Itori: Recuerdos Perdidos

Feliz Cumpleaños

Un ambiente frio inundado de tensión nos había acompañado desde que abandonamos el pueblo, aunque en cierta medida había sido así la mayor parte del tiempo, pero esta vez Sybel actuaba un poco extraña, más de lo habitual, a penas dio unas breves explicaciones por lo sucedido con Tay, y tras un breve descanso continuamos con nuestro camino.

Sin duda era extraño que ella hubiera decidido quedarse, sobre todo después de todas esas insistencias y su extraña obsesión con perseguirme, supongo que recapacitó en algún punto, después de todo no éramos tan cercanos como para conocerla bien, pero creo que confiaba en Tay un poco más que en Sybel, su actitud malhumorada casi perpetua era irritante muchas veces, llegando a maldecir incluso por los cantos de las aves, de las que se quejaba por alterar su concentración. No obstante, bajo mi actual situación tenía que aferrarme a todo para salvar a mi hermano, y ella había sido de mucha ayuda, nos turnábamos entre ambos para cargar a Jay, mientras que Zayr no se despegaba de él en ningún momento.

—¡Alto! —advirtió Sybel tras detenerse abruptamente, luego dio media vuelta— Alguien nos está siguiendo —me comentó en un susurro, mientras llevaba la mano hacia su cinturón para desenvainar una de sus dagas.

Retrocedí protegiendo a Jay entre mis brazos, al mismo tiempo que Sybel avanzaba a paso lento y sigiloso, cuando estuvo a diez metros de nosotros gritó:

—¡Te mataré si no sales ahora!

Casi enseguida una mano se alzó entre los matorrales.

—¡Soy yo! —gritó Tay con la respiración entrecortada.

—Por qué te escondes como bandida esperando para atacar —encaró Sybel sin bajar la guardia.

Tay agachó la cabeza en silencio, avergonzada.

—¿Quién viene contigo? —continuó con su interrogatorio, subiendo la voz visiblemente enojada.

—No, no sé de —balbuceo Tay y giró la cabeza a todos lados confundida.

—¿Crees que no me di cuenta cuando empezaste a seguirnos en silencio? Eres extraña, todo a tu alrededor lo es, como un alma maldita que atrae la mala suerte, puedo verlo, puedo ver muchas más cosas que tú, del mismo modo por el que sé que alguien más ha estado siguiéndonos. ¿Seguirás sin decir nada?

—No hay nadie conmigo —refutó Tay con la mirada asustada.

—Entonces, supongo que no te importa que lo mate —Sybel dirigió su mirada hacia un punto a varios metros entre la hierba alta.

—¡Espera! —Tay la tomó del brazo— ¿Leo? —gritó con voz temblorosa.

Se estableció un largo silencio cargado de tensión, el viento golpeaba contra la hierba mientras mirábamos atentamente hacia Sybel y aquel punto extraño que miraba fijamente. Por más que me esforzaba no podía ver nada ahí, no obstante, ella parecía muy convencida; entonces levantó su mano derecha y movió sus dedos con ligereza y elegancia como si tocara un piano invisible, y como si se tratase de un velo imperceptible a nuestros ojos develó un paisaje algo distinto; la hierba era más corta y escasa, grandes piedras estaban esparcidas alrededor y tras una de ellas sobresalía una figura masculina.

Por un momento olvidé que ella tenía el don de crear ilusiones, a pesar de que era la segunda vez que lo presenciaba.

Viéndose descubierto el hombre se incorporó levantando las manos, parecía tener una edad cercana a la mía, de cabello rizado oscuro, y semblante agradable, pero tez enfermiza, como si llevara varios días sin dormir. Sybel lo sujetó de los brazos mientras lo amenazaba con la hoja de su daga rozándole la garganta.

—¡Leo! —Tay corrió hacia él— ¡Baja el cuchillo, por favor! Es mi amigo —suplicó.

—¿Por qué esta aquí? —inquirió Sybel con la mirada cargada de furia.

—Debe haberme seguido sin que me dé cuenta, es mi error, pero no es peligroso, es mi amigo. Su nombre es Leo, lo conozco desde que éramos niños —explicaba Tay entre tartamudeos tratando de alejar a Sybel de su amigo—, por favor... él se irá ahora, no traerá problemas. ¿Verdad? —miró hacia Leo.

—Estoy aquí para protegerte —dijo él mirando a Tay fijamente, aunque el ligero temblor en su pierna izquierda delataba su temor.

—¡Idiota! —Tay azotó con fuerza una bofetada contra Leo. Luego agachó la cabeza llevándose una mano a la cara, intentaba controlar su hiperventilación, pero eso no evitó que algunas lágrimas rodaran por sus mejillas mientras mordía sus labios con fuerza.

—Esto es una tontería —resopló Sybel—. No tenemos tiempo para estos dramas, te vas tú o se van ambos, realmente no importa, pero si él intenta algo extraño no dudaré en matarlo —decretó amenazante y guardó su cuchillo.

Leo y Tay se quedaron atrás mientras mantenían una discusión entre susurros. Sybel fingía que no había pasado nada, pero no dejaba de acariciar su daga, no podía evitar sospechar que tramaba algo, Zayr volteaba cada tanto casi igual de desconfiado que su hermana, y yo, si bien no podía confiar plenamente en el recién llegado, rogaba porque nuestro viaje no tuviera más imprevistos.

Varias horas después y apunto de enfrentarnos a otro atardecer, decidimos tomar un descanso y continuar con nuestro viaje cuando saliera la luna, aprovechamos el momento para comer y dormir una pequeña siesta.

Tay se encontraba sola, a unos metros de ella estaba Leo mirándola con una mezcla de tristeza y arrepentimiento.

Dejé a Jay en compañía de Zayr para que lo curara y caminé hacia Tay; había algo en ella que me atraía, aunque no de una manera sentimental, era como un misterio enrevesado que invitaba a ser explorado. Verla era como contemplar un cuadro melancólico, estaba sentada abrazada a sus piernas con la cabeza reposando sobre sus rodillas, mantenía la mirada perdida en el horizonte, los hombros tensos y los puños apretados agarrando el tallo de una flor.

—¿Todo está bien? —pregunté y me senté a su lado, sin embargo, ella no se inmuto.

Pensé que no era el momento adecuado y no deseaba hablar con nadie por lo que me incorporé.



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En el texto hay: reencarnaciones, drama, promesas

Editado: 09.09.2024

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