Invisible

11 Redención

― Eres… ¿Eres tú?

Dylan, o quien creía que era Dylan, asintió con cuidado ante mi temerosa pregunta. Apenas se atrevía a tocarme ahora que me había apartado, tal vez con el mismo miedo irracional que a mí me embargó ante la idea de tenerlo delante. Apenas reparé en mis lágrimas mientras estas caían libremente por mis mejillas. Nunca me había importado menos que me viera llorar. Tal vez ni siquiera era consciente de ello. Lo único que sentía era incredulidad y miedo, mucho miedo. Miedo a que esto fuera otro sueño que pudiera convertirse en pesadilla cuando despertara. Si lo era, esperaba seguir durmiendo para siempre.  

Poco a poco el miedo fue haciéndose más notorio y millones de preguntas y dudas se antepusieron como un escudo protector. ¿Y si no era realmente Dylan? ¿Y si estaba malinterpretando la situación? ¿Qué pasaría si me hacía ilusiones y luego resultaba ser todo un malentendido? ¿Cómo me sentiría entonces?

― ¿Cómo te llamabas realmente?  ―le pregunté minutos más tarde.

Él alzó una de sus oscuras cejas, seguramente esperaba otra reacción. Tal vez yo también la esperaba, pero por alguna razón los nervios habían tomado el control de la situación, y la cautela y precaución dominaban mis palabras. Quería asegurarme que realmente era él el Dylan que amaba. 

― ¿Te refieres al de ahora o al que tenía antes…? ―Al ver la expresión de mi rostro decidió contestar sin hacer bromas―. Edahi. Me llamo Edahi.

― ¿Qué eras?

― Era una Parca ―contestó resignado entendiendo lo que estaba haciendo.

― ¿Cómo nos conocimos?

― Aquí. Te seguí porque eras la única que podía escucharme. Luego te salvé la vida.

― ¿Cómo me llamo? ―le exigí a pesar de que esa pregunta no iba a demostrar nada.

Él suspiró.

― Te llamas Eris Arnaiz, tienes veinte años, trabajas en el Green Dog y vives en un pisito a las afueras de Salou. En el Mcdonalds te pides siempre un HappyMel. Adoras escribir, y acojonas un poco cuando estás enferma. Siempre me llamas Dyl, aunque cuando te enfadas conmigo o quieres alejarme me llamas Edahi. ¿Tienes suficiente o quieres alguna prueba más de que soy yo? ―me dijo con voz dulce.

Negué con la cabeza, incapaz de decir nada. Acababa de describir el tiempo que estuvimos juntos en pocas y perfectas palabras. Era él. Realmente era Dyl. Al ver que temblaba y apenas podía hablar, me cogió en brazos para sentarme encima de una de las estanterías quedando más o menos a su altura. Después noté que empezaba a alejarse y lo detuve por la camisa. Dylan se giró y esbozó una pequeña sonrisa.

― Sólo voy a buscar un pañuelo, no me gusta verte llorar.

― Da igual… no te vayas… no…

Sabía que me estaba comportando de un modo inmaduro e infantil, pero me daba miedo que se alejara. Era extraño sentir algo tan fuerte por alguien que, literalmente, no había visto en mi vida. Pero el miedo era irracional, como mis sentimientos hacia él, y no quería que se separara ni un centímetro de mi lado. No ahora que había vuelto.

Por suerte, Dylan no intentó alejarse de nuevo. Se acercó a mí con cariño y sujetó mi cara entre sus manos. Con la yema de los dedos limpió los restos de lágrimas. Sus manos eran rugosas sobre mi piel, pero no imaginaba caricia más suave. Durante unos minutos se dedicó únicamente a borrar la tristeza de mis ojos. Y con cada roce mis nervios y miedos iban evaporándose igual que mis lágrimas.  

― ¿Te piensas que voy a irme después de lo que me ha costado encontrarte? ―dijo sin retirar las manos de mi cara.

Yo sorbí por la nariz y me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. Consiguiendo que apartara las suyas dejándome cierta intimidad.

― ¿Por qué has tardado tanto? Han pasado tres meses y una semana desde que…

― Vaya, llevas la cuenta. Al parecer me has echado de menos ―dijo con una sonrisa llena de humor. Yo lo miré totalmente seria.

― Claro que te he echado de menos. Te quiero.

Dylan pareció contener el aliento y me percaté que sus manos jugueteaban con el borde de mi camisa. Recordaba haberle dicho indirectamente que estaba enamorada de él, pero nunca le había dicho directamente que lo quería. A pesar de la poca luz en el almacén, vi cómo se sonrojaba y se ponía nervioso. Eso me hizo sonreír. En ocasiones era como un niño pequeño; inocente y tierno.

― Pensé que habían sido imaginaciones mías ―murmuró―. Lo de la cueva… Lo que me dijiste.

Empecé a reír sin poder evitarlo, o tal vez sin querer hacerlo, mezclando la risa con los sollozos. El sonido de mis extrañas carcajadas pareció relajarlo un poco.  

― Te aseguro que la más sorprendida en ese momento… fui yo ―le aseguré.

Dylan se quedó callado, y aunque tenía mil preguntas que hacerle no sabía por dónde empezar. Había estado suplicando que regresara durante semanas, y ahora que estaba delante de mí no se me ocurría qué decirle. Era absurdo y a la vez lógico. Estaba tan colapsada que no me salían las palabras. Al parecer, a él le pasaba algo parecido, porque estuvimos unos incómodos minutos en silencio, incapaces de decir nada.



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En el texto hay: misterio, prohibido

Editado: 20.02.2018

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