Isadora

Capítulo XXII: Gusto amargo

Las facciones delicadas de su rostro se notaban nerviosas; sus ojos avellanas resaltaban gracias a su piel tostada, brillaban y eran profundos, un poco enigmáticos pese a que las emociones florecían de ellos de una manera impresionante; sus labios gruesos y pronunciados esbozaron una resplandeciente sonrisa al tiempo en el que su mano izquierda se estiró hasta mí. En un intento por mantenerme al margen, la acepté. No me sentía bien en ningún sentido y su presencia me hacía dudar. No confiaba. No podía.

—Supongo que eres Io. —Su voz era suave, melodiosa y expulsaba cierta calidez con sus palabras—. Me llamo Aure.

—Aure es mi novia —aclaró el rubio, envolviéndola entre sus brazos—. Le conté todo sobre la situación y... No hay de qué preocuparse, Io, ella es de confianza.

No lo podía creer, era absurdo no sólo el hecho de haber desaparecido tres días enteros sin avisarle a nadie, sino que le hubiera contado lo que estaba sucediendo en mí vida así sin más. Yo no la conocía, ninguno de nosotros lo hacía en realidad. ¿Por qué debíamos confiar en ella?, que apareciera con Anieli no era suficiente. Al menos no para mí.

No le respondí, me limité a observarlo con el ceño fruncido tratando de contener el enojo que comenzaba a invadir mi cuerpo. Altaír se dio cuenta de ello y se paró a mi lado, entrelazó nuestros dedos y el efecto de su calor que fue casi de inmediato, me calmó de una manera que no lograba comprender todavía.

—Soy bruja —confesó efusiva, con claras intensiones de defenderlo y apaciguar el ambiente tenso—. Mi aquelarre está en Italia, allí nací y los contacté, podrían ayudarte mucho, Io... Claro, sí estás dispuesta a aceptarlo, no pretendo venir aquí e invadir tú espacio.

Asentí, aún sin poder confiar del todo. Era probable que sus sentimientos fueran sinceros y que de verdad quisiera ayudarme; pero Atenea fue muy clara conmigo al respecto, las posibilidades eran escasas y la única manera de aumentarlas sería con la ayuda de la deidad que inventó el hechizo, no con una bruja desconocida. Además, estaba harta de estar rodeada de tanta anormalidad, tenía lo necesario y no era justo que Anieli hubiera tomado una decisión tan importante sin mí.

Por supuesto, creía que merecía felicidad, desde hacía mucho lo perseguía su pasado nostálgico y sabía a la perfección que en varias ocasiones se hallaba sumido en la oscuridad, en un montón de recuerdos tortuosos que ansiaba eliminar de su mente. Anieli, Iquelo, Fóbetor o como fuera, era alguien más tranquilo, comprensivo y amoroso de como lo pintaban, y para ese entonces ya había aprendido a entender su naturaleza, él nació así y no podía luchar contra eso. Así que, simplemente, lo dejé ser.

Los demás conversaban con Aure sobre algo que en realidad no me importaba, y los minutos comenzaron a parecerme eternos; las miradas entre Anieli y yo cada vez eran más profundas y expresivas, estaban llenas de palabras que ninguno se atrevía a decir en ese silencio incómodo. Y sucedió así hasta que la mano fría del rubio se enredó en mi muñeca y me jaló con cuidado hacia las escaleras. No me opuse en lo absoluto, lo seguí a pesar del escozor que sentía en la zona que me tocaba.

Cuando nos encontramos arriba, doblamos a la izquierda y nos adentramos en su habitación. Previamente nunca había tenido la oportunidad de entrar, por lo general él no la ocupaba hasta altas horas de la noche, y temprano por la mañana ya estaba en la cocina o en la sala leyendo sus libros. Me resultaba extraño, el aire era gélido y tenso, podía palparse la oscuridad que desprendía de la simpleza que decoraba las cuatro paredes.

Me senté sobre el cobertor negro, pasé mis dedos sobre el suave material y me quedé pensando en que quizás era algo positivo, el tener discusiones como personas normales sobre temas que no lo eran. Me refiero a que, estaba convencida de que cualquier momento mundano que pudiera tener, debía ser atesorado, porque no quería preguntarme constantemente cuándo podría volver a experimentarlos.

—Io, yo... Lo lamento mucho, no debí haber desaparecido así, siempre tengo que estar al pendiente de ti y... —suspiró, sentándose a mi lado—. Sé que haberla traído no fue lo correcto, pero me pareció que podía ayudarnos un poco porque, en verdad no quiero perderte.

Sonreí y tomé su mano para depositar leves caricias con el propósito de dejar el tema ahí y avanzar. Ya había comprendido lo ridículo que fue molestarme, él sólo intentaba salvarme y desde el principio fue así. De haber creído que ella era una amenaza no la hubiera llevado, no le hubiera contado su secreto... Y sí ella lo aceptaba tal y como era, con sus demonios y oscuridad, merecía una oportunidad.

Yo no era la única que necesitaba felicidad allí.

—Lo sé, Ani. —Recosté mi cabeza en su hombro, exhausta, frustrada, harta y al mismo tiempo, agradecida por tenerlo conmigo—. Yo también lo siento mucho. Y sí me alegro por ti, ella es... genial.



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Editado: 26.02.2018

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