Lunes 05 de enero, 2059.
Contrario a sus deseos, Skyler desarrolló un extraño insomnio después de recibir la noticia respecto al fallecimiento de sus padres. Por esa razón, sobrevivió el fin de semana a duras penas, luciendo aquel lunes por la mañana un rostro apático mientras cargaba dos bolsas negras marcadas bajo sus ojos. Pese a que su aura exudaba irritación y oscuridad, su personalidad no se vio afectada en lo más mínimo.
—Monsieur. ¿Está bien? —preguntó Cassie, ingresando a su oficina. Había tocado varias veces la puerta e incluso habló en voz alta, anunciándose así misma. Sin embargo, su jefe no se inmutó. —La mademoiselle Angelica acaba de llegar junto al jefe en edición. —informó persistente. Entonces, Skyler escapó de su burbuja mental y le prestó atención.
—Merci. —agradeció por el café que le ofreció. A continuación, se acomodó su traje y le ordenó a Cassie que llevara el expediente mientras se trasladaban a la sala de conferencias, donde se reuniría con la clienta a fin de representarla en un caso sobre derechos de autor. —El nuevo estilo de tu maquillaje te favorece realmente bien. —elogió la combinación de colores de su asistente. La muchacha frunció los labios.
—No necesita decirme, yo lo sé. —contestó con arrogancia, provocando una sonrisa en su jefe. Aunque pudiera sonar narcisista, Cassie era bastante segura sobre su apariencia física y tampoco era un secreto para el bufete entero. —Después de tener una conversación con ambos, decidirá si tomar el caso o no ¿cierto? —comentó la secretaria, organizando la agenda para no chocara con las cenas de negocios y apariciones importantes, puesto que pronto tendría una entrevista en un noticiero de la noche para discutir sobre los derechos humanos y la modificación genética.
—Lo evaluaré y veré si lo derivo a un equipo especial del bufete. —comunicó sereno, a sabiendas de que por su posición, no era necesario que asumiera directamente casos individuales. Además de ser dueño de su propio bufete, también era representante de dos grandes corporaciones por lo que siempre debía estar al pendiente.
Cassie se limitó a seguirlo hasta la sala de conferencia donde se adecuó al ambiente a medida que saludaba y se presentaba con los clientes. En cuestión de minutos, su jefe se puso a discutir sobre el tema en concreto con la autora y jefe en edición, llegando a la conclusión de que un equipo especializado del bufete los representaría. Aunque la reunión fue larga, Cassie pudo apreciar cómo el francés atendía a sus clientes. De repente, se preguntó ¿así era cómo lidiaba con su duelo?
—Siguen llegando correos, monsieur. —le hizo saber a su jefe una hora más tarde. Se encontraban almorzando mientras revisaban un par de cosas. —¿No irá al funeral de sus padres? —solicitó confirmación cuando le fue imposible contestar la llamada. El francés se limitó a negar con la cabeza. —El señor es un hombre bastante ocupado y le apena no poder asistir, así que por favor, trate de comprender. —inventó una excusa para que la otra persona a través de la llamada dejara de ser tan persistente. Como resultado, Cassie no tuvo más opción que colgar y apagar el brazalete.
La castaña exhaló, estando cansada, porque ni siquiera en su hora de almuerzo podía librarse de gente obstinada. Aferró ambas manos al tabloide del comedor y elevó su mirada furiosa, dirigiéndose en su jefe quien comía sin mayor preocupación.
—Esa no es forma de mirar a tu superior. —hizo énfasis, Skyler extrayendo un pedazo de carne de la bandeja de ella. En otras palabras, le robó un poco de comida. —Estoy desnutrido, deberías cooperar para que aumente mi peso como mi enfermera personal. —se excusó, brindándole una sonrisa jovial. Cassie refunfuñó, extendiendo su bandeja intacta.
—Parece puerco, coma todo lo que quiera. —arremetió contra él, conformándose con el vaso de jugo, ya que su estómago se sentía lleno de la tensión. El pelinegro no desperdició la oportunidad y aceptó la mala voluntad de su secretaria. —¿Debería bloquear el número? No creo que vaya a rendirse. —solicitó su opinión cuando vio que otra llamada del mismo número volvía a ingresar.
—No le des tanta importancia, es un anciano senil. —afirmó sin el más mínimo respeto. Cassie lo observó en silencio, oyéndolo decir: —Incluso si me pagaran por ir, no volvería a pisar esas tierras. Es más, estoy seguro que ese testamento sólo dice cómo me van a desheredar. Tampoco es que necesite esa herencia de porquería, ya soy exitoso y rico. —compartió su buena fortuna, sonriendo de oreja a oreja al mismo tiempo que exponía sus grandes logros. En dicho sentido, su enfermera se dio cuenta de que su jefe tenía una mala relación con sus padres.
Decidió no ahondar en aquel tema y se limitó a trabajar lo que quedaba del día, siguiéndolo al congreso después del almuerzo para una reunión con el partido político al que estaba afiliado. Asimismo, se encargó de planear las cenas del bufete y de comunicarse con cada secretaria de cada equipo, pidiendo un informe selectivo sobre los casos asignados respectivamente. No había ni un minuto libre para poder respirar.
Odiaba este ritmo de trabajo.
***
Para algunas secretarias, terminar su jornada laboral y regresar a casa era su recompensa por su arduo trabajo. No obstante, Cassie estaba ocupada las 24 horas del día. Tenía pequeños descansos, pero no conocía el término “casa”. Esto en razón a que vivía con Skyler; su maldito jefe explotador. No era ninguna mendiga que no tuviera donde quedarse y que haya recibido la caridad de su superior, sino que ella a diferencia de las otras empleadas del bufete, había firmado dos contratos; uno como secretaria y otro como enfermera. Su jefe le remarcó que quería que compartieran techo por temor a que nadie lo auxiliara si se encontraba solo.