Invierno Cruel

C A P Í T U L O 1 0

 

AQUELLA FRÍA Y CRUDA VERDAD

 

- MURIEL -

 

Cuando logré volver, estaba desnuda, cubierta de sangre y la piel de la espalda me ardía por las quemaduras. Lambert solo había logrado herirme en el muslo derecho; podía correr, pero a costa de un dolor horrible.

Luego de salir de la biblioteca, en el corredor escuchaba sus pasos, el murmullo de sus palabras y sus armas ansiosas por disparar a mis espaldas.

—¡No dejen que salga!

Di vuelta a la izquierda y entrando al otro pasillo, me detuve por un segundo. Los otros hombres que habían enviado a la zona azul estaban parados junto a otra caja de cristal, de vidrios opacos horizontales y con un cuerpo inmóvil en su interior. El terror me invadió de solo pensar.

—¡La chica es un código azul! —escuché a mis espaldas.

De repente, toda la atención se posó en mí y sus armas me apuntaron al pecho.

Volví a escapar. El corazón me martilleaba con fuerza y la herida de bala punzante en mi pierna estaba empezando a disminuir mi velocidad, dándoles ventaja a aquellos cazadores.

Un disparo golpeó la pared muy cerca de mi e hizo que me esforzara más por huir. Todo mi cuerpo pesaba y mi mente parecía estar incinerándose, lo que había vivido en esas paredes me atormentaba tanto como el dolor de mis heridas.

Llegué al centro de la institución y empujé las puertas; el aire frío del exterior me penetró los huesos. Mi pies hicieron contacto con el asfalto y fui en dirección a los imponentes muros. Para ese momento no me importó en absoluto el peligro que acarreaba cruzar la línea de cercanía. Conocí a alguien que había logrado pasarla aunque termino malherido, sin embargo, valía correr el riesgo y poner a prueba las posibilidades.

Estando a sólo unos metros de la enorme barrera, tan cerca de liberarme, algo penetró mi pantorrilla y causó que perdiera el control sobre mis acciones. Me estrellé contra el suelo y rodé hasta aterrizar boca abajo, generando raspones en mi rostro y rodillas.

Me apoyé de mis codos y me levanté un poco; una punzada de dolor me azotó y temblé por la debilidad a la que mi cuerpo había llegado. Traté de ponerme de pie pero tenía un agujero en la pierna derecha y el impacto provocó que se paralizara del muslo hasta mis dedos. Desesperada, opté por arrastrarme, tirando del suelo con las uñas quebradas.

No logré llegar muy lejos cuando los hombres con casco terminaron por rodearme. La boca amenazante de sus armas quedó contra los costados de mi cabeza y mi torso, eso dentro de mi enfureció y rugió con insistencia de salir, ansioso de tomar mi mente. Sacudí la cabeza resistiendo el impulso de ceder.

Dos de ellos me tomaron por debajo de los brazos y me arrastraron por el asfalto sin piedad. Entramos nuevamente en la institución y dimos vuelta hacia los pasillos del ala oeste, en donde divisé la puerta de la enfermería al fondo. Otra vez, en mi interior se retorció y se resistió a entrar allí, como si supiera lo que nos esperaba.

Los hombres me lanzaron bruscamente a una de las camillas mientras forcejeaba, agarrándome de los brazos y piernas. Intenté hacer que me soltaran sin conseguir nada, estaba aprisionada por su fuerza.

Mis huesos crujieron bajo mi piel, la sangre me hirvió y cada pensamiento en mi mente se nubló, iba a perder el control.

Quise mantenerme firme, aguantar y no dejarlo salir, no quería lastimar a nadie; pero mi cuerpo humano era tan débil ante su insistir que solo quedaba ceder.

Era inútil que siguiera luchando.
 

***

 

Abrí los ojos. Estaba de vuelta.

Parpadeé un par de veces, las quemaduras ya no dolían. Traté de levantarme, sin embargo,  estaba limitada por unas ataduras de cuero aferradas a la camillas que me envolvían las muñecas, el torso, los muslos y los tobillos; por suerte ya no estaba desnuda, sino que llevaba la ropa de la institución.

Di un tirón con el brazo, el metal de la camilla rechinó y la atadura no se aflojó ni un poco.

—Te vas a lastimar —una voz masculina habló a mi izquierda.

Giré la cabeza y ahí vi a Lambert sentado en una silla, tenía el cabello sudoroso y el rostro cansado.

—Lo siento —respondí, no disculpándome por mi acción, sino por la venda que rodeaba su antebrazo y que tenía pequeños puntos rojos de sangre; estaba harta de herir a los demás sin tener conciencia.

Él apoyó las palmas en las rodillas y se puso de pie con un ligero quejido.

—Joyce quiere hablar contigo —comentó —. Claro, si tú quieres hablar.

Asentí y dio media vuelta. Había dos tipos vigilando la puerta y uno a pocos pasos de mí, erguido e imperturbable; había algo en sus ojos que no lograba descifrar.

—Espera —hablé de imprevisto y Lambert detuvo su marcha —. Al menos, ¿podrías quitarme estas cosas? —pedí y los hombres se aferraron con fuerza a las armas que llevaban colgadas en el hombro —. Prometo controlarlo.

Se quedó callado unos instantes y lo que me dijo después fue peor que un golpe:

—No puedo siquiera fiarme de tu palabra.

Lambert salió de la habitación y se quedó del otro lado de la puerta. Apreté el borde de las sábanas y escuché el murmullo de su voz y la de Joyce.

Estaba demasiado agobiada por el cómo reaccionaría ante lo sucedido, si me seguiría viendo igual, si yo la seguiría viendo igual; tal vez, si hubiera tenido otro chance...

De pronto, la puerta se abrió y Lambert entró con Joyce a sus espaldas, mostrando una especie de compasión absurda al verme.

<<Me tiene miedo>> pensé.

Inhaló y avanzó hacia la camilla, parándose a mi costado. Se veía muy nerviosa, lo sabía por cómo observaba discretamente su alrededor en busca de alguna excusa, igual que cuando teníamos trece, cuando todo era menos complicado y era yo y solo yo... no un monstruo.



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En el texto hay: misterio, ficcion juvenil, apocalíptica

Editado: 18.03.2024

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