Naín ya había dormido una buena siesta y se sentía descansado como para hacer guardia sin dormirse otra vez. Se acomodó en el asiento y comenzó a juguetear con la tableta que Lael les había dado desde el inicio para consultar los mapas, claro que además de eso traía otras cosas y Naín las usaba ahora para entretenerse, aunque sin perder de vista lo que sucedía afuera, todavía sentía desconfianza de esa tormenta.
Encontró un juego simulador de una moto, tenía que rebasar a los demás conductores a alta velocidad y ganaba puntos por eso además de bonos extra si hacía caballito. No le resultó difícil dominar el juego, pues cuando aún estaba con los cazadores, su pasatiempo favorito era conducir su fabulosa moto a la que todo el mundo se le quedaba viendo cuando pasaba en ella. Pero pronto se aburrió del juego y apagó la tableta. Gera aún dormía a su lado, en el asiento del copiloto, de vez en cuando se despertaba cuando un rayo retumbaba en el cielo demasiado fuerte, pero luego se volvía a dormir sin problemas.
Naín era muy inquieto y se aburría con facilidad, por eso sus manos comenzaban a jugar con todo lo que tenían cerca para entretenerse con algo. Accionaba y volvía a guardar su escudo, que era lo que tenía más cerca de sus manos. Le gustaba ver el fuego que lo componía y cómo aparecía en el borde la palabra “fe”. Era lo que necesitarían para llegar sanos y salvos a su destino, mucha, mucha fe. Incluso recordaba que el padre de Corbán le había dicho algo así cuando estaban por partir. Naín le había preguntado que qué podrían hacer en caso de que se descompusiera el camión y su respuesta había sido muy acertada “necesitarán fe, mucha fe”. Probablemente, había sido más acertada de lo que Naín había supuesto. Al mirar la forma redonda del escudo y relacionándolo con la manera en que el camión usaba el fuego de la espada para funcionar, una idea alocada se le coló a la cabeza. Accionó el escudo de nuevo y lo sacó de su eje en su muñeca. Salió en medio de la lluvia con una cruceta en la mano y se puso a quitar la rueda dañada del camión. Rogó mucho porque su idea funcionara, por muy alocada que sonara, había una probabilidad de que resultara.
Gera se despertó cuando Naín se bajó del camión y se asomó para ver qué sucedía.
— ¿Qué haces?—le preguntó.
—Tengo una idea muy loca, ruega por que funcione.
— ¿Acaso piensas que podremos avanzar solamente con el rin?
—No, no es eso.
— ¿Y entonces qué es?
—Solo observa.
Naín continuaba trabajando mientras Gera observaba con pocas expectativas. No tenía esperanzas de salir de ahí si no era por su propio pie. Y ese pensar se intensificó cuando vio a Naín colocar su escudo como rueda.
—Estás loco ¿lo sabias?
Su compañero le sonrió bufándose y Gera se metió de nuevo al camión para seguir durmiendo. La verdad, Gera no tenía tanta fe como Naín en que el invento funcionaría, pero eso no lo desanimó y siguió trabajando hasta que terminó. Le dio unas cuantas pataditas al escudo para probar su firmeza y sonrió cuando vio que se mantuvo en su lugar.
Corrió a subirse al camión para intentar reanudar su camino.
— ¿Enserio crees que funcionará?—le preguntó Gera mientras se subía.
— ¿Qué perdemos con intentarlo?—respondió con marcado entusiasmo.
Naín frotó sus manos con emoción y luego echó a andar el camión. Pisó poco a poco el acelerador y el vehículo avanzó varios metros sin ningún problema. Ambos jóvenes miraban regocijados cómo el problema se resolvía; el más sorprendido de los dos era, por supuesto, Gera, que no había creído posible semejante hazaña.
— ¡Ha!—exclamó Naín—, te lo dije.
—Naín, ¡eres un genio!
—Lo sé, lo sé—contestó Naín altanero.
—Oh, espera—dijo Gera mirando por el espejo retrovisor—. Creo que dejaste la puerta trasera abierta.
Naín se asomó y efectivamente vio que había olvidado cerrar la puerta al guardar la cruceta.
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Editado: 02.03.2018