Invisible

7 Catrina

            Me levanté de un suelo frío y húmedo. Estaba mareada y físicamente agotada. Me obligué a ponerme en pie e intenté orientarme. Me encontraba en un túnel de rocas y tierra. Bien podría tratarse de la cueva en la que habíamos entrado, pero al menos allí podía ver algo más que oscuridad. Observé mis manos magulladas y la ropa rasgada. Seguramente presentaba un aspecto lamentable. Toqué mis cabellos acostumbrados a rizarse más ahora que los llevaba cortos, estaban un poco mojados y pegajosos pero al menos ya no los llevaba largos y oscuros como en la trampa de las parcas. Me picaba el rostro en ciertos sitios a causa de algo que tendría adherido ―mejor no preguntar el qué―, y mis manos tenían la textura de alguien que ha estado jugando con tierra. Y a pesar de todo lo enumerado, lo primero que me pregunté cuando conseguí orientarme fue…

            ― ¿Dyl? ¿Dyl, estás bien?

            El silencio volvió a invadir la cueva ―o lo que parecía ser la cueva― cuando mi voz dejó de resonar como un eco. Me giré desesperada. ¡No podía haberlo perdido de nuevo! Corrí hacia un lado y hacia el otro sin alejarme mucho de la luz que había al fondo de la cueva.

            ― ¡Dylan! ¿Dylan, dónde estás? ―grité desesperada. Pero él no contestó.

            Mientras corría y gritaba, en un instante que permanecí callada, comencé a escuchar una pequeña cancioncilla. Era débil. Con una voz dulce cantaba una canción infantil. No puedo decir cuál era, no la reconocí, pero me gustó mucho la melodía. Así que decidí, dado que no encontraba a Dylan, dirigirme hacia la voz y descubrir la siguiente trampa de las malditas Parcas. Estaba segura de que después de la última vez que había despertado en un lugar extraño, este sería otro de sus ardides, por lo que fui con cautela. No iban a pillarme desprevenida esta vez.

            Me acerqué a la luz poco a poco con pasos premeditados. Miré hacia todas partes, sobre todo detrás de mí, pues a veces las traiciones más horribles te llegan por la espalda. Después de andar unos pocos metros, me encontré con un arco de rocas que bifurcaba a la derecha. Allí la luz era mucho más intensa. Así que me armé de valor y entré.

            La luz clara procedía de un cielo azul con el sol luciendo en lo alto. Era un paisaje rural, con césped verde y pequeñas casitas de madera y piedra a lo lejos. No obstante, lo que llamó mi atención no fueron el paisaje o las casitas lejanas, sino la niña sentada en medio del césped jugando tranquilamente. Ajena a todo lo demás.  Tenía un par de muñecas, y las hacía hablar mientras sonreía como si no existiera nada más que lo que tenía en frente de sus claros ojos. No aparentaría más de tres años, y sus ricitos rubios revoloteaban alrededor de su rostro con gracia. Era preciosa, monísima. ¿Qué hacía una niña pequeña allí? 

            Di un paso más totalmente asombrada y la pequeña se volvió al percibir mi presencia. Sus ojos claros me miraron directamente y sus labios rojos esbozaron una pequeña sonrisa. Dejando las muñecas suavemente sobre el césped, se levantó con agilidad.

            ― ¡Qué suerte tengo! ―gritó con emoción―. ¡Ven! ¡Juguemos! ―dijo con una sonrisa en el rostro mostrándome las muñecas a sus pies. La petición de la pequeña fue tan tierna y surrealista que avancé sin apenas darme cuenta.

            ― Vamos. Si no te sientas conmigo no podremos jugar. ―dijo la pequeña al ver que vacilaba un segundo.

            Olvidando mis reservas, avancé y me senté delante de la pequeña. La niña me tendió una de las muñecas y yo la acepté todavía un poco confundida. Sin embargo, en menos de un minuto ya me encontraba jugando sin pensar en nada más. ―Con los problemas que tenía y yo jugando a muñecas…― pensé.

            ― Esta eres tú ―me dijo enseñándome la muñeca rubia. Luego me mostró la otra―. Y esta seré yo.

            Al principio no sabía qué hacer. La pequeña comenzó a jugar e intenté mover la muñeca a la vez que la suya. Su juego era incoherente, hablaba pero sin hablar, y sus escasas palabras carecían de sentido.

            ― Vamos, Eris, tu muñeca tiene que hablar ―me animó la pequeña.



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En el texto hay: misterio, prohibido

Editado: 20.02.2018

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