Iuvenis | #3 |

Capítulo 22. ¿Por qué?

El padre de María deambulaba por su casa como un fantasma. Apenas era consciente de todo lo que acababa de pasar. Arrastraba los pies en silencio por el cuarto de estar sin dirigirse a un lugar concreto de la habitación. Necesitaba pensar, asimilar lo ocurrido, pero le era imposible. ¿Cómo una persona normal podía aceptar que su vida hubiese dado semejante giro en tan poco tiempo?

De un día para otro le habían dicho que su hija era una especie de bruja que controlaba el fuego, que su mujer también lo era y que había escapado de un internado al que más tarde había enviado a María. Después habían traído a mas de esos brujos extraños a su casa, uno de ellos herido de gravedad, que escapaban de alguna especie de guerra mágica que no entendía. Para seguir, su mujer y su hija se habían ido a rescatar a Nicole, quien estaba aprisionada en algún tipo de prisión de un mundo mágico. Y ahora que habían vuelto su hija estaba medio ida en el sofá y su mujer estaba muerta. Muerta. ¿Cómo había podido pasar?, ¿qué clase de broma de mal gusto del destino era esa? Él vivía una vida feliz y tranquila. Una vida normal con su mujer y su hija a la que quería retomar. ¿Por qué todo había cambiado tanto? ¿Por qué Dana no había sido sincero con él antes? Eso era algo que ya nunca lo sabría...

Se dirigió hacia el cuerpo inerte de su mujer y le cogió su fría mano. No podía creerse que en verdad estuviese muerta. Anhelaba el momento en el que Dana se levantase o él abriese los ojos y se despertase de esa horrible pesadilla, pero eso jamás sucedería. Todo era real y devastador.

Se arrodilló junto a su mujer y retiró un mechón de pelo que tapaba la cara a la exdomadora. Estaba pálida, con los labios amoratados, pero aún así seguía siendo la mujer más bella que había visto en su vida. ¿Cómo iba a seguir adelante sin ella?, ¿cómo iba a mantener a María a salvo de todo ese mundo él solo si ni siquiera entendía lo que le pasaba a su hija?

Varias lágrimas comenzaron a brotar y a resbalar por sus mejillas.

—Creo que debemos hablar —interrumpió Mateo con tono educado.

El domador entendía lo que era perder a la persona que más querías en el mundo. Él había perdido a su mujer y a su hija y ese era un dolor que aún no había podido superar. Así que, aunque a veces fuese ruedo, no quería hacer más daño al señor pues comprendía ese dolor tan profundo y esa impotencia de saber que no había podido hacer nada para salvar al amor de su vida.

El padre de María se levantó despacio y se secó las lágrimas con las palmas de las manos. Se tomó su tiempo. Todo le daba vueltas. No podía pensar con claridad. El tiempo avanzaba demasiado despacio. Casi era como si se hubiese detenido en el momento en el que esa gente había entrado en su casa con su mujer muerta y su hija desmayada.

—Está bien —respondió carraspeando para aclarar su voz y abandonando el lugar para dirigirse a su despacho.

Ahí nadie los interrumpiría y Mateo tenía que explicarle a ese hombre todo lo que Dana no le había contado en todos esos años.

—Supongo que tendrás muchas preguntas —dijo en tono neutro.

—¿Preguntas?, Tengo ira, enfado, confusión, tristeza —comenzó a chillar.

Necesitaba sacar fuera todo ese dolor.

—Te entiendo.

—¿Que me entiendes? No tienes ni idea de lo que siento —espetó.

—Sí que te entiendo.

—No, estoy harto de todos vosotros. Nos habéis destrozado la vida. Mi mujer, mi hija...

Mateo tragó saliva.

—Yo perdí a mi hija y a mi mujer por esto —se confesó.

El padre de María fue a abrir la boca, pero no le salieron las palabras. Se sintió mal por ese hombre, pero no era justo. No quería sentir lastima por ellos, no se lo merecían.

—No tenemos que llevarnos bien. Entiendo que no quieres vernos aquí, pero nos necesitas para proteger a María.

Silencio. Esas palabras podían ser ciertas. Si la clase de monstruos que habían asesinado a su mujer venían a por María él no podría hacerles frente.

—Habla.

Mateo asintió.

—Intentaré simplificarlo lo más que pueda, pero si hay algo que no entiendes, por favor, no dudes en interrumpirme. Todo empezó hace muchos años...

—No necesito una clase de historia.

—Es necesario para que lo comprendas.

Y Mateo comenzó a relatarle toda la historia de los repudiados, del Morsteen, de Ezequiel y de las razas.

—Un momento, ¿qué es eso de ignis? Lo he escuchado antes —interrumpió.

—Es una especie muy poderosa que todos creíamos que estaba extinta.

—Pero no...

—Así es. María, tu hija, pertenece a esta raza.

—¿Y qué significa?

—Que está destinada a grandes cosas.

—Es una niña.

—Por eso nos necesita —explicó Mateo.

—¿Y el Ezequiel ese quien es? —preguntó.

—Eso puedo responderlo yo —interrumpió Angélica junto a Javier, quien se apoyaba en ella para caminar pero tenía ya mucho mejor aspecto—. Es mi marido.

El padre de María se puso alerta. ¿Tenían al enemigo en casa y nadie se inmutaba?

—No te preocupes, no estamos de su lado —explicó Javier a duras penas—. Estamos en los primero números de la lista a asesinar de Ezequiel —añadió.

El padre de María los miró confuso. ¿Que clase de familias tenía esa gente?, ¿por qué el tal Ezequiel quería matar a su esposa? Estaba claro que Javier y Angélica tenían una relación bastante cercana, pero ese no era motivo, ¿es que no sabían que existía el divorcio?, ¿por qué parecía que esa gente todo lo solucionaba con violencia? ¿De verdad iba a confiar en ellos para cuidar de su hija?

 




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