Una desagradable sensación me invadió con rapidez al mismo tiempo que sentía la presión de fuertes arcadas las cuales me doblegaron hasta caer de rodillas; el aire se sentía extraño, tóxico, lo sentía arder con cada respiro.
Maldije mi imprudencia y mala suerte por milésima vez, era demasiado tarde para arrepentirme por mis malas decisiones, el dolor y la incertidumbre era tal que creía que moriría en ese mismo instante.
Ver mi vida pasar mientras agonizaba me hizo sentir aún más miserable, no había hecho nada importante por lo que ser recordada. Me pregunté si mis padres me extrañarían, aunque sea solo un poco.
"¿Estarán buscándome ahora?" pensé. "Leo seguro lo haría; por qué fui tan estúpida para alejarme de él. Leo no me perdonará esta vez"
Cerré los ojos esperando mi final, no sin antes escuchar pisadas que se acercaban en la tortuosa compañía de un agudo silbido que me atormentó hasta que perdí la conciencia.
Desperté algunas horas más tarde en medio de una total confusión, mi visión aún no había sido restaurada completamente, no obstante, logré reconocer a Henry, que estaba sentado frente a mí con lo que me pareció era su hermano menor recostado sobre sus piernas.
—¿Qué haces aquí? — le pregunté entrecerrando los ojos producto del dolor punzante en mi cabeza.
No respondió, pero señaló atrás de mí, mi mente inundada por la resaca de la confusión tardó en descifrar que quería decirme. Después de mucho esfuerzo logré girarme lentamente y observé la espalda amplia del hombre que conducía el carruaje. Miles de preguntas se arremolinaron en mi mente, ¿un carruaje? quién utilizaba este tipo de vehículo en la actualidad, por supuesto que había visto uno antes, solían aparcar en el centro de la plaza principal, pero servía más como exhibición que un medio de transporte común.
—Tardaste mucho tiempo en despertar —dijo en un susurro—, empezaba a creer que no lo harías. ¿Puedes moverte? Necesito tu ayuda.
Aun no terminaba de procesar todo lo que estaba pasando, el carruaje no dejaba de moverse debido a los grandes baches del camino. Nos cubría una tolda blanca llena de manchas, el carruaje era antiguo y no estaba en buen estado, sin embargo no era lo que más llamaba mi atención; casi podía asegurar que muchas de esas manchas eran de sangre, una larga cadena de metal colgaba a un lado de mí, mostraba rasguños y deterioro en algunas partes, pero por suerte para nosotros solo habíamos sido amarrados con cuerdas, por lo que intenté liberar mis manos sin éxito, sin embargo de pronto me sentí muy cansada.
—¡Hey! No te duermas —dijo Henry
—Estoy muy cansada, déjame dormir un rato más.
—No, no puedes hacerlo, Tamy, estaremos perdidos si te duermes. Necesito tu ayuda —suplicó desesperado.
—No creo que pueda ayudarte, ni siquiera puedo moverme, todo el cuerpo me duele.
—¡Ellos van a matarnos! —exclamó agobiado—, aun peor, van a torturarnos hasta extraer toda la magia que tenemos, y cuando hayan acabado con nosotros nos arrojarán al campo para que los cuervos devoren nuestros cuerpos. ¿Eso es lo que quieres?
—¿Magia? Yo no tengo magia, no les sirvo para nada.
—Los cazadores nunca se equivocan con su presa, estamos aquí porque ellos vieron algo que nosotros no.
—No tengo ningún don —insistí fastidiada por su tono de voz acusador.
—Baja la voz —regañó—. Como sea eso no es lo importante, tenemos que escapar de aquí. Viste los inciensos en las esquinas, creo es algún tipo de magia, al igual que las cuerdas; muévete lentamente y respira despacio, de esa manera no te afectará demasiado, tus cuerdas no están tan apretadas como las mías, te será más fácil liberarte.
—¿De qué estás hablando? ¿Cómo sabes todo eso? ¿Eres uno de ellos? —pregunté aterrada.
—¿Uno de ellos? ¿En serio eso es lo que más te preocupa ahora? Tú también estas atrapada aquí.
—Ya te lo dije, yo no tengo magia, lo habría sabido si así fuera, me dejarán libre cuando se den cuenta de que cometieron un error.
Lo que un día pareció ser un mito terminó por confirmarse, seres iguales a nosotros, prácticamente indistinguibles con la excepción de que ellos poseían algo que nosotros no, magia, fue así como lo denominamos, a ellos lo llamamos mágicos, especiales, terroristas, escorias; dependía de cada quien supongo.
La primera vez que oí hablar de ellos me parecieron fascinantes, entonces envidiaba los poderes que tenían, no fue hasta que crecí que me di cuenta de la verdad, esos "dones" que los hacían diferentes eran más como una maldición, nadie quería ser como ellos, se convirtieron en protagonistas de muchos titulares que labraron una mala reputación sobre sus cabezas. Sin embargo, nunca había terminado de convencerme acerca de la amenaza que se suponía representaban, no hasta hace poco, volaron la ciudad frente a nuestros ojos, quien podría mantenerse indiferente ante eso.
—No todos los mágicos son malos. —Exhaló cansado.
—¿Conociste alguno bueno? —pregunté con sarcasmo.
Henry guardó silencio, parecía indeciso, pero finalmente agregó:
—Cuando tenía cinco años conocí a un niño, Aidan, acababa de mudarme con mis padres de un pueblo vecino, él fue mi primer amigo, era un par de años mayor que yo, pero nos entendíamos muy bien. Salíamos a jugar todos los días, él me esperaba casi siempre en el patio posterior de mi casa, cerca del bosque. Un día no apareció, me preocupé y me quedé hasta tarde esperándolo, pero no pude verlo ni ese ni en los días posteriores, le pregunté a todos por él, pero no obtuve respuestas, incluso sus padres actuaban como si nada hubiera pasado. Así transcurrieron casi dos semanas hasta que un día apareció repentinamente, pero había algo extraño, actuaba muy ansioso, como si tuviera miedo de algo.
En un principio él se rehusó hablar conmigo, pero yo insistí hasta que me lo contó. Entre lágrimas me confesó que tenía el don de controlar el fuego, yo estaba maravillado, contrario a él que no dejaba de llorar.