Isadora

Capítulo III: Diosa

Altaír estaba terminando de preparar panqueques con yogurt y nectarinas mientras yo hacía un poco de café. Estuvimos hablando durante todo ese tiempo sobre varios temas: me enteré de que nació en Pilos y que se había mudado dos semanas atrás junto a su padre, quien casi no se encontraba en casa debido a que viajaba mucho por su trabajo como promotor de eventos. Me manifestó, también, que su madre había muerto cuando él era apenas un bebé y que esa era la razón por la que no tenía algún recuerdo de ella que no fuesen las fotografías que su padre le había dado. Yo le platiqué un poco sobre mi vida de igual forma; le conté sobre mi amistad con Helen, la monotonía que vivía en la escuela y que solo vivía con mi madre.

Conversar con él era muy diferente a lo que creí, no se mostraba a la defensiva ante mis preguntas y no las evadía o se ponía nervioso, parecía estar siendo completamente sincero conmigo; sin embargo, había algo en la forma en que sus ojos brillaban cada vez que hablaba que me dejaba pensando... Me daban la sensación de estar congeniando con alguien mayor; como si la experiencia se reflejara en cada motita verde.

Ese lado curioso en mí me impulsaba a observarlo, analizarlo y tratar de imaginarme cómo era en realidad, pues no podía recordar cuándo fue la última vez que sentí que la esencia de alguien me llamara la atención, menos la de un chico, y tenía la certeza de que mientras más conviviera con él, más fascinada estaría. Y no podía esperar por que ello sucediera.

—Parece que el adonis sabe cocinar —pronuncié, dándole un bocado a mi tortilla una vez que me acomodé en la mesa—. Está delicioso.

—Con que adonis, ¿eh? —Me atraganté y empecé a toser, sin poder creer lo que le había dicho. Él soltó una carcajada al ver mi reacción—. Tranquila, tu secreto está a salvo conmigo.

No pude eludir sonrojarme, y nuevamente pensé que era impresionante la manera en la que reaccionaba ante él. Era, incluso, inhóspita.

—Te ves linda cuando te sonrojas —admitió—. Siempre te ves linda.

—Me conoces desde hace cuatro días, no es como si me hayas visto muchas veces —resalté.

Abrió la boca para decir algo, pero pareció que lo pensó mejor y la cerró. Me quedé observando cada suave rasgo de su rostro, cada pequeña imperfección impresa en su piel, y sentí que pasó una eternidad para cuando volvió a pronunciarse:

— ¿Puedo hacerte una pregunta, Io?

—Por supuesto...

— ¿Abriste el paquete?

En ese instante nuestras miradas se cruzaron y comencé a sentirme acorralada, angustiada. ¿Por qué le importaba?

—N-No... —carraspeé—. Quiero decir, sí, lo hice.

No tuve el valor de leer lo que contenían aquellas páginas, y por un momento creí que si él me estaba cuestionando era por algo, porque quizás sabía el propósito de aquello. Pensé que, a lo mejor, el podría ayudarme a sacarme tantas dudas de la cabeza. Pero tan rápido como se me ocurrió, cambié de parecer.

— ¿Sí?, ¿qué era?

—Revistas —respondí sin siquiera titubear, llevándome un bocado cubierto de chocolate a la boca—. Son de una tienda de ropa en el Centro, siempre me llegan. —Por la forma en que me miró, no imaginé que se lo hubiera tragado; sin embargo, a medida que fueron pasando los segundos, vi la resignación abrirse paso en su rostro.

Ninguno de los dos dijo nada luego de eso, se formó un silencio incómodo que, temía, arriesgara mi oportunidad para seguir indagando en su vida. No encontraba un tema casual, algo que no me hiciera parecer indiscreta, así que me límite a sacar mi celular y enviarle un mensaje a mi amiga.

"¿Cómo te fue en el examen de conducir? –I"

Esperé su respuesta, la cual llegó casi al instante.

"Mal, por poco atropello a una ardilla :(. –H"

En mis labios, poco a poco, se fue formando una pequeña sonrisa. Yo no tomaba clases de conducción, y no pensaba hacerlo jamás por el simple hecho de que me aterraba tener un accidente y lastimarme, o peor aún, ocasionarle la muerte a alguien. Era un poco estúpido, pero era algo con lo que no podía lidiar.

"Pobre criatura. –I"

Recibí un último mensaje en donde me avisaba que saldría a cenar con sus padres y que me llamaría en cuanto llegara para informarme sobre la actitud del señor Lummier esa tarde. No le respondí, dejé el aparato sobre la mesa y miré el líquido humeante dentro de la taza de porcelana.

No transcurrió mucho tiempo para que saliera de ese transe, la mirada expectante que me dirigía mi vecino fue suficiente, parecía que estuviera analizándome, como si intentara descifrar algo en mí y yo no entendía el porqué, pero sentía que me había desnudado el alma, dejándome completamente vulnerable ante sus afables.



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Editado: 26.02.2018

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