Invisible

4 Bocetos

A la mañana siguiente desperté mucho mejor. La fiebre me había bajado del todo y el corte en la pierna solo me dolía un poco. Ya no tenía tan mala pinta y eso tranquilizó a mi madre considerablemente. Llamé a Aina antes de coger el coche, pero no contestó. Decidí no insistir. Sabía que en cuanto viera mi perdida ella misma me llamaría.

Seguramente os preguntareis por Dylan. Sí, ese era mi mayor problema ahora. Aunque al despertar, por un momento pensé que todo había sido un sueño o producto de la fiebre, no tardé en aterrizar de golpe, literalmente. Al volverme en la cama choqué contra él, lo asusté y me tiró al suelo de un empujón. Así de sencillo. Quise pensar que lo había hecho sin querer ―lo de tirarme, digo― pero me puse roja como un tomate mientras le gritaba en susurros que cómo se atrevía a meterse en mi cama. Inocentemente ― ¡sí, claro! ― me dijo que no había otro sitio donde dormir. ¿Recordáis que dijo que no iba a dormir más en la cama de abajo porque era muy incómoda y que, como yo, seguramente pensasteis que no lo decía en serio? Bueno, pues sí era en serio. Además ―apostilló―, me había quedado dormida en un rincón de la cama y había dejado mucho espacio, así que pensó que no molestaría. ¡Y no lo habría hecho si no me hubiera tirado de la cama!

― ¿Sigues enfadada? ―dijo desde alguna parte del garaje donde tenía aparcado el coche. Lo ignoré y esperé a que Aina llamara.

Por regla general, en un garaje no suele haber cobertura. Bien, pues mi móvil es especial, porque tenía cobertura cuando le daba la gana. Lo que quiere decir que cuando más lo necesitaba seguramente no iba a funcionarme.  

 ― Oye Eris, no pretendía nada durmiendo en tu cama, te lo juro ―se excusó―. Nunca intentaría nada contigo, de verdad.

¡Ay, Dios! ¿Por qué razón los hombres, en su gran mayoría, nunca saben cómo decir las cosas a una mujer? ¿Es qué no es evidente que decir algo así puede ofender a cualquiera? Obviamente, Dylan, como cualquier hombre, no.

― Eres imbécil ―dije sin molestarme en enfadarme. No valía la pena. Mi hermano hacía lo mismo y había aprendido a base de cabrearme inútilmente.

― ¿A qué viene eso? ―exclamó ofendido.

El teléfono sonó en ese instante salvándome de una explicación complicada y absurda. Descolgué al instante ignorando las quejas de Dylan y entré en el coche. Segundos más tarde pude ver la puerta del copiloto abrirse para comprobar después cómo el asiento se hundía levemente ante su peso.

― ¿Aina? ―pregunté al otro lado de la línea. Su voz sonó aliviada cuando contestó.

¡Eris! ¡Estaba preocupada! Mi madre me dijo que te atacaron. ¿Estás bien? ―Todavía me sorprendía que no me hubiera llamado ayer. Seguramente su madre la advirtió que tenía fiebre y que me dejara descansar.

Normalmente la cosa iba así: Conocía a alguien. Me llevaba bien. Este alguien se tomaba muchas confianzas al principio. Parecíamos amigos/as de toda la vida. Pasado un tiempo se daba cuenta de que la confianza no iba a dos partes. Descubría que era reservada. Empezaba a alejarse y finalmente dejábamos de ser amigos/as a sólo conocidos/as.

Y he ahí por qué no tengo novio.

― Estoy bien. Sólo fue un susto y cuatro puntos. Nada del otro mundo ―dije restándole importancia.

¡Cuatro puntos! ―exclamó―. ¡Tendría que haberte acompañado! ¡La próxima vez me harás caso! ―me reprochó.

Yo sonreí a pesar de que ella no me veía. Seguramente era lo más sincero que le había dedicado a la chica.

― Estoy bien. De verdad, Aina ―afirmé―. Estoy yendo hacia el bar ahora mismo. Llegaré en veinte minutos.

¿Estás segura? Puedes tomarte el día libre hoy también. Puedo apañármelas con Alex.

― No. Puedo trabajar. Pero debería marcharme al mediodía. Tengo visita con el médico. Para controlar el corte, ya sabes…

¡Oh, claro, no hay problema! De todos modos te debemos horas, la semana pasada hiciste dos turnos dobles cuando no te tocaba. ¡Y lo de ayer no cuenta! ―dijo antes de que yo puntualizara ese hecho. Sonreí.

― Lo imaginaba… Entonces hasta las tres. Nos vemos ahora.

Hasta ahora, guapa ―y colgó.                                                                                         

Bloqueé el teléfono y lo guardé en la guantera del coche. Dylan permaneció callado un buen rato, pero solo era cuestión de tiempo que abriera de nuevo la boca. Ese chico era incapaz de no decir nada durante mucho tiempo. Cuando decía que no me gustaba el silencio, tampoco quería decir que me encantara que se dijeran estupideces solo para preservarlo. ¡Antes prefería el sonido del motor del coche!



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En el texto hay: misterio, prohibido

Editado: 20.02.2018

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