Te conocí en el colegio, te veías tan fuera del lugar, eras un color oscuro en los claros, hojas delante de pétalos. Tuviste la suerte de que a mí me gustaba lo común.
Sobrepasabas a todos y nadie se daba cuenta, incluso tus padres; yo era tu alegría, al menos eso fue lo que me dijiste en alguno de nuestros aniversarios de amistad.
Me enseñaste melodías y yo, bueno yo te ofrecía sólo notas dispersas por la vida.
Por las noches de veranos fluías, haciéndote parte de los árboles, la brisa suave y el olor a la sal del mar.
Por las mañanas, eras todo el pequeño bosque que rodeaba mi ciudad y dabas vida a mi corazón.
Las cartas que te escribí fueron bien recibidas por las llamas del fuego que hacía escapar humo por la chimenea.
Las palabras se mezclaban y se perdían en un negro que luego dejaba ceniza.
Tantos consejos di y ninguno de ellos los seguía yo, que ironía.
Eras infierno, por múltiples razones, una de ellas era que tu fuego quemaba tanto que derretías toda la tristeza que llevaba.
Eras magia, ya que me hacías volar a cielos blancos y cascadas de oro, hacías revolotear mariposas en mi estomago y mandabas aguijones a mi cabeza.
Eras tanto que al verte tocando otros labios me hiciste ponerte en pasado, porque ahora, cariño, no eres nadie, no puedes serlo si rompes mi corazón de esta manera, y múltiples veces.
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No olvides darle estrellita.
Por cierto
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¡FELIZ SAN VALENTÍN!
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Un saludo a mi crush.
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Editado: 15.07.2021