Invierno

2. CABAÑA NÚMERO NUEVE

Incómoda y nerviosa por el encuentro, Karen también da reversa para salir de ahí e ir a pagar, aunque no había terminado de llevar todo lo que necesitaba.

En la caja, la única abierta, vuelven a encontrarse.

—Pásale —ofrece ella, con tal de no estarle viendo la cara.

—No, cómo crees, las damas primero

—Tú traes menos cosas, pasa.

—No tengo prisa, gracias —dice forzando una sonrisa.

—Yo tampoco. Insisto...

La cajera rodó los ojos impaciente.

—El que sea, pero ya, por favor.

Un anciano, con una bolsa llena de monedas, esperaba para pagar algunos artículos. En otras circunstancias lo habría dejado pasar, pero en verdad, le urgía alejarse.

—Ok... —empujó su carrito y empezó a poner la mercancía sobre la banda a una velocidad pasmosa. Sus manos apenas si se veían. La cajera trabajaba rápido, también, pero ella no dejaba de poner mercancías, unas encima de otras.

Cuando terminaron su loca carrera, la empleada habló como si hubiera corrido un maratón.

—Dos mil trescientos cuarenta —indicó el monto y se limpió el sudor. La joven sacó una tarjeta y la metió a la terminal bancaria.

Miguel fingía no verla, al igual que ella a él, pero ambos se pasaban el escáner uno a otro, disimuladamente.

Con la misma prisa de antes, puso las compras en el carro, hasta las más pesadas, y salió casi huyendo.

¿De verdad era él o solo se parecía demasiado? ¿Y si era, qué estaba haciendo ahí? No, no podía ser él. A ese infeliz presumido nunca se le hubiera ocurrido ir por ese lugar tan humilde. Pero se parecía demasiado, tanto que la incomodó mucho mientras estuvo cerca.

En fin, ahora estaba lejos y nunca más lo volvería a ver y mucho menos, a tenerlo tan cerca. Se concentraría en pasarla bien.

Encendió la radio para escuchar el reporte del clima, ya que el cielo se veía cada vez más cerrado e iba adquiriendo un tono cada vez más oscuro.

«Protección Civil informa: Una tormenta de nieve se aproxima, la más grande en muchos años. Tome sus precauciones, y preparese con lo necesario».

Como habitante del desierto. No estaba familiarizada con un clima tan extremadamente frío y pensó, erróneamente, que con las cobijas que llevaba sería suficiente. Además, contaba con un calentón eléctrico y mucha agua, té y café para mantenerse caliente. Incluso, el lugar contaba con chimenea, aunque no tenía idea de dónde sacaría la leña. 
Pensaba en que, tal vez, no había sido tan buena idea haber ido sola a ese lugar. Pero ya no había vuelta atrás, había empezado a nevar y la carretera de regreso, ya estaba cerrada. 
Terminó de meter las últimas cosas y cerró la puerta con el pie pegando un fuerte portazo, lo que provocó que la cabaña seis se convirtiera en la nueve, cuando el número de la entrada se desprendió de arriba.

❄️❄️❄️❄️❄️

La nevada también había sorprendido a Miguel, se equivocó de acceso y fue a parar a la cabaña equivocada. Aunque no se daría cuenta de eso hasta que entró, pues antes de meter la llave en la cerradura siquiera, la puerta se abrió con la acción de una fuerte ventisca.

Karen estaba adentro de la habitación acomodando algunas cosas, por lo que no se dio cuenta de que la puerta estaba abierta. Miguel fue por algunas cosas al maletero del carro, entre cobertores, bolsas de comida y volvió a la cabaña.

La nieve, qué estaba cayendo ahora con más fuerza, cubrió todo con una gruesa capa blanca. Miguel se apresuró a entrar y cerró la puerta despacio.

En la habitación, la distraída mujer ya se había acomodado bajo las cobijas mirando por la ventana. Era hermoso, casi irreal y muy hipnótico ver caer la nieve, lo que le provocó quedarse dormida. 
Cuando el inesperado huésped se disponía a acomodar los alimentos, vio con sorpresa que la despensa estaba llena. Abrió el refrigerador y había muchas cosas ahí también. 
Algo no estaba bien. Y se puso peor cuando vio el bulto sobre la cama. 
El viento silbaba afuera y temía que algún árbol pudiera caerle encima a la rústica construcción. Aparte, la cobertura de su teléfono estaba fallando intermitentemente, hasta que al final, no volvió más .
Era obvio que había habido una equivocación y alguno de los dos tendría que irse. Abrió la puerta para verificar que el número fuera el correcto. Sí, era un nueve. Entonces, el intruso tendría que marcharse, con la pena.

Ok, no ahora, cuando despertara. Había un gran ventanal en la sala, el cual suponía que había sido hecho para resistir los embates de la naturaleza. Miro su celular, pero seguía sin señal. Afortunadamente, disponía de algunos juegos, pero consumirían mucha energía y prefería reservar la que le quedaba en caso de emergencia. Después de todo, quién sabe que clase de gente sería esa que dormía en la cama.

Llevaba una hora nevando sin parar y el cielo, en lugar de despejarse un poco, se oscurecía todavía más. Decidió despertar a la persona que estaba ahí o no podría ir a la cabaña correcta y camino hacia allá despacio. Empujó la puerta para ver si aún dormía, pero esta vez pudo ver su cara, la cual le resultó vagamente familiar.

Era una mujer de tez morena clara, boca pequeña, labios carnosos y bien delineados. El cabello parecía oscuro, aunque no negro. Un común y corriente marrón oscuro. No se veía mucho más, ya que la almohada, que con tanto amor abrazaba, le cubría el resto de la barbilla, sin embargo, podía adivinar que, para sus estándares habituales, era un tanto rolliza.




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