La primera vez que vi a Isalia estaba confundido y asustado. Casi no había comido algo en los últimos días, así que mi estado de letargo empeoraba con el pasar de las horas; apenas y fui consiente cuando ella me tomó del brazo. Su cabello desarreglado tapaba más de la mitad de su rostro, tenía marcas de raspones en brazos y piernas, y pese a su figura delgada parecía tener mucha fuerza, así que no había mucho que pudiera hacer para oponerme.
Cuando finalmente nos detuvimos, ella ordenó:
—¡Escóndete! —¿esconderme de qué?— me pregunté. No pasó mucho tiempo cuando sentí el primer golpe seguido de muchos más, caí al suelo de inmediato, el dolor se extendía por todo mi cuerpo, sentía un ardor profundo en la garganta, quería llorar, gritar, dormir, olvidarlo todo.
En algún punto los golpes cesaron, así que abrí los ojos, y ahí estaba ella, revolviéndose con fiereza, tirando patadas al aire y acertando algún golpe, pero incluso sus intentos no fueron suficientes.
Estaba cansado, había aceptado mi derrota, así que solo volví a cerrar mis ojos, con la esperanza de que todo terminara rápido. Pero en la oscuridad, escuché la voz de una mujer seguido del ruido de pasos alejándose, confundido traté de levantarme, pero un dolor punzante me lo impidió. Y otra vez estaba ella, parada frente a mí con una sonrisa, parecía soportarlo todo de mejor manera a pesar de los golpes que recibió. Al final fue ella quien me ayudó a ponerme de pie.
A partir de ese día, empezamos a pasar más tiempo juntos, hasta hacernos inseparables. Al principio era ella quien hablaba la mayor parte del tiempo, yo poco a poco fui adaptándome a su ritmo, y entonces, el tiempo que pasábamos juntos se sentía cada vez mejor, cálido y ligero.
—¿Escuchaste lo de Kimi? —preguntó Isalia luego de acercarse corriendo.
—No, era por eso todo el alboroto de la mañana. —añadí con un falso interés.
—Dicen que se la llevaron al hospital porque estaba muy enferma. Pero es extraño, ¿no crees?
—El que.
—La vi en la noche y no parecía enferma, incluso estuvo jugando con Jimmy y Mary en la mañana.
—Tal vez comió algo envenenado como Robin la semana pasada.
—Tal vez— la escucho suspirar con desgano mientras juega con sus dedos no muy convencida de mi argumento.
Isalia siempre estaba informada de lo que sucedía en el orfanato, ella decía que se trataba de simples coincidencias, y que la información solo llegaba a ella de manera natural, obviamente mentía, pero no podía decírselo porque se enfadaría y lo negaría rotundamente.
Ella y yo cumplíamos años con solo una semana de separación, y en los últimos tres años se había vuelto una tradición celebrar dicha ocasión comiendo chocolates en el tejado del primer edificio. Conseguir los chocolates no era una tarea fácil, teníamos que entrar en la oficina de la directora y robar los dulces. Ella era una mujer sexagenaria y cascarrabias, detestaba a los niños por lo que difícilmente abandonaba su oficina, pero tenía una gran debilidad por los dulces, en especial los chocolates, que los consideraba su mayor tesoro; no importaba la situación o el caos del exterior, ella siempre se aseguraba de tener su reserva llena; la comida en el orfanato nunca había sido buena, por lo que esos chocolates era algo por lo que valía la pena arriesgarse.
Isalia era la encargada de elaborar los planes, revisábamos todo durante días para no cometer ningún error porque de ser descubiertos eso no terminaría en nada bueno; los rumores acerca de los escarmientos que la directora infringía a los niños atrapados en su oficina eran horribles, desde aquel temido salón del castigo que se decía que estaba en el sótano del tercer edificio, hasta la expulsión del orfanato. La vida adentro no era la mejor, pero el exterior tampoco ofrecía mejores oportunidades.
El plan en esta ocasión era liberar ratas en el tercer edificio, Isalia escuchó el rumor de que la directora sentía fobia por dichos animales, fue así que durante toda la semana nos dedicamos a atraparlas, llegado el día habíamos conseguido diez de ellas.
Lo primero fue escaparnos del comedor, aprovechamos que las monjas estaban ocupadas y liberamos a las ratas por los pasillos, pero guardamos una especial para la directora, la más grande de todas, Anna, que era como la había llamado Isalia.
Tocamos su puerta y expectantes aguardamos en silencio.
—¿Quién es? —preguntó ella con un tono molesto y cansado.
—¿Hermana Sol? ¿Esto es una broma? —dijo chasqueando la boca y elevando la voz.
Después de un silencio agobiante y cansado de tener al animal retorciéndose en mis manos le hago una señal a Isalia para advertirle de que la rata está a punto de soltarse, ella me responde pidiéndome calma. Entonces se escucha el crujir de la madera al ritmo de unos pasos lentos que se dirigen a la puerta. Es la señal.
La puerta se abre despacio y aprovecho para dejar correr a la rata, el animal se cuela con éxito entre las piernas de la directora mientras que ella grita horrorizada y abandona su oficina a toda prisa. Isalia es la primera en entrar y se apresura a revisar todos los cajones.
—¡Los escondió en otro lado! Solo quedan algunos en su escritorio —exclama furiosa—. Atrapamos ratas toda la semana solo para esto —extiende su mano rebelando cinco caramelos.
—Eso ya no importa, ¡ya vienen! —advierto asustado. Sin embargo Isalia continúa con su búsqueda sin éxito por el escritorio, puedo verlo, esta frustrada y sé que no se detendrá hasta encontrar el resto de los dulces, por lo que no me queda otra opción que tomarla del brazo y sacarla de la oficina.
—¡Suéltame! —grita luego de alejarnos.
—Esta bien —levanto las manos en señal de paz.