Jamás me volvería a casar contigo.

El ataque sicario.

Alfonso divorciado 2006.

Sábado 28 de abril.

Corría el mes de noviembre de ese mismo año, y aunque estuvieron en paz un par de meses, los irreverencias de Dulce María por las constantes ausencias de Alfonso, que se iba a trabajar en sus roles de 14 días de descanso por 14 de trabajo, terminaron por fracturar una vez más la relación, ya que a ella le gustaba que él se quedara en la casa cuidando a los niños, y no que trabajara fuera tantos días, mientras ella se iba a trabajar en su oficio de enfermera, además de que ya le había revisado el celular y se había dado cuenta que él tenia unas redes sociales muy activas y extensas, además de que ciertas cosas que sucedían en su casa, que no se necesitaba tener habilidades especiales para adivinarlas, cómo llamadas telefónicas sin contestar, y ausencias de días por parte de ella, con ridículos pretextos, le indicaron que su demoniaca ex esposa, había vuelto a las andadas.

Y una noche se tuvo que ir, nada más esperó a que ella regresara de uno de sus viajes inexplicables de varios días, ya había subido sus maletas a su auto, esperó a que entrara y sin dejarse ver se salió para evitar una tonta discusión, sin avisarle a nadie, y se fue, con el corazón destrozado por la separación de sus hijos, y el alma envenenada, por la traición de ella.

Y pasaron los meses, los niños ya resignados y acostumbrados a las constantes ausencias de Alfonso, y a las visitas de otro hombre en su casa, aprendieron a vivir con eso, tenían contacto esporádico telefónico con él y por redes sociales, hasta que apenas sin darse cuenta, dejaron de tener noticias de su padre, o más bien de estar pendientes de lo que hacía con su vida.

El tiempo siguió su curso y el día sábado 28 de Abril del año 2006, Alfonso se encontraba en Tampico, en el estado de Tamaulipas, en México, una gran ciudad portuaria, había bajado de laborar en una plataforma petrolera marina, y mandó unas fotos a su muro de facebook, dónde posaba en el malecón recargado en su moto deportiva de color rojo vino, una R1 de la Yamaha, y partió ya después del medio día para Reynosa, porque quería estar en el cumpleaños de su mamá, al siguiente día, el 29 de abril.

Tenía que desplazarse por la carretera federal Tampico–Reynosa, que en la mayor parte de su trayecto eran amplias rectas de autopista en buen estado, dónde se podía correr, eran tiempos violentos y peligrosos, y aunque ya había escuchado rumores y noticias por redes sociales de que esa zona estaba caliente por cuestiones de crimen organizado, consideró que si se iba a esa hora, llegaría a Reynosa alrededor de las 4 de la tarde.

Y se aseguró el casco y todo el equipo en general que usan los motociclistas, pero en algún momento había dejado su celular mal puesto en una tienda de conveniencia, dejándolo olvidado, y salió a la peligrosa carretera, pero apenas después de un par de horas de conducir sin novedad, un accidente en la carretera detuvo el tráfico, y esperando a que se restableciera la circulación, le dieron las 9 de la noche, al final de la espera ya había pocos autos en la fila ya que la mayoría se regresaron, tal vez buscando otra ruta, y en cuanto le dieron paso, decidió seguir su camino, ya que no le quedaba otra que regresarse a Tampico, que ya le quedaba más lejos que Reynosa, y temerario cómo era, continuó hacia su previo destino.

Pero empezó a sentir miedo al darse cuenta que la carretera estaba solitaria, pasaban los minutos y ni siquiera se encontraba tráfico en el carril contrario, pasó por un pueblo llamado Jiménez, apenas un caserío al borde de la carretera, en dónde vio una gasolinera y decidió detenerse para esperar la luz del día, pero estaba abandonada, ni siquiera la tienda de conveniencia se encontraba en servicio, y estaba asegurada con cadenas, tenia luz y los refrigeradores estaban encendidos, lo que indicaba que solo trabajaba durante el día, ya se había dado cuenta de que había perdido el celular, y pensó en ocultar la moto de la vista de la carretera y esconderse él también, porque no le pareció buena i

Idea la de estar incomunicado en una carretera tan solitaria de noche,pero le pareció muy tétrico el lugar y muy absurda la idea de quedarse escondido, y después de un rato, decidió seguir, calculando que no le faltaban más de un par de horas para llegar a Reynosa, la hora en su reloj  digital Casio, indicaba que pasaban de las 11 de la noche, y siguió su camino, esperando encontrar un restaurant o algún hotel para detenerse y pasar la noche, y así llegó a Jiménez 2, otra estación de paso, dónde encontró el mismo escenario, todo cerrado y abandonado, ni siquiera en las casas parecía haber gente viviendo, buscó para pedir hospedaje a alguno de los habitantes, pero al no recibir respuesta y no ver señales de vida, ya que ni los perros le ladraban, decidió continuar hacia Reynosa.

Iba atento a los retrovisores, su corazón estaba acongojado, ya que esa vez si le dio miedo tanta soledad en una carretera que ya había cruzado varias veces de noche en su auto, y había sido normal su trayecto, pero no esa noche que en cada kilómetro se encontraba restos de vandalismo, autos incendiados, tráileres y autobuses de pasajeros abandonados, en fin, todo un escenario apocalíptico al estilo de Mad Máx.

Vislumbró unas luces que salían de una brecha rural, escuchó el claxon de una camioneta cerrada que trató de llamar su atención, desaceleró para disminuir su velocidad, pensando en que podía ser alguien que necesitaba ayuda, pasó por enfrente a baja velocidad, pero al ver que la camioneta salió derrapando de la brecha para subirse a la carretera, aceleró, esperando su reacción, su indicador de velocidad marcaba 120 kilómetros por hora, y las luces en el retrovisor no se alejaban, aceleró a 140 y las luces en el retrovisor seguían ahí, su velocímetro llegó a 159 km/h, y ahí fue donde estaba seguro que lo iban siguiendo, porque las luces en su retrovisor no se quedaban atrás y porque vislumbró otro par de luces que algunos metros adelante se dirigían hacia la autopista, desde otra brecha o camino rural, en clara trayectoria de que le podían cerrar el paso.




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