—No aguanto más en este zulo, ¡qué horror!
—¡Angélica! Se más amable—pidió Javier Jaquinot.
Dana la miró molesta. Encima que les ofrecía su casa la mujer tenía que poner pegas. Angélica sin duda le exasperaba hasta límites insospechados, ¿por qué tenía que ser siempre así? Aunque en verdad, hubo un tiempo en el que podían haberse llamado amigas... Sin embargo, hacía mucho desde esos días, y, en esos momentos, solo quería ahogarla con sus propias manos e ir viendo como poco a poco comenzaba a faltarle aire en sus pulmones.
—Mamá, ¿en qué piensas?—interrumpió María al ver que su madre estaba algo ida.
Dana sacudió la cabeza y respondió que todo iba bien. Después se giró hacia Angélica.
—Y tú, se más agradecida. Si no te gusta mi casa te vas—Hizo una pausa—. Puedes ir a pedirle ayuda a tu esposo, oh, no que
—¡Basta!—chilló Javier—. No estamos aquí para esto.
El Domador estaba más que harto de tener que intermediar entre las dos para que no se matasen a cada segundo.
En cuestión de segundos todos comenzaron a chillar y María decidió irse de forma sigilosa a su habitación. Todos gritaban alborotados en el salón y ella ya no aguantaba más. Quería ayudar, en verdad lo quería, pero entre tanto descontrol sentía que no podía hacer nada. Necesitaba respirar y meditar bien.
Había conseguido que Nate y Bruno recapacitasen y que todo volviese a la normalidad entre ellos, aunque no parecía posible conseguir lo mismo entre su madre y Angélica. Además estaba el tema del rescate, cada uno tenía su propia idea de cómo rescatar a Nicky, y, sinceramente, parecía que ninguno estaba dispuesto a ceder y a reconocer que la idea del otro podía ser mejor que la suya.
Habían pasado ya varias semanas y la situación se iba complicando a cada hora. Todos estaban cada vez más irascibles y en vez de estar cada vez más cercanos a la solución, parecía que en cualquier momento cada uno de ellos emprendería su propia misión de rescate, y todos fracasarían.
Suspiró, abrió la ventana, y cerró los ojos dejando que la leve brisa acariciase su piel. Sonrió. Llevaban demasiado tiempo escondidos en esa casa sin poder tomar el aire. Si continuaban mucho tiempo más ahí acabaría volviéndose loca.
Unos pasos detrás suya la asustaron. No había escuchado la puerta al abrirse. Se giró y miró confundida al abuelo de Bruno. ¿Qué hacía él en su habitación?, ¿se habría perdido? No parecía muy probable...
—¿Ocurre algo señor?
—Escucha, no tenemos mucho tiempo—dijo en tono serio y apenas inaudible.
María se acercó un poco más para escucharlo mejor. Durante ese tiempo apenas habían hablado, y ese repentino interés le provocaba bastante curiosidad.
—Hay que aprovechar que ahora están todos inmersos en su discusión y no van a reparar en nuestra ausencia—comenzó—. María, tengo una misión importante para ti.
La rubia parpadeó de forma rápida varias veces. ¿Una misión importante para ella? Casi sonaba a chiste. De ser así, ¿por qué no lo había dicho antes?, ¿por que aprovechaba a contárselo ahora que estaban a solas?
—Cuando emprendáis la misión de rescate, tú has de separarte del grupo, pero sin que ellos se den cuenta, ¿está claro?
María ladeó la cabeza sin entender por qué le pedía eso.
—Debes confiar en mi—le pidió.
Por extraño que sonase, María ya confiaba en él, pero quería que le explicase.
—¿Por qué he de separarme?—preguntó ella con voz firme y él sonrió, sabía que hacía bien depositando su confianza en ella.
—Porque hay algo en una sala que te espera.
—¿El qué?
La rubia nunca había entendido por qué tanto secretismo con todo. Allí todos daban mil rodeos, ¡con lo sencillo que era decir todo de una vez!
—Tu futuro—respondió.
María arqueó una ceja, ¿qué clase de respuesta era esa?, ¿su futuro?, ¿acaso no podía ser un poquito más claro?
Al ver la cara de la joven el señor soltó una pequeña carcajada.
—Es algo complicado—Hizo una pausa—. Digamos que hace años encerraron allí algo que no sabían cómo controlar, algo que podía ser potencialmente peligroso, pero a la vez muy valioso—prosiguió.
María comenzó a asimilar lo que el señor le estaba contando.
—Y, ¿qué he de hacer?
—Liberarlo.
María se atragantó con su propia saliva, esa respuesta le había tomado por sorpresa. ¿Liberarlo?, ¿es que acaso se trataba de un ser vivo?
—¿Por qué yo?
La verdad es que era algo que le enorgullecía. Nadie parecía confiar en ella, y sin embargo él estaba poniendo todas sus esperanzas en ella. Eso era algo emocionante, pero a la vez aterrador, si le fallaba se sentiría terrible...