Desconcierto, era el sentimiento que predominaba mientras me adentraba en las calles de Zamar, sin éxito repasé recuerdos de mi infancia en el lugar, pero no encontré nada; sentí como si fuera la primera vez que estaba ahí, y eso me aterraba.
Mi nueva vida en la ciudad no salió tan bien como quería, después de deambular durante casi una hora, me hallé en una plazuela, en el medio de ella se erigía la figura de un hombre sosteniendo un pequeño frasco, como el de una poción; hacia una esquina se asomaba un mercadillo, seguí la corriente de personas dejándome llevar; miraba a todos lados con absoluta sorpresa, cuando un repentino sentimiento de nostalgia invadió mi cuerpo, observé un puesto de dulces a un lado de la acera, estaba segura de que Josefina me había traído a un lugar como ese en alguna ocasión, se sentía familiar y desconocido a la vez.
—¡Caramelos! ¡Caramelos de frutas! ¡Caramelos de miel! —ofrece a viva voz un niño que con esfuerzo parecía superar los diez años. Me acerco a él con curiosidad, conocía dichos dulces por la antigua directora del orfanato, había probado varios de ellos, pero de eso ya hacían años.
—Se anima a comprar uno, señorita —me extiende un caramelo de color rojizo, asiento al tiempo que dejo mi maleta en el suelo, busco el sobre con dinero que escondí entre las faldas de mi vestido, de pronto siento un golpe en el hombro que me hace trastabillar, volteo para reclamarle al desconocido, pero este se pierde en la multitud, y no es el único, mi maleta ya no está conmigo.
Molesta, examino entre la multitud en busca del culpable, pero es inútil, al cabo de un rato me rindo y regreso a la plaza a descansar, por suerte aún tenía el dinero. Las siguientes horas las dedico a encontrar una posada, el dinero que supuestamente iba a durarme tres meses, a penas me alcanzaba para rentar una habitación durante dos semanas.
—¡Esa bruja avara, pudo haberme dado más dinero! ¡bruja mentirosa! —grito de frustración.
—¿Mal día? —escucho la voz de una mujer, la miro brevemente: tiene un vestido azul desgastado que le llega hasta los tobillos, su cabello entre gris y castaño está recogido en una larga trenza, y trae un bastón de madera el cual sujeta con dificultad.
—¿Todo es tan caro en esta ciudad? —le pregunto, ella sonríe enseñando sus dientes amarillos— ¿Eres extranjera? —niego.
—No había venido en mucho tiempo, estoy un poco sorprendida por el precio de las cosas, y los ladrones —agrego recordando el incidente de horas atrás, lo que provoca que mi furia vuelva a surgir.
—Veo que estás muy estresada, te gustaría venir conmigo a un lugar donde relajarte, además de multiplicar tu dinero.
—¿Multiplicar mi dinero? ¿Acaso eso es posible?
—Todo es posible en Zamar —comenta con voz misteriosa.
Las calles se hacían más angostas conforme seguíamos avanzando, no voy a negarlo, sentía un poco de miedo, pero mi curiosidad era más grande que cualquier cosa. Nos detuvimos frente a una casa de madera, algo vieja, pero fuera de eso parecía completamente normal; la mujer tocó la puerta en una clave extraña, poco después apareció un hombre alto, de contextura ancha y barba poblada, él la ve, y en una mirada cómplice abre la puerta.
Caminamos a través de varios pasillos, conforme nos adentrábamos el bullicio se hacía cada vez más fuerte. Ya en el lugar, alumbraban algunos focos y muchas velas pegadas en las paredes; el salón aparentaba ser grande, pero al estar abarrotado de gente dificultaba caminar con tranquilidad. Un pequeño grupo de hombres tomaba en una esquina, la mayoría se encontraba repartido en varios puestos; algunos vitoreaban de júbilo, otros se señalaban molestos, una pareja discutía acaloradamente en una esquina, pero a nadie le importaba.
—¿Qué clase de lugar es este? —pregunté a la mujer, ella pareció ignorarme, tal vez por el bullicio, así que insistí más fuerte —¿Cómo voy a multiplicar mi dinero en este lugar?
—No te preocupes, te aseguro que saldrás de aquí con los bolsillos llenos de billetes.
La extraña me presentó varios juegos de azar, la mayoría de ellos parecían sencillos, solo tenía que adivinar un número o un color, gané algunas partidas, por lo que me animé a jugar otras más; cada tanto pasaba una mujer ofreciendo bebidas, sumergida en la emoción del momento las bebí sin pensarlo demasiado; la extraña no había mentido, no parecía difícil multiplicar el dinero.
Pero, en algún punto todo empezó a ir cuesta abajo, mi mente se volvió confusa, sentía como si mi cuerpo se revelara en mi contra, apenas podía mantenerme en pie, cuando volví a meter la mano para buscar más dinero no encontré nada, una sensación de miedo me atravesó a la velocidad de un rayo, revisé varias veces, pero el resultado siguió siendo el mismo.
—¡Alguien me ha robado! —grité, mi voz se perdió en la multitud, seguí insistiendo, pero solo me devolvieron un par de cejas alzadas y volvieron a lo suyo.
Era todo el dinero que me quedaba, estaba en un lugar desconocido, ni siquiera sabía cómo salir de ahí; mi respiración se empezó a agitar, el aire abandonaba mis pulmones y con él mis fuerzas para ponerme en pie, todo se fue oscureciendo, por un momento creí sentir algo, pero mis párpados fueron más pesados, por lo que decidí no prestarle atención.
Desperté un rato después en una calle desconocida, un hombre vestido de traje negro me miraba desde muy cerca, retrocedí por instinto, pero de inmediato me topé con la pared.
—¿Quién eres? —exclamé asustada.
—Tranquila, en vez de gritarme deberías de agradecerme, después de todo soy tu salvador —contesta en un tono calmado y pretencioso.