La estatúa de un búho gigante descansaba a un lado de la puerta, madre no ocultaba su rechazo al respecto a pesar de que fuera idea suya en primer lugar, según ella ,“Johny”, el búho, era nuestro guardián contra hechizos malignos provenientes de los especiales, mismos que no se cansaba de maldecir cada mañana mientras esparcía el incienso por toda la casa, y no solo eso, ya que en los últimos meses muchos amuletos hicieron sentir su presencia. No podía evitar pensar que era un poco contradictorio, en más de una ocasión había expresado su aversión por los especiales, pero al mismo tiempo usaba sus amuletos; pero no era la única, en varias casas se observaban talismanes y runas pintadas en las puertas. La idea de combatir magia con magia cobraba más popularidad, pero... Cómo podíamos enfrentarlos con artefactos que ellos mismos crearon, ¿Qué garantía había de que ellos no lo usaran en nuestra contra? ¡Que estúpido! Al final no éramos tan diferentes, ellos tenían a la magia de su lado y nosotros rogábamos a los dioses para que escuchasen nuestro pedido, pero incluso estos parecían haberse olvidado de nosotros.
Papá descansaba sobre su silla de madera mientras sostenía el periódico en sus manos aun lado de la puerta, madre entró rápidamente sin lanzarle una mirada, él parecía estar sumergido en su lectura y ni siquiera reaccionó al fuerte golpe de la puerta. Papá había empezado a comportarse extraño desde tres semanas atrás, una parte de mí agradecía que las discusiones con madre hubieran cesado, pero su reciente indiferencia empezaba a preocuparme, él y yo no éramos muy cercano al menos no desde aquel accidente en el falleció Lita, mi hermana menor, en aquel entonces él era muy feliz salíamos a pasear todos los fines de semana y traía regalos siempre que podía, y a pesar de que Lita era su evidente favorita compraba dulces de fresas para mí y me regalo un una muñeca de tela por mi cumpleaños número once, pero cuando ella se fue el brillo en sus ojos también se apagó, se volvió más huraño, bebía ron casi a diario y peleaba con madre todos los días.
Por tal motivo la convivencia en casa se había convertido en un constante infierno de tensión del que aprovechaba cualquier excusa para abandonar; madre tomaba una siesta al medio día, esa era mi señal para huir, a veces me encontraba a papá en el pasillo, él preguntaba a dónde iba, yo respondía con una mentira y a pesar de que era evidente él se mostraba conforme con mi respuesta y no cuestionaba nada, cada día parecía más un muerto en vida, me recriminaba a mí misma pensando que debería de hacer algo más, decir algo más, pero... Las palabras se esfumaban tan pronto abría la boca dejando ese sabor amargo de una frase atorada en mi garganta.
Leo me esperaba a unas cuadras de casa, vestía su elegante gabardina de cuadros azul y verde la cual era su favorita más reciente, su familia se dedicaba a la sastrería y él mismo se encargaba de confeccionar sus propios trajes, no importaba si caminábamos por las lodosas calles del distrito bronce o las aceras de mármol del distrito oro, Leo siempre destacaba entre todos y no solo por la ropa sino por su actitud jovial y segura, no faltaron ocasiones en las que se ganó la mirada de muchas mujeres, algunas más atrevidas se acercaron para hablar con él, Leo no era un hombre con una gran fortuna, pero si lo suficiente para ofrecer una vida decente a su compañera, sin embargo por algún motivo u otro nada de eso sucedía, mientras tanto él se jactaba de ser el soltero más codiciado de la ciudad.
—Llegas tarde —reclama Leo apuntando hacia su reloj.
—Tú llegas muy temprano, una dama tiene que arreglarse —digo llevándome una mano al cabello.
—Creo que estoy desconcertado, cómo puedes tardar tanto tiempo alistándote y salir igual que antes —se lleva la mano a la barbilla en una pose pensativa.
—Y yo me pregunto cómo puedes ser tan idiota, tú... —respondo con un inicial tono de molestia, pero mi actuación se desinfla rápidamente y echo a reír, hacíamos eso muy a menudo.
Rápidamente nos enfundamos en una conversación trivial mientras nos dirigíamos a Silversol, lugar donde se ubicaban las ruinas de un antiguo pueblo que fue destruido durante la Luna Roja, la naturaleza casi había devorado por completo el lugar, se respiraba un aire de calma y nostalgia. Leo y yo íbamos a visitarla siempre que podíamos, no estaba tan lejos de la ciudad, apenas una hora de camino.
—Esta mañana escuché que discutiste con tu madre en el mercado. Las malas lenguas cuentan que hubo gritos escandalosos y hasta bofetadas.
—Los rumores son más rápidos que la peste. Pero no, lamento decepcionarte, discutimos y perdí la cabeza por un instante, no fue nada más que eso.
—¿Está relacionado a tu compromiso con cierto hombre mafioso?
Respiro cansada y asiento en silencio.
—No te angusties demasiado por eso, con suerte alguno de los especiales lo matará y todo estará resuelto, el compromiso quedará cancelado.
Me rio ante su tono excesivamente optimista. Era lo que más apreciaba de él, siempre estaba intentando sacarme una sonrisa.
—Eso sería increíble, si los dioses me conceden ese deseo yo misma levantaré un templo en su honor.
—Oh no, eso es mucho trabajo para una sola persona, permíteme que te ayude, para eso están los amigos —Leo se para bruscamente y lleva su mano al pecho en señal de promesa, llevado por el repentino acto no observó a la pequeña roca que asomaba del suelo como el cuerno de un toro, lo que provocó que cayera al suelo sorpresivamente manchando su preciada gabardina.