13 de Mayo de 1943.
Clínica de Ginecología de Cracovia, Polonia.
La regla de Dora se había atrasado, y estaba bastante preocupada, asi que decidió arriesgarse a ir con un ginecologo para hacerse una prueba de embarazo; pues escucho que ya habia una manera mas facil de detectar el embarazo.
—¿Cuanto esperare?.—preguntó Dora algo impaciente.
—Aun falta una hora señorita, no sea impaciente.—le respondió el médico.
Dora espero por cuatro horas, el médico salio con los resultados en mano, su colega le acompañaba para darle detalles. El médico le dio el sobre a Dora y esta lo arrebato de sus manos y lo abrio con rapidez, el colega del médico empezo a explicarle el proceso, mientras que el mundo de Dora se venía abajo con la prueba siendo positiva; solo escuchaba sus látidos y su jadeante respiración, quedo absorta, veia al colega mover sus labios pero no escuchaba palabra alguna; tomo su bolso y su saco y salió de la clínica dejando a los médicos solos.
Dora pidio un taxi que la dejo en las afueras del campo, entro de prisa ocultando sus resultados detro de su saco, entro a la oficina de Obendorf que charlaba con Louis Vicari, Dora lo miro y paso saliva.
—Luego hablamos...—le dijo Sebastian a Louis, ambos se despidieron, Louis tomo su sombrero y lo alzo en señal de respeto.
Vicari salió de la oficina, Obendorf prendio su pipa y alzo su mirada.
—¿Que se le ofrece señorita... Taube?.
Dora saco los papeles de su saco y se los avento a Obendorf que los hojeo sin entender nada.—¿Que es esto?.
—Un examen de embarazo... estoy embarazada.—respondió.
Obendorf tiro su pipa.—¡Es imposible!.
—Créame que la más afectada aquí soy yo agente Obendorf.
—¿¡Y como estas seguro de que es mio!?.
—No soy... una estúpida ramera, señor.—respondió ella ultrajada—ese embarazo... es fruto suyo.
—No te das cuenta, cuando nazca ese niño, buscarán al padre, y cuándo vean que soy yo, mi vida se irá al carajo.
—No es tan malo. Solo tenga sexo con el periodista para que no lo publique.
Obendorf tomo de los hombros a Dora— ¡No juegues con esta situación!. ¡Nadie debe enterarse!. Debo hacer algo. No podemos simplemente ignorarlo o irrumpir el embarazo, haría más grande el problema.
—¿Entonces?.
[...]
Una carcajada de escucho salir del despacho seguida de una clara expresión que afirmaba que iba ganando en el póker.
El teléfono empezo a sonar. Los soldados del general lo atenderían por él.
—Creo que hoy es mi día se suerte.—dijo acomodando sus cartas.
El general apuesto, de una altura bastante adecuada si se considera su jovial timbre de voz; cabello oscuro y patillas rasuradas, unas manos enormes de dedos largos anillados, de piel lechoza, ojos color ambár bajo unas cejas semipobladas
La puerta se abrió y por ella entro un soldado.
—General. Es para usted.
El general asintío. Camino por el corredor hasta la sala de estar, cerró el cancel y tomo el teléfono al fondo de la habitación.
—Diga...
—¡General Häusler.—contestarón al otro lado de la línea.—Que placer escucharlo en verdad!.
—Sebastian Obendorf, me lleva el diblo.
—No se apresure, general, antes dejeme hablar con usted.
Sebastian no podía llamar en ese ilarante tono de voz si no se tratará de un favor. Con una mala sospecha, Rudolf suspiró.
21 de Mayo de 1943.
En un café a los alededores del Stare Miasto en Cracovia, Dora y Obendorf habían pedido una mesa y el hombre había ordenado un café, Dora no ordeno nada, por los nervios el apetito la había abandonado.
—¿Hasta cuándo llegará?.—cuestiono impaciente.—¿Sr. Obendorf?.
—¿Tiene mejores cosas que hacer, Srta. Taube?.
Dora resoplo y no dejaba de ver a todas direcciones. En cualquier momento algún hombre conocido podía entrar y reconocerla. De pronto, la campana de la entrada tintineo, por ella entro un General bien vestido con su uniforme, lleno de placas y condecoraciones. Era alto, bien construido, de cara aspera y un cabello lació y oscuro, sin patillas y a Dora le hubiera parecido encantador y aún mas apuesto si Obendorf no hubiera alzado la mano y poder así ubicar al General y llevarlo hasta su mesa.
—Buen día, General Häusler.
Dora se reclino en su silla y comenzo a morder su labio.
—¿Es encerio, Sebastian? ¿Aquí? ¿Habiendo tantos cafes buenos y más...?
—¿Desea ordenar algo, General?.—hablo el camarero que llego a la mesa.
Rudolf arrugo un gesto de desdén.—No. Ya vine una vez aquí, y debo decir que ha sido uno de los peores té con leche que he provado. Largo.
El mesero se fue sintiendo la critica muy personal. Sebastian sonrió, pero no una sonrisa de felicidad, una de curiosidad.
—Dejenme... presentarlos. General, ella es la mujer de quién le hable, Dora Taube. Dora el es...
—General Rudolf Häusler, de la Alemania Nacionalista.—tomó el la palabra para presentarse. Le tomo la mano a Dora y la estrecho.—Antes de continuar con esta calida recepsión, debo preguntar, ¿es usted una ferviente nacionalista alemana?.
Dora inhalo y suspiro sin mucha discreción y asintió.—Así es.
Rudolf sonrió.—Tienes unos ojos muy raros.—dijo e incorporo su mano.—Si, muy bellos, y solo he visto un par de ojos más bellos que los tuyos en mi vida. Pero me parece, que, superas en verdad mis expectativas. Solo por poco... mas de la línea.
Sebastian sonrió satisfecho.—¿Entonces, Rudolf? ¿Te parece bien?.
—Me parece bien, Sebastian, la acepto?.
—Estúpendo. Ya esta Dora, no haremos de este conmovedor y memorable momento un drama de novela para todo el café, solo así, significativo y sencillo.
—A mi no me han preguntado nada.—espetó muy seria.
—¿Cómo dices?.
—No me han preguntado si estoy de acuerdo o no.
—¿De verdad tienes el atrevimiento de quejarte a libertad en estos momentos... señorita... Taube?.
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Editado: 18.07.2023