Samara
Le sonreí falsamente a quien debería ser mi suegra en menos de veinticuatro horas. Esta noche, la familia Novak había insistido en comer junto a nosotros para ir "familiarizándonos", dado que a partir del primer sol del día de la boda, el novio y la novia no se podían ver hasta la noche de la ceremonia.
Ilay estaba sentado junto a mi en la hermosa mesa con decoraciones finas, que mi madre insistió en montar en medio de la sala; mis padres y los señores Novak ignoraban lo que estaba pasando este mismo lugar frente a sus ojos.
Ilay tocaba mi muslo derecho por debajo de los manteles largos de la mesa, hablaba tranquilamente acerca de las ventas que habían tenido ese día, y al mismo tiempo subía la falda roja que me cubría; yo respiraba profundamente tragándome las ganas de mandarlo al diablo por no montar un escándalo. Si lo hacia llamaría la atención por mi actitud y mi plan se vería frustrado.
Solo dos horas más, no voy a volver a verlo.— Ese fue mi pensamiento mientras cerraba los ojos y me contenía las ganas de gritar. Las lágrimas de impotencia y rabia picaban en mis ojos y mi respiración se hacía cada vez más pesada; tuve que detener su mano con la mía cuando se acercaba peligrosamente a mi centro.
El seguía hablando de las mercancías vendidas como si no pasara nada. Su cinismo era a prueba de todo y todos; porque no le importaba en absoluto que también estuviera su familia comiendo en esta misma mesa, el solo seguía en su labor de apretarme el muslo con fuerza y clavar sus uñas.
Debía aguantar, no podía quejarme ni gritar aunque me estuviera doliendo. Debía soportar esto para poder huir, para poder vivir.
Después de una hora y cuarenta y tres minutos, la familia Novak decidió que lo mejor sería irse a descansar dado que mañana era un día muy "especial y lleno de felicidad". La madre de Ilay era como el resto de las gitanas casada, una maldita sumisa a las órdenes de su marido, el señor Naviu Novak, era un hombre fornido como su hijo pero con peor carácter y muy mal genio; por lo que deduje, también golpeaba a su mujer.
— Quiero hablar con Samara... a solas. — Dijo de golpe Ilay.
Estaban parados junto a la puerta despidiéndose de mi familia, pero su acotación hizo un silencio en toda la sala. Eso estaba mal, casi era prohibido que estuviéramos a solas, de noche y en las vísperas de nuestro casamiento.
Pero mi padre, Alfredo, haría cualquier cosa con tal de complacer al heredero Novak, por lo que asintió con una sonrisa y empujó a todos los presentes hacia fuera de la casa, para que podamos tener la privacidad que había pedido.
Una vez que estuvimos solos, Ilay se transformó. Su rostro se volvió el de un animal, su sonrisa era macabra y hasta sus ojos castaños se habían oscurecido; claramente este hombre tenia un desorden en su personalidad y nadie a parte de mi lo había notado antes. Se acercó dos pasos en mi dirección y yo me quedé firme en mi lugar, no le demostraría miedo, aunque eso era exactamente lo que sentía ahora.
— Pedí la prueba del pañuelo. — Dijo con una voz más grave de la que solía tener.
— Lo sé.— Mi voz temblaba, tenía miedo a que descubra algo raro en mi, que descubra mi plan.
— Espero que seas virgen Samara, de lo contrario...— Dijo y dio una carcajada maligna como su postura — Te mataré a ti y a quien haya deshonrado a mi familia.
— Soy virgen, lo juro.
El se posó delante mío, sus ojos marrones inspeccionaban los míos en busca de algún indicio de mentira. Sonrió de medio lado y me besó violentamente, podía sentir sus manos en todos lados como si quisiera dejar alguna marca invisible de pertenencia.
Aguanta, por ti y por Dylan. — Pensé cerrando los ojos y soportando lo que quedaba de esta noche. El se separó de mí y sin dejar de sostenerme de la cintura, acaricio mis cabellos rojos y luego mi rostro con la ternura de un novio esperanzado; repito que su cinismo es a prueba de todo.
— Mañana finamente estaremos casados, y voy a poder hacerte todo lo que pensé desde el primer momento en que te vi.
Y con esa declaración asquerosa, se fue dejándome unas nauseas en el estómago que estaban acabando conmigo. Gracias a Dios, ya se habían ido todos por o que podía poner en marcha su plan de escape.
Caminé hasta mi habitación y debajo de la cama, saqué un bolso con algunas de mis pertenencias indispensables para este viaje. Guardé algunas fotos y recuerdos que me servirían para recordar a mi familia, también envolví mis fieles cartas de tarot que me acompañaban a donde quiera que vaya, y esperé a que fuera la hora pactada.
Una vez que se hicieron las 3 A.M, me acerqué a la ventana de mi habitación y salí por ella sin hacer ruido. Miré por ultima vez a mi hogar, quizás dentro de mucho tiempo no volvería a ver a mi familia, pero esta era una decisión que debía tomar y no era momento para llorar.
Corrí entre la maleza que rodea los prados altos que lindaba con el campamento, tenía que hacer el menor ruido posible y llegar al lugar donde encontraría a Dylan, o de lo contrario estaríamos muertos. Me escabullí con miedo a que alguien pudiera oírme, si bien nadie se encuentra despierto a estas horas; la adrenalina en mi sangre me ponía en estado de alerta y hacía que mis piernas corrieran a una velocidad mayor. En menos de quince minutos, a las afueras de nuestro campamento, estaba Dylan junto a un caballo negro que nos llevaría a destino. Dylan al verme llegar se acercó a mi y me abrazó con fuerza, le devolví el abrazo y hundí mi cabeza en su pecho.