé negando—. Por ahora nadie se ha comido el cerebro de nadie.
—Por ahora. —respondió con su característica sonrisa, a veces ladeada.
—A ver. —Puso Ella sensatez al grupo—. No estamos en un apocalipsis zombi, y nadie se va a morir. Pero por otra parte veo posible que cualquiera se pierda.
—Llevamos viviendo en esta ciudad desde que nacimos, Ella, nadie se va a perder. —contestó un prepotente e irritante Daimon.
—Yo te veo capaz de perderte. —respondí. Él levantó una ceja, sorprendido.
—Habla la drogata.
Bufé y me crucé de hombros. Me lo había buscado.
—Mira, yo con Ella, tú con John. Ya están hechas las parejas. Vosotros vais a los supermercados que haya a la derecha de la ciudad, usando de referencia esta farmacia, y nosotras la izquierda. ¿Entendido? —finalicé, era necesario, y aquella discusión relativamente absurda.
—¿Y si no quiero ir con John? –Volteé los ojos.
—¡Te fastidias! —exclamé. Sonrió, algo que me tenía harta, entendía que lo hiciera para cosas que tuvieran gracia. ¡Pero yo no tenía ninguna gracia!
—Auch. —expresó John fingiendo estar ofendido.
—Tranquilo, tío. —le dijo Daimon—. Quería ir con Jane, pero no quiere decir que no quiera ir contigo. –Suspiré, y recé para que dios me diera paciencia.
—Gracias, bro. —contestó John siguiéndole el juego, algo que me hizo voltear los ojos—. Prefiero que vengas conmigo antes que con Jane.
Miré a Ella, que también parecía absorta con la tan absurda e irritante situación. Aquella mirada fue suficiente para que supiéramos qué hacer.
—Nosotras nos vamos. Recordar, coger cosas útiles, no chorradas.
—¿Dudas de mí, gritona? —preguntó un sarcástico Daimon, con una gran sonrisa ladeada y una sola ceja levantada. Yo no era una mentirosa, no iba a mentir. Y tampoco a seguirle el juego.
—Sí. –Él rio, y yo traté de evitar hacer lo mismo, y fingir seriedad, pero aquella forma tan directa de responder me había hecho gracia.
—Vámonos Jane. Conozco varias tiendas que podrían tener algo útil.
Le sonreí y asentí.
—Adiós, chicos. —me despedí mientras Ella y yo salíamos por la puerta.
No sentía tanto frío como los días anteriores, y no estaba todo con una bruma oscura como me había parecido antes, de hecho, hacía sol. ¿Cómo podía estar todo tan bien, y a la vez tan mal?
Estuvimos un buen rato caminando en silencio, esperando a alejarnos lo suficiente como para poder comentar nuestros pensamientos con la seguridad de que ellos no escucharían. Al final, y sabiendo que nadie podía oír nada de lo que dijéramos aunque lleváramos un altavoz, yo comencé la conversación.
—Son estúpidos. —opiné riendo.
—Sí, ¿verdad? Por eso me caen bien, aunque a tu hermano no lo conozco tanto.
—Afortunada de ti. —respondí. Ella rio.
—¿Qué crees que comprarán? —dijo, mientras casi llegábamos a nuestra primera parada.
—Por si acaso, deberíamos coger muchas cosas. Veo posible que compren cualquier estupidez que solo ellos sepan para qué se usa. –Ella sonrió.
—Nunca me habría imaginado en esta situación. —admití.
—¿de verdad?
—¿Tu sí?
—Bueno. Sí, la verdad, después de leer un libro o ver una película siempre creo en mi mente escenarios ficticios, este fue uno de ellos. Aunque en mi cabeza siempre acaba todo bien.
—Pues, por favor, no vuelvas a imaginar algo así. —contesté riendo.
—Bueno, yo no sabía que mis imaginaciones iban a hacerse reales, no sabía que tenía poderes mágicos. Es todo un descubrimiento. —Me siguió el juego, divertida.
En ese momento entramos al primer supermercado.
—Está claro que no recibiste la carta de Hogwarts por error.
Su sonrisa me hizo sonreír.
Me gustaba hacerla reír desde que la había conocido. Dimos una vuelta por la sala con la mirada. Me sorprendió que estuviera abierto, pero honestamente, yo habría hecho lo mismo si fuera la dueña, para ayudar a la gente. El único problema era que estaba muy sucio, había rollos de papel tirados por el suelo, estanterías caídas y productos abiertos.
—Vaya. —susurré.
—No importa, seguro que algo podemos coger.
—Sí, cada una por un lado, recuerda tomar sobre todo las cosas que caduquen tarde o no caduquen.
—Miel. —sonrió Ella, con ojos brillantes.
—Sí, por favor. —contesté.
Nos separamos, y yo decidí coger un carrito que encontré en mitad de todo el desorden. No tardé en entrar y pasearme por las desgastadas y rotas estanterías. No había nada.
Lo primero que vi, fue el pasillo de los lácteos, que pasé casi corriendo menos cuando debía parar a por algún queso. El olor indicaba que aquello era lo único que aún no se había podrido. Hice una mueca cuando logré salir de aquel pestilente lugar.
El siguiente pasillo fueron los panes, que para mi suerte estaban buenos, aunque duros. Siempre podría apañármelas, existían comidas que se hacían con pan duro. O al menos eso creía. No tardé mucho en llenar el carro de sopas en lata, frutas en almíbar, pescados que aún duraban, mariscos, botellas de agua que rezaba para que solo fueran eso: agua. Incluso cogí geles de ducha, champú, exfoliantes y cosas para el pelo.
Era como un sueño hecho realidad, podía cogerlo todo, gratis. Puse incluso ingredientes básicos, harinas, arronces y pastas. A parte de legumbres. Aunque ninguna verdura o fruta, que estaban todas pintadas de un horrendo y asqueroso color negro.
Miré mi carrito y, satisfecha aparte de contenta con mi trabajo, volví de nuevo a la puerta, donde Ella aún no estaba. Me senté recostada en la pared y la esperé, pensando en todo lo que estaba sucediendo.
Era huérfana. Aquellas palabras sabían raras, nunca las había probado. Mamá estaba en el cementerio, y papá, bueno, no lo sabía. Pero lo sabría. Todo había sido repentino y brusco, aún no me daba tiempo a asimilarlo, sentía que nada de esto me estaba pasando realmente a mí, que solo era un juego donde tenía que tirar unos dados de vez en cuando. No obstante, para nuestra desgracia, no había nada más real que esto.
Suspiré al ver a una Ella feliz, con el carro de la compra lleno, viniendo hacia mí. Aquello me distraería.