Invisible

11 Recobrando fuerzas

El viaje de vuelta fue pesado e incómodo. Dylan no dijo nada desde que salimos de Barcelona a parte de lo necesario, como qué vía coger, a qué hora salía el tren, entre otras poco relevantes. Lo agradecí en cierto modo. Estaba colapsada de información y de estado de ánimo. Necesitaba urgentemente dormir unas horas, y por encima de eso, una ducha bien calentita. Como ya no llevaba la sudadera, a pesar de ser de día y no hacer tanto frío como por la noche, el clima no era cálido y estaba destemplada. Por suerte, el día anterior había tenido la brillante idea de ponerme un jersey de cuello alto y manga larga. Digo por suerte porque normalmente debajo de la sudadera, como no solía quitármela, llevaba un jersey de tirantes. Sin embargo, ese viernes había hecho mucho frío y cualquier capa de más era bienvenida.

Estuve mirando largo rato por la ventana antes de dormirme profundamente en el asiento del tren con la cabeza apoyada en la ventanilla. El zumbido de esta cuando el tren estaba en marcha me relajaba, aunque procuré que el golpe en la cabeza ―oculto, gracias a dios, por el flequillo― no chocara contra el cristal.  

Dos horas más tarde, Dylan me despertó con suavidad para avisarme que a la siguiente parada tendríamos que bajar. Como el tren estaba bastante vacío, Dylan no tuvo problemas con nadie que quisiera sentarse a mi lado. Fue un viaje tranquilo a pesar de todo.

Cuando bajamos en Salou ―¿Había dicho ya dónde vivía? Seguramente no, siempre olvido estos detalles―, fuimos directamente a mi casa cogiendo un autobús. No acostumbraba a hacerlo porque el trayecto andando era agradable, pero estaba cansada y apenas podía caminar en línea recta.

Al llegar nos encontramos con una casa desierta. Miré mi móvil por primera vez desde que había salido de Barcelona y encontré un único mensaje de Ares, mi hermano.  

He ido con mamá a comprar. Me he llevado el coche. Cuando llegues dime algo. Besitos bichito. No te metas en más líos.

No pude evitar sonreír mientras leía el mensaje. Conocía a mi hermano más que a mí misma y sabía perfectamente por qué habían salido. Ares habría calculado cuándo llegaría y me había permitido cierta intimidad. Aunque eso no me libraba de una charla. Es más, precisamente por eso iba a tenerla.

Suspiré.

― Dyl… ―murmuré―. Voy… a ducharme. No tengo ni idea de qué aspecto tienes tú, pero yo estoy hecha un desastre. Luego, si quieres… puedes ducharte tú. ¿Te importa si lo hago yo primero? ―dije cansada y dirigiéndome al baño.

― Ves.

No dijo nada más. Fue tan breve y apagado que por un momento creí que lo había imaginado. Sin darle mucha más importancia me dirigí al baño con una toalla. Lo primero que hice fue lavarme los dientes. Aunque habían pasado unas tres horas más o menos, seguía notando la garganta áspera y la boca reseca con un regusto extraño. El dentífrico intenso de menta logró reconfortarme un poco, pero hasta que no me metí en la ducha no noté realmente una mejora. Apenas me tenía en pie, así que tuve que sentarme en la bañera mientras me enjabonaba.

Tardé más que de costumbre porque mis músculos me dolían y me costó muchísimo lavarme toda la mugre del pelo y quitarme el olor a sangre del cuerpo. Al final me rendí, pues me había lavado el cuerpo seis veces y seguía oliéndome a sangre.

Diez minutos después me levanté de la bañera y cogí la toalla moviéndome tan deprisa que me tambaleé. Con las manos temblorosas me sujeté al borde de la bañera e intenté sentarme de nuevo, pero resbalé y me golpeé contra ella. Reprimí un gemido e intenté volver a levantarme. No llegué a conseguirlo.

― ¿Eris? ¿Estás bien? ―me preguntó Dylan al otro lado de la puerta.

― Hum… ―fue lo único que pude decir. Apenas me salía la voz e intenté aclarármela―. S.. Sí. No te preocupes.

― ¿Estás segura? ―me preguntó de nuevo. Entonces hice algo que no debería haber hecho; intentar levantarme de nuevo.

Mi pie resbaló con el suelo de la bañera y me golpeé la cabeza al caer de nuevo. El ruido y mi gemido de dolor fueron inevitables. Y al parecer, que la puerta se abriera de par en par también lo fue. Debería haber cerrado con pestillo…

― ¡Eris! ―gritó cerca de mí―. ¡Suerte que estabas bien! ―dijo con la voz enfadada y cargada de sarcasmo.

― Dyl… no estoy vesti…

― Calla ―me interrumpió con brusquedad.

Sus manos terminaron de cubrirme a la perfección con la toalla que tenía encima y me cogió en volandas para sacarme de la bañera. Mi cabeza me daba vueltas mientras me depositaba encima del retrete y dejaba la puerta del baño abierta de par en par.

― No me extraña que te hayas mareado, esto parece una sauna ―murmuró sin dejar de sujetarme por los brazos.

Sus manos estaban frías en comparación con mi cuerpo cálido por el agua caliente, pero el frío estaba bien. El aire de fuera enseguida logró devolverme a mi temperatura normal, y Dylan cerró la puerta cuando consideró que ya había entrado el suficiente. Sus manos tocaron mi frente dañada refrescándola, sonreí ante la agradable sensación. Noté la toalla a mi alrededor aflojarse un poco, y sus manos, amablemente, la devolvieron a su sitio antes de que descubrieran más de lo que querría enseñar. Abrí los ojos y no pude evitar sonreír, estaba mirándole a la cara. Su respiración ahogada me confirmó que se había dado cuenta.



#3271 en Paranormal
#1059 en Mística
#24044 en Fantasía

En el texto hay: misterio, prohibido

Editado: 20.02.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.