Anastasia nunca visitó muchas ciudades en su vida y en aquellas a las que iba no se quedaba el suficiente tiempo para conocerlas en profundidad. Sin embargo, sabía que el puerto de Twist City era uno de los más pequeños de todo el país. En uno con más de cincuenta estados, no era poca cosa. No había más que tres barcos anclados, algunos camiones contados con los dedos de las manos, escasa maquinaria, no habían más de veinte contenedores de chapa y metal, y el personal también era bastante reducido. Lo que diferenciaba ese puerto con cualquier otro, era la cantidad de criminales y policías reunidos y trabajando juntos para el mismo hombre: King.
La misión era sencilla.
Matar a todos los policías corruptos y mafiosos de King, colocar bombas y destruir todo el cargamento de alcohol, pero preservar el puerto. Querían hacerle daño al enemigo, no a la ciudad. Una vez que muriera, aún tenían que vivir en ella.
Los matones los superaban en número, por lo tanto, debían ser sigilosos y asesinar a la mayor cantidad posible, antes que dieran la alarma. Los superaban dos a uno, debían ser precavidos.
Anastasia avanzó por detrás de unos contenedores, seguida por cuatro rebeldes. El resto se encontraba apostado en la distancia para cubrirlos y ver por aire, lo que ellos no podían ver por tierra. Estaban localizados en diferentes puntos: andamios, vigas y en el edificio donde Jack y Ace habían establecido la vigilancia. Entre ellos se comunicaban por radio móvil, pero el diámetro que abarcaban era corto. Mientras el equipo de tierra avanzaba, los demás también debían hacerlo.
Justo antes de doblar en la esquina de un contenedor, a través de la radio le informaron a Anastasia que se encontraría con dos guardias armados, ambos de espalda. Le hizo señas a Ernie, que se hallaba detrás de ella, para que se encargara de uno de ellos y ella del otro.
Sus movimientos fueron tan iguales que parecieron realizarse por una sola persona. Con una mano les taparon la boca a los guardias para que no gritaran y con la otra le clavaron un cuchillo en la garganta, presionando el filo para atravesar la carne y buscar acabar la vida. No los dejaron caer, lo bajaron con suavidad al suelo, mientras los matones se retorcían y se orinaban encima hasta morir.
Anastasia levantó la mirada y vio a Ernie mirándose las manos bañadas con la sangre del matón y temblando de pies a cabeza. Algo que ella predijo.
Los rebeldes entrenaron sin descanso, con armas y golpeándose los unos a los otros, era cierto. Sin embargo, todavía no habían matado a nadie y eso no era tan sencillo. Todos eran conscientes de que matarían en esa misión y, tal vez, todavía más en el futuro, pero saberlo y hacerlo era muy diferente.
Recordaba muy bien su primera muerte y era consciente de qué le depararía a Ernie. Continúas pesadillas recordándole el rostro y la expresión sin vida de ese sujeto; arrepentimiento por matar a un hombre que no conocía, alguien con una posible familia, o un motivo para estar ahí; el dolor era incomparable. Muchos habían caído en la locura después de asesinar a alguien por primera vez, ya sea por el simple recuerdo o por el placer sentido. Oh sí, Anastasia conocía casos así. Ella misma pasó por eso. La adrenalina, el regocijo y el éxtasis de matar le llegaron a nublar la mente. No era momento de navegar en los recuerdos, un hombre patrullando los había visto y estaba por dar un grito de alarma.
Fueron salvados por Reynold que, desde la cima de un andamio, disparó una flecha y la clavó en el pecho del guardia. Anastasia le agradeció en silencio.
Ella no creía que Reynold pasara por lo mismo que Ernie, a pesar de también haber matado por primera vez. Era muy diferente asesinar a alguien desde la distancia, ante sentir el cuerpo y la sangre del enemigo tan cerca. Percibir el olor, la textura, el tacto de la piel con piel y mirar directo a los ojos del cadáver, que estos te devolvieran la mirada, pero solo porque quedaban puestos en esa posición. Tanto el alma como la vida abandonaban ese cuerpo para siempre y tú fuiste quien condenó a ese ser, actuando como juez y verdugo.
Anastasia sujetó a Ernie de la nuca y lo acercó a ella para susurrarle al oído.
—Esta muerte será un peso que cargaras el resto de tu vida, pero antes de sentir culpa recuerda por qué lo has hecho y cuántas vidas te permitirá salvar.
Ernie asintió.
Anastasia les pidió a los otros tres rebeldes que escondieran los cuerpos detrás que unas cajas que habían pasado antes. Ellos dos siguieron avanzando y los otros los alcanzarían cuando terminaran. Mientras caminaban ella mató a tres guardias más, Lucil a uno con una flecha y colocaron bombas a medida que se encontraban con algún cargamento.
Todo se fue a la mierda cuando descubrieron a Tom en un edificio y lo tomaron de rehén.
—¡Salgan de dónde estén, pequeños parásitos! —gritó un hombre, al mismo tiempo que disparaba una ráfaga de balas al cielo con su ametralladora—. ¿Quieren que maté a su compañero? Lo haré —colocó la punta del arma en la frente de Tom, este empezó a sollozar—. No llores. Si me dices dónde están tus amigos, te dejaré ir —prometió el hombre. —Tom, sin poder parar las lágrimas, negó con la cabeza—. Como quieras. El hombre puso el dedo en el gatillo y una bala proveniente de algún lugar, lo rozó matando a uno de los matones detrás de él.
«Esos son mis rebeldes», se alegró Anastasia.
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Editado: 08.01.2021