Observé el libro que Ella había conseguido con curiosidad, y después de confirmar que, en efecto, ella tenía razón y era básicamente una guía de supervivencia, se lo pase a los chicos para que lo comprobaran también.
—¿Crees que nos será útil? —pregunté.
—Es lo máximo que he encontrado. Al menos en buen estado.
—Pues nos lo quedamos.
—Chicos. —dijo Daimon—. Pienso que deberíamos coger más libros, no para leerlos, para quemarlos, por si hace frío.
—Daimon. —contesté como si le hablara a un niño—. Te recuerdo que encontraremos locales abiertos mucho mejores que la misma calle.
—Hará frío también ahí, no hay calefacción. —opinó John.
—¿Quién ha mencionado que nos haga falta? —insinuó Daimon con una sonrisa ladeada, mirándonos en un recuerdo de las botellas llenas de alcohol. Mi reacción fue voltear los ojos debido a la estupidez que acababa de decir.
—Da igual donde durmamos, o al menos a mí me da igual, pero sí deberíamos llevar más libros para quemar, pero ir con cuidado, que las hojas se carbonizan enseguida. —admití.
—No te preocupes, Jane, las hojas solo sirven para prender el fuego, seguro que podemos conseguir una rama de por ahí.
—Tienes razón. —finalicé la conversación justo cuando ambos —Ella y John también—, estábamos saliendo del local.
Habíamos logrado lo primero de nuestro corto y absurdo plan, conseguir algo que nos ayudara a sobrevivir. Ahora venía la parte más difícil: Salir de la ciudad. ¿Acaso aquello podía considerarse huir? Estábamos buscando gente que supiera qué estaba pasando exactamente, teníamos muchas dudas, y sobre todo queríamos encontrar algún lugar no-infectado ¿Pero era solo aquella la razón de nuestra decisión? Claro que no. Yo no pretendía únicamente escapar del virus, lo que yo quería era hacerlo del pasado; El pasado, que tan solo había sucedido hacía dos días. ¿Se podía huir de algo tan temprano? De hecho, daba igual el tiempo en el que hubiera tenido lugar, ¿acaso se podía, alguna vez, escapar de los recuerdos? No. Y aquello perduraría en nuestra memoria para toda la puta vida. Aquel miedo y ansiedad constante a la muerte, propia o de seres cercanos. O aquellas imágenes que tan desgraciadamente guardaba en un oscuro paraje de mi mente. Aquellos sueños que estas habían provocado. No podíamos huir de ello. Pero si podíamos aprender, y aceptarlo.
Intenté meter en las maletas que los chicos habían conseguido toda la comida de uno de los carritos. Fue casi imposible; afortunadamente, al final con mucha fuerza y Ella sentada encima, pude dejarla bien cerrarla. Observaba divertida como los chicos también lo intentaban con las suyas, habiendo puesto las botellas de alcohol con mucho cuidado, por miedo a que se rompieran. A mí no me habría importado que, por casualidad y como si nada, alguna de esas botellas no pudiera aguantar tanto peso o presión, rompiéndose. Pero desgraciadamente no lo hicieron. No dije nada, de hecho, me planteé si realmente estaba mal beber, solo sería un poco y con moderación, ¿Qué era lo peor que podría pasar? ¿Acabarlo? ¿Deprimirme? No, claro que no, aquello eran cosas poco importantes.
—¿Estamos? —preguntó John secándose el inexistente sudor de su frente mostrando el esfuerzo que había hecho, como un dramatismo.
—Sí. —Sonrió Ella—. Nunca he salido del país.
—Pues será la primera vez. —contesté—. A no ser que encontremos antes lo que buscamos, y por lo que sé España entera está jodida. Además en coche solamente podemos ir a Francia.
—Dios mío, no me puedo creer aún que la primera vez que salga de España sea por culpa de un virus. —Rio.
—Seguro que nos lo pasaremos bien pese a todo esto.
—Sin duda. —respondió Daimon mirando divertido la maleta donde iban las botellas.
—¡Tú ten cuidado! Que eres el conductor, y si no me fío de ti sobrio menos con alguna droga de esas a tu lado.
—¿Acaso no te fías de mí, gritona? —ironizó con una sonrisa divertida.
—¿No me has oído?, no. —admití—. Para nada.
Ensanchó su sonrisa mientras sacaba su maleta, azul oscuro, para ponerla en el maletero de un coche que me acababa de percatar, estaba aparcado fuerade la farmacia. Pequeño, viejo y aterrador, con esas palabras se podía describir ese cacharro en el que íbamos a viajar. No tenía ninguna duda de que, si no fuera porque las carreteras estaban vacías, tendríamos algún tipo accidente. Respiré profundamente, rezando al dios que estuviera en el cielo, si es que estaba o existía, para que saliéramos vivos de aquella extravagante aventura. Una vez estuvo todo en el coche, nos subimos. El motor tardó tres gruñidos, y cuatro golpes con olor a gasolina en arrancar, pero cuando lo hizo, el espantoso ruido que producía bajó su volumen. No llevábamos los cinturones puestos, toda esta situación no nos había provocado más que despreocupación por cualquier otro tipo de cosa que no fuera el virus, además, había más seguridad ahora que éramos los únicos en coche.
—¿Alguien pone música? —preguntó John.
—No creo que sigan reproduciendo música por la radio.
Hubo unos segundos de silencio, en el que todos me dieron la razón, estaba claro que era prácticamente imposible.
—Vamos a probar. —nos animó Ella—. Aunque solo sean ruidos sin sentido por la señal.
—Como usted diga, capitana. —contestó Daimon, que estaba a mi lado.
Yo era el copiloto. Según ellos "mejor que controlara yo lo que hiciera Daimon" y tenían razón, Ella habría aceptado todo, y John le habría animado a comenzar una carrera de coches contra el aire. Daimon pulsó el botón de la radio varias veces intentando nerviosamente, que se encendiera. Hasta que lo logró. De ella se escuchaban ruidos extraños, como cuando la tele no funciona, pero más molesto. Era un día lleno de ruido para complementar a los anteriores, que habían estado vacíos de este pero repletos de silencio.
—Prueba otra emisora. —pidió John.